Vivir en la Divina Voluntad


En el Libro de Cielo el Señor le dice a Luisa Piccarreta: “La única finalidad de la creación fue que todos cumplieran mi Querer” (13,36). Y añade: “Mi querer y mi amor no quieren estar solos en mis obras, quieren hacer otras imágenes semejantes a Mí”. “El alma, conforme va haciendo sus actos en mi Querer, se vacía de sí y se llena de luz” (13,37).

Refiriéndose a nuestros primeros padres Jesús comenta: “Adán, en el principio de su existencia tuvo una época en que cumplía a maravilla la finalidad para la cual fue creado” (15, 18), pero se sustrajo de nuestro Querer. “Así como en el orden natural, quien cae desde un punto altísimo, o muere o queda maltrecho, así en el orden sobrenatural Adán cayó de un punto altísimo. Con vivir en mi Voluntad moraba por encima de todo, en Dios mismo. De la altura desde donde cayó fue un milagro que no pereciera del todo, pero el golpe fue tan fuerte, que fue inevitable quedar deformado de su insólita belleza. No sentía fuerza para dominarse, el más bello carácter del hombre, el dominio de sí mismo desapareció, y entraron las pasiones a tiranizarlo, a hacerlo inquieto y triste”.

Luego Jesús le hace una reflexión sobre nuestra actitud: “El no hacer mi Voluntad creen que sea cosa de nada, en cambio es la ruina total de la criatura, y cuantos más actos de propia voluntad hace, tantas veces de más acrecienta sus males, y se excava el abismo más profundo donde precipitarse. Adán cayó tan bajo porque se sustrajo de una voluntad expresa de su Creador. Dios le pedía que se privara de los frutos de un solo árbol por amor a Aquél que tanto le había dado. Y en este pequeño sacrificio Dios quería probar su amor y su fidelidad. Su caída trajo graves consecuencias porque era la cabeza de todas las generaciones. Sólo mi misma Voluntad puede reparar tan grande mal”. Luego le explica: “Cuando mi Voluntad es poseída por el alma simboliza una ciudad llena de luz”. “En el alma donde reina mi Voluntad con toda plenitud, los minutos de vida son siglos y siglos de plenitud de todos los bienes”.

“Vivir en mi querer no es sólo salvación, es santidad” (13,38). “Con querer entrar en mi Voluntad, el alma depone la suya y quita la sombra de su querer… Quien se presta a escucharme forma mi alegría y mis delicias de conversar con ella” (15, 33).

El alma que vive en la Divina Voluntad “restituyéndose al principio, a su origen eterno de donde salió, antes de que mi Humanidad se formara, ya besaba y adoraba mi sangre, mis llagas, veneraba mis pasos, mis obras y hacía digno cortejo a mi Humanidad. ¡Oh! Alma que vives en mi Querer, eres tú sola la finalidad de la gloria de la Creación, el decoro, el honor de mis obras y el cumplimiento de mi Redención; en ti concentro todo, todas las relaciones te son restituidas, y si tú por debilidad en algo fallases, Yo por decoro y honor de mi Voluntad te supliré en todo” (13,48). “Todas mis verdades llevan la felicidad que cada una posee, y por cuantas verdades el alma conoce, tantas diversas felicidades adquieren” (13, 49).

“Las almas que viven en mi Querer o vivirán, serán al cuerpo de mi Iglesia como la piel al cuerpo… sanarán los miembros llagados, restituirán la frescura, la belleza, el resplandor a todo el cuerpo místico… Ellas me interesan más que todo”. (1|3,50).

“El amor debería correr en todas las acciones humanas como corre la imagen del rey en la moneda del reino; y si en la moneda no está impresa la imagen del rey, no es reconocida por moneda; así, si no corre el amor, no es reconocida por obra mía” (14, 4).

“Mi amor tiene su desahogo completo con las almas que hacen mi Voluntad y viven en mi Querer, son siempre ellas las que suplen no sólo a todos los actos que me deben las criaturas, sino a mi misma Vida Sacramental” (14,16).

Muchos “quieren tener por Dios al propio yo” (14,62). “Todo el bien del hombre es hacer mi Voluntad, todo el mal es hacer la suya” (16, 29). “Mi Voluntad es el lenguaje del Cielo, y principia donde las demás ciencias y virtudes terminan” (16, 30). “La fuente, la raíz, la sustancia del bien o del mal está en el fondo de la voluntad” (16, 33). “Yo no sé hacer cosas desordenadas, es más, la primera cosa en Mí es el orden” (16, 34.2).

El Señor le explica a Luisa que toda la creación contiene el te amo de Jesús: “Mira el cielo azul, no hay un punto en el que no esté sellado un te amo mío hacia la creatura: cada estrella y su centelleo que le forma corona están tachonadas de mis te amo; el rayo de sol, mientras se alarga hacia la tierra para llevar la luz, cada rayo de luz lleva mi te amo, y en cuanto la luz invade la tierra y el hombre la mira, mi te amo le llega en los ojos, en la boca, en las manos y se extiende bajo sus pies. El murmullo del mar murmura te amo, te amo, te amo, sus olas son seguidas por mi te amo, y cada gota de agua son teclas, que armonizando entre ellas forman las más bellas melodías de mi infinito te amo; las plantas, las hojas, las flores, los frutos, tienen impreso mi te amo, así que la creación entera lleva al hombre mis repetidos te amo. Y el hombre mismo ¿cuántos mis te amo no tiene impresos en todo su ser? El latido de su corazón es un te amo mío jamás interrumpido. Sus movimientos y sus pasos son seguidos por mi te amo; sin embargo, en medio de tantas oleadas de mi amor no saben elevarse para darme la correspondencia de su amor. Mi amor quiere la correspondencia de la criatura” (16, 11).

Luisa cuenta que luego Jesús y ella han rezado juntos, “hemos ofrecido a la Majestad Suprema el homenaje y la adoración de todas las inteligencias creadas” (16, 12).

La Virgen cambió la suerte del género humano e “hizo el más grande de los milagros, que ningún otro ha hecho y que jamás podrá hacer, fue milagro único: Trasportar el Cielo a la tierra” (16, 56).

 

 



 

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