El “Amor cortés”
El
Medioevo posee méritos de sobra para salir airosamente parado. Una simple
mirada a sus grandes creaciones –las Universidades, el amor cortés, el arte
románico y el gótico, la escolástica-, debería convencer hasta al más
escéptico. Sin duda, nuestro mundo sería más pobre de lo que es, sin ese
patrimonio cultural y, seguramente ni siquiera habría podido constituirse tal
como lo conocemos.
El
mundo medieval no se inspiró en héroes sino en santos, hombres que no buscaban
la gloria mundana. Bien puede afirmarse que el mundo medieval nació en el
monasterio de San Benito en Montecasinos. De hecho, San Benito puso las bases
de la futura Europa.
En la
literatura de la Antigüedad –aprendí en mis clases en la UNAM- , la ilusión
romántica nunca había jugado un papel importante. El amor era tema inexistente
en la inspiración de los poetas. Los héroes de la épica no requerían de una
dama para realizar sus hazañas, más aún, debían prescindir de ella. Los poetas
líricos cantaban a los dioses, a la filosofía, a la patria, a la amistad o al
placer. Pero a inicios del siglo XII las cosas tendieron a cambiar. Mejoraron
las condiciones de vida, surgieron los palacios y las cortes y surgió una
manera nueva de concebir el amor.
Los
hombres comenzaron a pasar más tiempo en la casa y valoraron más a la mujer;
surgió una cultura de vida social hasta entonces desconocida. El trato
frecuente de ambos sexos refinó las formas. La mujer se convirtió en el centro
de la vida social; surgieron los adornos exquisitos y, al menos en la nobleza,
comenzó a despuntar una mentalidad nueva, más refinada: La mujer no era algo
que pudiera conquistarse con el poder ni conservarse por la fuerza. El verdadero
amor se alcanzaba por méritos caballerescos.
Todos
estos factores fueron formando, especialmente en el sur de Francia, el ambiente
propicio para el nacimiento del así llamado “amor cortés”.
El
patrono fue Ovidio con su Arte de amar,
de cínico sensualismo libertino, pero ellos la tradujeron en un amor más bien
platónico, aunque no siempre. Andrés el Capellán escribió El Arte de amar honestamente, escrito por un pintoresco clérigo. Su
objetivo era enseñar a amar a un joven
noble emparentado con el rey de Francia, que deseaba saber cómo comportarse con
las damas, de acuerdo a los cánones que regían su tiempo.
La
galantería debería consistir en rendirle vasallaje a la dama a la que jamás se
le permitiría engañar o maltratar. Escribe Capellán: “El verdadero amante está
siempre absorto en la imagen de su amada”, “a la vista de la amada, el corazón
del caballero debe estremecerse”. No se trataba de un amor entre iguales. La mujer
era la reina del nuevo amor, y a ella le correspondía abrir o cerrar el
corazón. Al caballero le correspondía sufrir de lejos, suspirar, obedecer y ser
paciente. El amante se había convertido en vasallo de la dama.
El
caballero crecía moralmente: el amor hace al flojo, valeroso; al avaro,
pródigo; al triste, alegre, en una palabra, “sólo los merecimientos nos hacen
dignos del amor”, escribía Capellán.
El más
grande de los trovadores franceses del siglo XII y el verdadero entronizador
del amor cortés en la poesía lírica fue Bernard de Ventadour. Según él, la sola
felicidad del trovador era amar, cantando incansablemente sus sentimientos. En
sus sufrimientos el poeta no desesperaba. Perseverada con paciencia sostenido
por el recuerdo de la imagen de la amada. “La mujer, en cambio, jugaba un rol
altivo y resistente. Ante ella el poeta adoptaba un papel de amante respetuoso
y respondía a la arrogancia con la humildad” (Gerardo Vidal G, Retratos del Medioevo, España 2008, Rialp,
p. 172-173). El amante debe ser tímido, sufrir y desvelarse por su dama, dándose
por satisfecho con el más ínfimo gesto de benevolencia.
Chrétien
de Tours, varón culto y refinado, que sabía latín, fue el mayor poeta de su
tierra y aun de Europa. Redactó una serie de poemas de caballería inspirado en
el rey Arturo y la orden de los caballeros de la Mesa Redonda. Su obra más
representativa fue Lancelot, donde
aparece de nuevo la fórmula del amor cortés –nacida en Francia- combinado con
relatos legendarios de raíz céltica.
Desde
Ventadour hasta nuestros días, los temas líricos que obsesionan a los poetas
serán siempre los mismos: el amor idealizado, el deseo insatisfecho, la queja
amorosa y las protestas de eterna fidelidad. Si esto nos parece natural es
porque el amor verdadero es connatural a nosotros y porque, aun haberlo hecho
consciente, nos gusta el mutuo respeto y la fidelidad
Ahora
echamos de menos ese romanticismo pues hemos caído en el extremo opuesto: en el
seco y agudo libertinaje. Nos puede pasar lo que decía Séneca de su ambiente: “Antes
se llamaban vicios, ahora se llaman costumbres”.
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