Reflexión de una mujer de la tercera edad
En algún momento de nuestras vidas perdemos la guerra contra el tiempo. Nuestra juventud se nos escapa del cuerpo y la gravedad fuerte y descarada se toma todo aquello que cuidadosamente nos hemos esforzado por mantener en su lugar. Ya no hay cremas ni pomadas que borren las marcas de tantas risas, penas, trasnochas y enojos de nuestro semblante. Tomamos vitaminas, colágeno, limón, jengibre, vinagre de manzana, miel y omega tres y cuanta fórmula se nos atraviese. Comemos menos para llenarnos de hambre. Sudamos cuando hace frío y el sueño nos desvela. Un día nos damos cuenta que no hay tacón cómodo, que no vemos sin gafas y las raíces de nuestras canas crecen sin piedad. Que nuestra cintura se va emparejando y nuestras rodillas se van redondeando. Un día, nos cansamos de imitar en el espejo, a aquella joven que fuimos. Nos miramos de frente, sin luz cálida ni sombras y por fin aceptamos que hemos vivido más vida de la que nos queda. ¡Y qué bello que ha sido! Haberlo vivido y ...