El “éxtasis de Dios”
El Verbo se encarna en el seno de María bajo la acción del Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu es devuelto al Padre, por el Hijo, en la Cruz: Padre en tus manos encomiendo mi Espíritu (Lucas 23, 46). El Espíritu continúa asistiendo a los cristianos para que sean signo que anuncia a la humanidad la benevolencia y el amor de Dios (cfr. Isaías XI,12). La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y esa paz que Dios nos depara. No puede haber fe en el Espíritu Santo si no hay fe en Cristo, en su doctrina. El círculo trinitario es consumado en la muerte de Cristo en la Cruz. Luego promete enviar al Espíritu, que les dará fuerza para ser testigos de Jesús (Hechos, 1,8). Hay que trabajar en nuestro corazón y sanar cada herida que podamos tener, para ser más aptos para alumbrar la oscuridad del mundo. Un corazón limpio, puro y sano, dispuesto a ser transformado por el Espíritu de Dios es lo que esto...