Educar el corazón


La afectividad como un gran tema humano: Qué nos mueve, qué nos enfada. La persona tiene un perfil de afectos y su estructura depende de ella. No es patente lo que hay en los corazones, pero allí está la estructura de la personalidad. Los griegos tratan de explicar cómo se despiertan los amores a través de mitos. Educar el corazón no es ninguna broma. Tenemos un sistema nato de preferencias y desdenes. Decimos: “La comida me interesa”, forma parte de nuestra estructura. Puede haber afecto a la música, al dinero, al arte, a un oficio, a las personas, etc. Una persona es una estructura de afectos, unos innatos y otros adquiridos. La persona tiene afecto a unas personas y a unos ideales. El amor es lo que mueve.

El orden en el amor (Ordo amoris) Aristóteles lo aborda en su Ética a Nicómaco, donde afirma que nos apartamos del bien a causa del dolor que implica y nos acercamos al mal por el placer que conlleva. Estar bien educado significa que te dé alegría lo bueno y te dé pena lo malo. Le decimos a un niño: “Es feo mentir”, haciendo alusión a su falta de belleza. Hay una serie de cosas bellas adecuadas al ser humano. Lo bello es un resplandor de la verdad. La idea de la honestidad está sustentada en la estética moral. Ayuda mucho este componente estético.

En su libro La Ciudad de Dios, San Agustín define la auténtica virtud como “el orden de los amores”, ordo amoris. Podemos tener amor a muchas cosas, como a una colección de sellos (timbres), chapas, cervezas, pero ese amor no debe sobrepasar a los amores más importantes, como el amor al cónyuge, porque los amores deben estar ordenados. El amor a la dignidad de la persona debe de estar casi por encima de todo.

La tradición griega nos ha ordenado la nomenclatura. Explica cómo funciona la inteligencia y cómo es el acto libre, entre otras cosas. El análisis griego con todo rompe un poco la unidad humana. Ayuda ver el lugar que ocupa el corazón en la persona tal y como lo ve la Biblia, ya que ésta ayuda a recomponer esta unidad. Lo más inestable es la inteligencia ya que vamos cambiando de contextos. Lo que da estabilidad a una persona es, sobre todo, la estructura de los afectos: ver qué ama.

La explicación de los grandes contextos bíblicos nos ayuda a conocernos, y uno de ellos, es el corazón. El corazón es la morada donde yo habito, donde yo me alegro. Sólo el espíritu de Dios puede sondearlo y conocerlo. Dice Jean Corbon que el corazón es sede de la conciencia, de la presencia de Dios en la persona. En lo más profundo de nuestro ser está Dios creándonos. Dios es juez y destino de nuestra espiritualidad. Allí escogemos entre la vida y la muerte.

La tradición también presenta al hombre movido por su voluntad pero más por su corazón. (cfr. CEC 1775). Tiene más mérito hacer las cosas cuando a uno le apetece, en cierto sentido. El gusto es necesidad de la virtud, es alegrarse con las cosas buenas y entristecerse con las malas. La madre se sacrifica por sus hijos y lo hace con gusto.

En el libro “Gregorio Marañón, radiografía de un liberal”, de Antonio López Vega, se compara a Juan de Austria con Felipe II, y de Felipe II dice su secretario que “tenía una rectitud exenta de generosidad y por ella antipática”. Se da en el cristiano cascarrabias que critica lo que hacen mal los demás, juzga. Hay en él una rectitud exenta de corazón. Allí hace falta la pregunta esencial: pero ¿los quieres o no? El amor por las reglas, las normas las leyes, es una tentación y un peligro grave.

Fray Luis de Granada decía: “El hombre debería tener un corazón de hijo para con Dios, un corazón de madre para con los demás, y un corazón de juez para consigo mismo”.

Doble mandamiento de la caridad: Podemos recordarle a la gente lo que tiene que hacer pero antes tenemos que quererla. Sólo recordar lo que hay que hacer no funciona bien, no trasciende, no refleja que Dios nos ama. Un día pasaba don Josemaría por un pasillo, y estaba uno con unos discos, y vio que había un papel arrugado en el fondo, sacó otro, y la funda estaba mal puesta y así tres veces. ¡Estaba echando humo! Don Josemaría le preguntó qué le pasaba: “Es que la gente no hace las cosas como Dios manda”. Le respondió: “Lo que Dios manda es que os queráis”. Si no “padecemos-con”, si no compadecemos, no hay misericordia. Querer es comprender. Dios tiene piedad de nosotros, y eso se tiene que reflejar en nosotros, sino, el mensaje del Evangelio no funciona. Ya sabemos qué es lo bueno y qué es lo malo, pero hay que practicar la misericordia, hay que transmitir el amor de Dios. Haríamos un mal papel a Dios reflejando una rectitud sin bondad, porque Dios no es así.

Tener fe no es creer que Dios existe, es creer que Dios nos ama. La Escritura afirma que hay que aprender qué significa: “Misericordia quiero y no sacrificio”. Lo más importante de la ley es la justicia y la misericordia. San Lucas dice: “Sean misericordiosos como Dios es misericordioso”. Es una tarea para todos los días. Es un ejercicio diario. Tiene que ver con esa realización diaria. Conviene leer el Apartado Mandamientos 9º y 10 en el CEC.

Educar el corazón: es un tema dónde sólo llega el Espíritu Santo, y no es un tema secundario, es un tema central de la Revelación. Mucho de lo que la conversión es se resume en el cambio de corazón, tema riquísimo de la Escritura. La escena de la creación está detrás. Es lo carismático, lo que el Espíritu pone. “Haz lo que puedas y pide lo que no puedas”, dice San Agustín. Querer ese cambio, desearlo. La misericordia es apiadarse de los demás, que esas emociones sean motores de nuestra conducta. También hay que pedir que seamos capaces de hacer lo que no nos apetece. Hay que pedirlo porque es un don de Dios. Darme cuenta del valor que tiene toda persona simplemente por ser persona. Cualquiera es un hijo de Dios que merece nuestro amor, esta convicción debe crear hábitos de conducta. De alguna manera es ver a Cristo en los necesitados. Es como un truco, porque además, hay una verdad detrás. Esta convicción ha movido a muchos santos constantemente. Desarrollar el ver a Cristo en los demás. “Pon amor donde no hay amor y sacarás amor”, dice San Juan de la Cruz, y no el “ojo por ojo”. Tú me haces favores, yo te los hago. Ese equilibrio del ojo por ojo, diente por diente, debe ser superado. Todas las heridas que recibimos, son parte de la educación del corazón. Charles de Foucault: “El amor consiste no es sentir que se ama sino en querer amar”. Amar es querer amar, es un tema profundo. Tenemos un ideal cristiano de querer amar, en descubrir el valor de toda persona.

https://youtu.be/km-NQXHBKkk


 

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