¿Quién soy yo?
Es importante saber contestar
a estas preguntas: ¿Quién son yo? ¿Lo sé? Si no lo sé, hay que pensarlo. ¿Cuál
es la mayor certeza que tengo en la vida?
El cerebro –el que más sabe-
es el que debe mandar. Pero hay quienes afirman que les interesa más que nada
lo que sienten. Los sentimientos son volubles.
El hedonismo es la ideología
que cifra la felicidad del hombre en el placer sensible: la felicidad está en
tener muchas cosas. Aquí se trata de huir de todo lo que produzca dolor,
sufrimiento. Importa hacer lo que apetece, por lo tanto, no hay ninguna
referencia a lo que está bien o está mal, sólo se da rienda suelta a los
instintos, que es la parte animal del ser humano.
Algunos jóvenes, desorientados, ven que no hay referentes
comunes porque carecen de identidades fuertes, así, la persona no sabe quién
es. Tiene vivencias, posee su propia narrativa, pero no distingue su mano
izquierda de su derecha, ni distingue el bien del mal. A veces han sido
arrastrados por corrientes ideológicas que se presentan en el cine donde
falsamente se les dice que cada uno traza su propia identidad,
independientemente de su biología y su intelecto.
Zygmunt Bauman habla del “amor líquido”, que se caracteriza
por la fragilidad de los vínculos humanos desarrollados en la posmodernidad. Me
relaciono con uno y lo desecho, luego con otro, y lo mismo, y esa es la
historia de nunca acabar. Entre más líquido es el vínculo, es más efímero. La
“modernidad líquida” una metáfora ya que lo líquido se adapta a todo contenido.
Es a lo que se nos quiere llevar, a un mundo inhumano donde nada se ata al
tiempo ni al espacio y lleva a vivir en la angustia. El “amor líquido” es, en
última instancia, un traficante de sueños.
¿Qué hacer cuando ya no haya nada que deconstruir (destruir)? Por una especie de mecanismo de
supervivencia intelectual, los filósofos herederos de la deconstrucción de
todo, transforman el posmodernismo en activismo social.
El corazón es una brújula que fácilmente
puede fallar, por algo somos animales racionales. A veces nos cuesta trabajo
pensar y seguir pensando. Nos conformamos con sentir y los sentimientos son
cambiantes, “líquidos”. Lo que nos dignifica es vivir inteligentemente y
orientar nuestra voluntad al Bien supremo, sino es así, se da, entonces, la
ceguera ante los auténticos valores. Deviene el vacío existencial.
Un joven de Barcelona tuvo un
sueño: Ser uno de los mejores arquitectos de su país, se llamaba Antoni Gaudí.
Pronto se hizo famoso y se le encargaron varios proyectos, el principal, el
Templo Expiatorio de la Sagrada Familia. Tuvo que sufrir mucho para conseguir
empezar la construcción y conseguir el dinero que se le iba acabando. Afirmaba:
“El sacrificio es la única cosa fructífera. Si no se alimentara de sacrificios,
el templo sería una cosa censurable y no se acabaría”.
Uno de sus amigos dijo: “Con
su talento pudo haberse hecho millonario, pero prefirió vivir en la pobreza
para invertir todo en su ideal”. Antoni Gaudí dejó terminado el proyecto en
papel y maqueta, pero él sabía que no lo alcanzaría a ver terminado por lo
grandioso del templo. Aún ahora continúan en ese trabajo y se piensa que se
acabará en unos dos años más. Gaudí tuvo un sueño y logró que nadie se lo
robara. Se considera una de las principales obras arquitectónicas del mundo y
quizás la más bella.
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