Los mexicanos hacen grande a México
Algunos extranjeros que visitan México se impactan
gratamente al ver la reserva de fe que hay en nuestro país, y es que, en
general los mexicanos hemos entendido que la fe no se opone a la civilización.
Cuanto más arraigada está la fe en los hombres y en los pueblos, más se
acrecienta en ellos la ciencia y el saber, porque Dios es la sabiduría infinita.
Y donde no hay fe, desaparece la paz, y con ella la civilización y el progreso,
introduciéndose en su lugar la confusión de ideas, la división de partidos, la
lucha de clases y, en los individuos, la rebeldía de las pasiones contra el
deber, y así el hombre pierde su dignidad, que es su verdadera nobleza.
Dios nos ha elegido para transformar la historia, pero
cuando no vivimos lo ordinario con heroísmo viene el desencanto. ¡Qué
importante es vivir cada día como si fuera el último!
Es un hecho que México puede mucho, que es una
fortaleza para el resto de la humanidad, pero los mexicanos hemos de luchar más
contra el egoísmo, el sentimiento y el resentimiento. Con fortaleza y
optimismo, hemos de descubrir y explotar las virtudes ocultas en nosotros
mismos y en las personas que amamos.
Fray Bernardino de Sahagún, gran observador de la vida
de los antiguos mexicanos del siglo XVI, escribe lo siguiente sobre el
Calmecac, la escuela superior: “Ninguno era soberbio, ni hacía ofensa a otro,
ni era inobediente a orden y costumbres que ellos usaban, y si alguna vez
parecía un borracho o amancebado, o hacía otro delito criminal, luego le
mataban o le daban garrote, o le asaban vivo o le aseteaban; y quien hacía
culpa venial, luego le punzaban las orejas y lados con puntas de maguey o
punzón” (Historia General de las cosas de
la Nueva España, libro 3 Apéndice, cap. 8, n. 10).
Los mexicas veían la guerra como una vocación
religiosa, pues el guerrero tenía que vencerse, en primer lugar, a sí mismo. La
guerra era un acto de engrandecimiento propio, pero a base de la renuncia a sí
mismo y de servicio a los demás.
Los pensadores nahuas estaban convencidos de la
fugacidad de todo cuanto existe. Lo único verdadero en la tierra para ellos es
lo que satisface al Dador de la vida: “flor y canto”, es decir, la poesía.
León-Portilla dice: La poesía viene a ser “la expresión oculta y velada, que
con las alas del símbolo y la metáfora lleva al hombre a balbucir, a sacar de
sí mismo lo que en una forma misteriosa y súbita ha alcanzado a percibir”. El
camino para ellos se sintetiza en flores y cantos: in xochitl in cuicatl. Las flores eran el corazón de Dios. “Flor y
canto” resumía para los mexicanos lo grande y lo bello que puede conocer el ser
humano: filosofía, religión, arrobo místico.
Los antiguos mexicanos eran muy religiosos, por eso
Hernán Cortés le escribió al emperador Carlos V advirtiéndole que, si no
enviaba hermanos muy santos, no se iban a convertir los indígenas. El emperador
lo comprendió bien, por lo cual, seleccionó a los primeros franciscanos que
vendrían a la Nueva España –que eran religiosos ya reformados por Cisneros},
llamados “espirituales”- y, realmente, resultaron muy buenos para tratar a los
naturales, enseñar la doctrina cristiana y para escribir crónicas de su tiempo.
Todo esto se encuentra en las Cartas de
Relación. Entre 1519 y 1526, Cortés escribió cinco cartas a Carlos V. En la
Segunda Carta de Relación, Cortés
narra la entrada a la Gran Tenochtitlán.
Es probable que, en el siglo XVI, Tenochtitlán fuera
la región más poblada del mundo occidental, tendría cerca de 200 mil
habitantes, cuando París tenía 70 mil y Sevilla, 40 mil.
En 1529, el obispo fray Juan de Zumárraga estaba
desesperado a causa de sus paisanos. Algunos españoles de la Primera Audiencia
maltrataban a la gente, como Nuño de Guzmán y concretamente Delgadillo, que
trató de matar al mismo Obispo. Zumárraga le escribe al emperador: si Dios no provee de su mano, esta tierra
está a punto de perderse… Y efectivamente, Dios proveyó e interviene a
través de la Virgen Santa María de Guadalupe.
Somos herederos de dos grandes pueblos: el hispano,
que traía la civilización europea y la propia, mezclada con la de los moros
islámicos. Somos herederos asimismo de los antiguos mexicanos, que tenían un
mayor conocimiento de la medicina y de algunas ciencias que los conquistadores.
El Concilio Vaticano II pide que estemos
familiarizados con nuestras tradiciones nacionales y religiosas, por eso qué
importante es conocer a los cronistas y el Nican
Mopohua.
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