Cicerón, triunfo y frustración de un advenedizo


 

Cicerón nació en enero del año 136 a.C. en Arpino (cerca de Roma). Cicerón no provenía de una familia aristocrática, sino que era provinciano, un advenedizo, era un homo novus, alguien que tenía que hacerse a sí mismo. Cuando tenía 30 años se presentó a las elecciones como cuestor y fue elegido. Había cuestores que se convertían en la mano derecha de los gobernadores, otros se encargaban del archivo en Roma y otros tenían cargos administrativos y militares de cierta envergadura.

A Cicerón le tocó ser cuestor en una de las dos cuesturas de Sicilia. De la cuestura pasó a senador de por vida. Se dio cuenta que los ojos de todos estaban en Roma, y más, en el foro, por eso, en la medida de lo posible, no salió de la urbe y se hizo presente en el foro.

El historiador español, Francisco Pina Polo, relata que en el año 70 se llevó el juicio contra Gallo Verres, Cicerón pronunció las verrinas. Cicerón siempre actuaba como abogado defensor, pero en este caso actuó como fiscal. Gallo había sido gobernador de Sicilia y levantó excesivamente los impuestos e hizo otras malversaciones. El pueblo acudió a Cicerón y él viajó por las diferentes ciudades de la isla de Sicilia y volvió a Roma con una cantidad enorme de material para argumentar en el juicio. En la primera sesión contra Verres argumentó con datos tan precisos, que a Verres no le quedó otra salida que exiliarse, daba por buena su culpabilidad. Eso supuso un gran triunfo para Cicerón. El resto de las verrinas nunca llegaron a pronunciarse porque fue suficiente con la primera sesión, pero él las publicó. El abogado defensor de Verres era Hortensio, en aquel entonces, el mejor orador de Roma.

Cicerón aspiró a ser el mejor, que consistía en poner en práctica la virtud en el gobierno de la ciudad, y para ello había que conseguir el consulado. Antes de ser cónsul fue edil (año 69) y luego pretor (año 63). En el año 63 a.C. se convierte en cónsul. Dentro del senado los cónsules tenían un lugar privilegiado. Hacía décadas que un homo novus no alcanzaba ese cargo.

Cicerón aconsejaba a su hermano Marco que, cuando hiciera propaganda para tener un puesto, no hiciera promesas, pues luego las tendría que cumplir. El nomenclátor conocía a gran parte de la gente de la alta sociedad y del senado, acompañaba al candidato cuando bajaba del estrado; se llamaba candidato por que la toga refulgía, era cándida, blanca. El nomenclátor le decía a quien acompañaba, quién lo saludaba para que pudiera tener una comunicación acertada.

En su primer discurso Cicerón se opuso a una reforma agraria que pretendía repartir la tierra sin méritos propios.

Otro gran episodio fue la represión de la conjuración de Catilina. La conjuración puso en jaque al Estado romano. Cicerón escuchó, investigó, se aseguró de que estaba en marcha ese complot y que Catilina quería hacerse con el poder. Cicerón habló en el senado y ante el pueblo para descubrir a Catilina. Catilina salió de Roma y, ya fuera, convocó a varias tropas que tuvieron que pelear contra los legionarios varios meses. Se supo que varios del senado apoyaban a Catilina, se discutió qué hacer con ellos y se decidió que fueran ajusticiados. A Cicerón se debió haber salvado la República y fue considerado “Padre de la patria”. Éste hecho su gran triunfo en su vida política, pero luego se consideraría su mayor desgracia.

Ante la riqueza Cicerón dice que la avaricia es una enfermedad, no se puede estar queriendo cada vez más dinero. Y plantea: Rico es el que se conforma con lo que tiene, el que no quiere más, nada busca, nada apetece, nada más desea.

Cuando terminó su consulado, Cicerón se compró una casa en el Palatino, donde estaba la crema y nata de Roma y varias fincas de trabajo y de recreo.

Pasado el tiempo se le acusó de haber asesinado a ciudadanos romanos en el caso de Catilina. Cicerón alegó que fue el senado quien les dio sentencia de muerte, pero el senado no tenía esa atribución, correspondía a los tribunales. Además, esos ciudadanos no tuvieron el derecho a la apelación. Esto se convirtió en una acusación permanente contra Cicerón.

En el año 58 fue elegido tribuno de la plebe Publio Clodio Pulcro, quien promulgó una ley por la cual condenaba a cualquiera que hubiera conducido a la muerte a un ciudadano romano sin juicio. Es evidente que la ley iba contra Cicerón.

Cicerón cometió un error táctico ya que se dio por aludido y huyó de Roma. Se fue a Grecia un año y medio, lo cual supuso para él una humillación. Clodio hizo derrumbar la casa de Cicerón del Palatino, y sobre ella mandó construir un templo a la libertad. En Grecia, Cicerón escribió cartas a Ático, su gran amigo, y a otros conocidos. Pedía que le permitieran regresar a Roma. Finalmente se consiguieron los votos necesarios y Cicerón regresó a la Ciudad Eterna. Su regreso fue una alegría pues el pueblo lo amaba.

A partir de allí comenzó a presentar su exilio como algo voluntario; sin embargo, no recuperó el liderazgo político en el senado. César y Pompeyo eran ahora los favoritos. Le piden ir a los juzgados a defender causas de César o de Pompeyo, pero eso no le satisface ya que no se trata de hacer justicia sino de ganar el juicio con la retórica. Va abandonando poco a poco la vida pública y se dedica a escribir libros de retórica y sobre organización del Estado.

Cicerón recuperó su casa del Palatino y se le indemnizó. No tenía que irse de Roma, pero se fue como gobernador a Cilicia (Anatolia), lugar de habla griega, y él dominaba el griego, pero echa de menos la Urbe. Le escribe a su amigo Ático, un rico romano que no era senador, para que moviera sus influencias. En Cilicia tenía que ser juez, y lo hizo muy bien. Tenía también el mando militar, y en eso no tenía experiencia, pero trató de buscar la gloria tomando la ciudad de Pindeniso, cerca de la frontera con Siria.

Cuando regresa a Roma ve que hay una lucha feroz entre Pompeyo y César por el poder. No sabe qué hacer pues ambos lo contaban entre sus partidarios. Piensa: “Ahora me gustaría permanecer todavía más en la provincia”.

Pompeyo salió de Roma con un grupo de senadores y magistrados (error de táctica). César regresó a Roma de la Galia y se apoderó del tesoro público de Roma, de tal manera que con ese dinero se financió la guerra por parte de los cesarianos. Pompeyo se estableció con sus legiones y hombres en Tesalia, Grecia.

Cicerón pensaba más como Pompeyo y se unió a él, pero no le gustó como se comportaban los pompeyanos y se alejó de ellos. En el año 48 a.C. tuvo lugar la batalla de Farsalia entre ambos bandos. Pompeyo huyó a Egipto, pero allí lo asesinaron. César llegó a Egipto y se encontró con que Pompeyo había muerto. También se encontró con Cleopatra, con quien vivió una tórrida historia de amor.

Durante el mandato de César, que combinaba el cargo de dictador con el de cónsul, Cicerón procuró mantenerse al margen pues no estaba de acuerdo con la tiranía, fue de una finca a otra de las muchas que poseía. Entre el año 46 y el 44 Cicerón escribió la mayor parte de sus obras, entre ellas las filosóficas.

En el año 44 César fue asesinado, pero había dejado una red clientelar difícil de deshacer. Además, se dejaba un heredero: Marco Antonio. Y surgieron otros aspirantes, sobre todo un joven de apenas 20 años: Octaviano. Se abrió el testamento de César y se leyó que ese joven era declarado el heredero, así que tomó el nombre de César, aunque lo conocemos como Octaviano, y fue el futuro Augusto. Un outsider, pero que poco a poco fue cobrando importancia en la escena política.

Filípicas se llaman a una serie de discursos pronunciados por Cicerón ante el senado contra Marco Antonio. Quiere comparar sus discursos con los que pronunció Demóstenes, ateniense, contra Filipo II de Macedonia, que era un tirano. Cicerón quería que se declarara a Marco Antonio enemigo de Roma, pero no lo consiguió.

En el año 43, un tribuno de la plebe, Ticio, promulgó una ley por la que se establecía el Triunvirato, por encima del consulado, formado por Lépido, Antonio y el joven César.

Se hizo una lista de proscritos que eran enemigos de los triunviros, lo que implicaba pena de muerte. Uno de ellos era Marco Tulio Cicerón. Éste intentó huir, pero lograron matarlo por ser enemigo de Marco Antonio. Sus despojos fueron llevados a Marco Antonio.

Cicerón fue el mejor orador de Roma. Un nieto de Augusto leía a Cicerón cuando se acercó su abuelo, cogió el libro, leyó un rato y luego le dijo: “No te preocupes, puedes leerlo porque Cicerón fue un gran orador y amó mucho a su patria”.

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