La belleza, ¿salvará al mundo?

 



“La belleza salvará al mundo” es la expresión bien conocida de Dostoievsky, autor ruso y cristiano. ¿De qué belleza habla? Podemos contemplar la belleza en la naturaleza, desde la pequeña flor hasta el mar inmenso, lo bello tanto en las criaturas inanimadas como en los seres vivos, con sus múltiples gamas, variedades y coloridos. Hay personas que no saben contemplar. Sacan su celular y se dedican a tomar fotos, no a disfrutar del paisaje.

También se encuentra la belleza en el arte producido por el hombre: en la música, pintura, escultura, arquitectura, poesía, en la literatura, en el cine y más.

De modo particular se encuentra la belleza en el mundo de los valores personales, como la bondad, la valentía, la honradez, la capacidad de darse, la fidelidad a un ideal; la belleza de un cuerpo y de un alma.

Los niños y los adolescentes captan la belleza a través de “motivos” o “modelos”, como los que encuentra en el deporte, entre sus compañeros y familiares.

El buen cine combina el lenguaje simbólico del icono y la narración. Escribe B. Forte que “el cine junta el icono con su fuerza evocativa y la narración con su potencialidad de historia abierta y contagiosa” (En el umbral de la belleza, p. 139). El cine vive de iconos en sucesión continua, por eso es apto para abrir a la trascendencia –mantiene este autor-, a condición a que respete un doble no: no a manifestar la vida como algo cerrado en sí mismo, que reduzca al hombre a necesidades y apetitos; y no a reducir uno de los dos polos, lo humano o lo divino.

La belleza de Jesús y de María se manifiesta en el arte cristiano. Además, todo cristiano es una imagen viva de la belleza, como dice Ramiro Pellitero. La verdadera belleza, dice Benedicto XVI, “despierta la nostalgia de lo Indecible, la disponibilidad al ofrecimiento, el abandono de uno mismo”.

Para el cristianismo oriental hay dos principales imágenes de la belleza: los iconos y los santos. La verdadera belleza es “la belleza redentora de Cristo”, la belleza de la fidelidad que acepta el dolor y el misterio de la muerte como don de la vida.

La verdad es bella por sí misma. Supone el esplendor de la belleza espiritual. Contemplando a Cristo, cada uno se convierte en “el pintor de su propia vida” (Gregorio de Nisa). Estamos invitados a descubrir la conexión entre la verdad y el amor, es decir, la belleza del bien. Debemos aplicarnos “a mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe” (San Juan Pablo II, Bula Fidei depositum, n. 1).

Algunos educadores europeos han descubierto que la visita a museos de arte ayuda a afinar el alma, y muchas veces, después de que la juventud conoce más sobre un arte, entienden más la belleza de la fe, ya que recuerda al hombre su destino último.

Afirmaba Ratzinger: “Nada puede acercarnos más a la Belleza, que es Cristo mismo, que el mundo de belleza que la fe ha creado y la luz que resplandece en el rostro de los santos, mediante la cual se vuelve visible su propia luz” (Rimini, Italia, agosto 2002).

La pastoral debe favorecer el encuentro del hombre con la belleza de la fe. Dostoievski se pregunta: “¿Nos salvará la belleza?”. Dostoieski se refiere aquí a la belleza redentora de Cristo. Debemos aprender a verlo, si nos traspasa el dardo de su belleza, entonces empezamos a conocerlo de verdad. Entonces habremos encontrado la belleza de la Verdad, de la Verdad redentora (cfr. Ratzinger, Rimini).


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