La Santísima Trinidad

 


En unas clases en Roma sobre la Santísima Trinidad, el profesor decía que, en los seres irracionales hay un vestigio de la Trinidad, y en el hombre hay una imagen de la Trinidad.

Es necesario descubrir la presencia de la Santísima Trinidad en el alma, y aprender a gozar de ella como han sabido hacerlo los santos. San Agustín recuerda ese momento como uno de los hallazgos más importantes de su vida: ¿dónde te hallé para conocerte sino en Ti y sobre mí?... Y pensar que Tú estabas dentro de mí, y yo fuera; y por fuera te buscaba, y engañado me lanzaba sobre las cosas hermosas que creaste. Tú estabas conmigo, más yo no estaba contigo... Hasta que me llamaste, gritaste, y venciste mi sordera; brillaste, alumbraste y disipaste mi ceguera. Sentí tu fragancia, y se disparó el espíritu con el anhelo de Ti.

 San Josemaría nos decía: No estamos solos. Es una pena que los cristianos olvidemos que somos Trono de la Trinidad Santísima. Os aconsejo que desarrolléis la costumbre de buscar a Dios en lo más hondo de vuestro corazón. Eso es la vida interior.

 

En un Angelus Benedicto XVI anota: “En todo lo que existe está grabado, en cierto sentido, el ‘nombre’ de la Santísima Trinidad, porque todo el ser, hasta sus últimas partículas, es ser en relación, y así se traduce el Dios-relación, se traduce en última instancia el amor creador. Todo proviene del amor, tiende al amor y se mueve impulsado por el amor, naturalmente con grados diversos de conciencia y libertad” (7-VI-2009).

La Trinidad es el principio y origen de la creación, la redención y la santificación.

En la persona del Padre vemos al Creador de todas las cosas, Padre verdadero que, por amor a sus hijos, envió a su Primogénito y a su muy amado, a vivir en la tierra de dolor y a morir por nosotros.

En la persona del Hijo adoramos al Salvador del mundo, a la Víctima ofrecida por nuestra redención, al Señor y Maestro, al Amigo. Al Esposo de las almas.

Al Espíritu Santo lo veneramos con afecto; es ciencia, sabiduría, fortaleza, piedad y, sobre todo, amor. Sin él, ni un pensamiento bueno nos puede ser sugerido.

 

Al decir que Dios es Padre, la fe indica que es el origen de toda autoridad y que es bondad y solicitud amorosa para todos sus hijos. Jesús, el Hijo, “es la imagen del Dios invisible” (Col 1,15). Antes de su Pascua, Jesús anunció que enviaría al Espíritu Santo. El Espíritu Santo es revelado así como otra Persona divina con relación a Jesús y al Padre (cfr. CEC n. 243). No confesamos tres dioses sino un solo Dios en tres Personas. “Dios es único, pero no solitario” (Fides Damasi: DS 71).

Las relaciones trinitarias son fruto del amor y de la comunión entre las tres divinas Personas. La Trinidad es fundamento de las relaciones humanas y de cómo vivir en comunión en la familia y en la sociedad. Dios es familia, es un misterio de amor. El hombre es imagen de Dios porque es un ser para el amor.

 

En el nombre del Padre… Invocamos el más grande misterio de Dios en sí mismo. Una oración que la cristiandad ha dicho millones de veces. Nuestro primer deber es glorificar a la Santísima Trinidad, agradecer su ser y su obrar. Tenemos la alegría de conocer el misterio de Dios en sí mismo. Para esto hemos sido creados. León XIII dice que para contemplar este misterio han sido creados los ángeles en el cielo y los hombres en la tierra.

A la Santísima Trinidad no la conocieron Abraham, Moisés, David. La primera que la conoció fue María, de manera explícita.

No la conocen los musulmanes ni los judíos.

Dios es familia, es un misterio de amor. El hombre es imagen de Dios porque es un ser para el amor.

 

 

 



[1] San Agustín, Confesiones, 10, 26, 37; 27,38.


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