Madurez


Cuando conocemos a una persona madura, ¿qué nos llama la atención en ella?
Su serenidad e integración, que se comporta de acuerdo a su edad, se autocontrola y es capaz de abnegación. La persona madura es capaz de comportarse de forma estable y coherente con las decisiones tomadas. Todo esto implica autoconocimiento, realismo, es decir, pide una conducta libremente asumida después de una seria reflexión.
De algún todo todos debemos crecer en madurez y en el trato con Dios, que sería la madurez sobrenatural. ¿Cómo? Podemos empezar por oír el consejo de Miguel de Cervantes, que dice que la humildad –la verdad-, “es la base de todas las virtudes”. La verdad es exigente y quema, no es barata, dice el Papa. No puedo aceptar la mentira para que haya sosiego.
 “Todo es para bien”, San Pablo nos da esta doctrina de serenidad, de alegría.
El exceso de comodidad y de confort no ayuda. Hay muchas personas con adicciones a los celulares y a vivir con los sentidos desparramados.
Otra cosa que nos detiene a madurar es no dominar la propia susceptibilidad o no dominar el mal carácter (momentáneo o permanente). En vez de pensar con la cabeza actuamos por los sentimientos.
Cuando el egoísmo toma posesión de una persona, se inactiva toda posibilidad de virtud. Al contrario, cuando hay generosidad, hay un ensanchamiento del alma. “La ausencia de la humildad como la de la castidad apuntan a una desintegración del carácter” (Carlos Llano).
Heráclito de Éfeso escribió: Hay que mostrar mayor rapidez en calmar un resentimiento que en apagar un incendio, porque las consecuencias del primero son infinitamente más peligrosas que los resultados del último; el incendio finaliza abrazando algunas casas a lo más, mientras que el resentimiento puede causar guerras crueles con la ruina y destrucción total de los pueblos.
A veces podemos tener la escasa capacidad de diálogo; no sabemos preguntar, interesarnos, concentrarnos en lo que dicen.
Lo nuestro es también unir generaciones; ser capaces de conectar con los niños, los adolescentes, los jóvenes, la gente de edad madura y los ancianos. ¡Cuánto se aprende de observar a los niños!
Luego está la piedad, tratar a Jesucristo, eso compensa cosas que no tenemos por naturaleza. Cuando pasan los años y una persona sigue siendo la misma, uno piensa: “¿Qué hace en la oración que no se transforma?...”. Lo más seguro es que esa persona no haga oración.
Para ser maduros hay que vivir lo que dice San Pablo: “Sopórtense unos a otros”: Hay que tratar de ser positivos en la vida cotidiana. Hay que crecer allí –florecer-, donde Dios nos ha puesto. Ser capaces de tener una carga moral, de hacernos todo para todo. En una palabra: Aguantar vara.
En donde hay viñas, las suelen podar cada año, para que la vid dé frutos. Cuando no se tiene el coraje para podar sólo crecen hojas. “Cuando nos creemos dueños de nosotros mismos y con poder para juzgarlo todo, nos destruimos. Porque no estamos en una isla con nuestro propio yo, no nos hemos creado a nosotros mismos; hemos sido creados y creados para el amor, para la entrega, para la renuncia, sabiendo negarnos a nosotros mismos. Sólo si nos damos, sólo si perdemos la propia vida –como dijera Cristo- tendremos vida”. Cuando el hombre se deja podar, es cuando puede madurar y dar fruto (Cardenal Ratzinger, La sal de la tierra, p. 179).
San Pablo escribe: “Completo en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo” (Colosenses 1,24): podemos ser corredentores. Jesucristo es el único  Mediador entre Dios y los hombres (cfr. I Tim, 2.5). Pero Cristo ofrece a todos “la posibilidad de que, en la forma de Dios sólo conocida, se asocien a este misterio pascual” (Const. Gaudium et spes, 22). Cristo sufrió por nosotros dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas” (I Pedro 2,21).
Hay gente que habla y habla y escucha poco. Miguel A. Martí afirma que la incontinencia verbal es muestra de inmadurez. A veces comunicamos demasiadas cosas por un protagonismo desmedido. Oyendo hablar a una persona se puede calibrar su grado de madurez. A veces hay tal vaciedad que no se tiene nada interesante que decir.
Hay que evitar y rechazar las adulaciones siempre, no ayudan n i a quien la hace ni a quien la recibe.
Martí escribe que “el adulto llora como el niño pero de otro modo, con la queja”. No dramatizar. Ese ambiente de quejas se contagia y genera pesimismo. Por eso es importante ser feliz y hacer felices a los demás, pero eso no se puede lograr del todo si estamos peleados con nosotros mismos o con los demás.
El Papa Francisco escribe que toda palabra a María es antes don que exigencia. Eso que se me pide es un don, además Dios me da la gracia para poder ofrecerlo. Por eso María es feliz; es la Madre atenta para que no falte nada. Es importante fortalecer nuestra memoria para recordar los beneficios de Dios, porque a veces vemos sólo lo que Dios nos pide y no vemos lo que nos da.


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