Tú, ¿construyes o destruyes?
El mundo no es
malo, pero no está en Dios, por lo tanto, está en peligro.
̶ Yo no hago
nada malo.
̶ El cristiano no está para no hacer nada malo,
sino para hacer algo bueno.
Cada uno es
responsable de cómo alimenta su inteligencia y su corazón.
Es recomendable
leer libros clásicos sobre el amor, porque el amor de la tierra nos puede hacer
vislumbrar lo que es el amor infinito. Es sano preguntarse si lo que estamos
haciendo hoy nos acerca al lugar en el que quieres estar mañana.
Un niño quiso poner a prueba a un sabio
y le pregunta:
-¿Qué tengo atrás, entre las manos?
El sabio contesta:
-Un pajarito
-¿Vivo o muerto?
Y piensa el niño: si dice
"vivo", lo ahorco; si me dice "muerto", lo dejo volar. Pero
el sabio contestó:
-El futuro de ese pájaro está en tus
manos.
Sentirse parte de una colectividad lleva
a comprender que cada uno debe afrontar una parte proporcional de las cargas, y que cada uno
es, a la vez, forjador de la Historia Universal. Y esto tanto a nivel de una
nación como entre un grupo de amigos.
Cada uno tiene que calibrar cuál es su
parte o su misión en cualquier tarea que interesa a todos, tanto cuando hay que
pagar impuestos como cuando hay que lavar los platos de una comida entre
amigos. Al que es recto le sale espontáneamente impedir que otro haga la parte
que le corresponde. Es evidente que quien se vende obtiene más dinero que el
que no lo hace. Pero esta conducta sólo sería lógica para quien pensase que lo
más valioso de este mundo es el dinero. La experiencia enseña pronto que la
felicidad humana no tiene nada que ver con la cantidad de bienes materiales,
sino que es una cuestión moral. El que tiene doble cantidad de dinero no es por
eso doblemente feliz. Un niño rodeado de juguetes sofisticados no es por eso
más feliz que el que juega con barro en la calle. Lo que hace feliz al ser
humano no son los bienes materiales, sino los del espíritu: ni el amor, ni la
amistad, ni la alegría, ni la paz se pueden comprar; no tienen que ver con la cantidad.
Un pensamiento de San Gregario Magno
permite leer en profundidad esa experiencia: Las realidades materiales, cuando uno se ve privado de ellas, desea
locamente poseerlas; cuando las ha gozado, pronto se sacia y se satura. En
cambio, las realidades espirituales, mientras uno no las conoce, parecen
insignificantes e insípidas; pero, tan pronto como las ha gustado, se le tornan
indispensables, hasta el punto de que puede asombrarse de haber pasado sin
ellas tanto tiempo.
Sólo el ser humano es capaz de disponer
de sí mismo, porque no está sometido a las circunstancias, y puede establecer
compromisos donde compromete su futuro. No son los valores los que están en
crisis sino los seres humanos. No son los valores los que deben ser rescatados,
sino los seres humanos que valoran.
C.S. Lewis,
escritor inglés, dice en su libro Los cuatro amores, que los amores
humanos son realmente como Dios, pero sólo por semejanza, no por aproximación.
Si se confunden estos términos, podemos dar a nuestros amores la adhesión
incondicional que le debemos solamente a Dios. Entonces se convierten en
dioses: entonces se convierten en demonios. Entonces ellos nos destruirán,
porque los amores naturales que llegan a convertirse en dioses no siguen siendo
amores. Continúan llamándose así, pero de hecho pueden llegar a ser complicadas
formas de odio.
Lewis dice que
resulta imposible amar a un ser humano simplemente demasiado. El desorden
proviene de la falta de proporción entre ese amor natural y el Amor de Dios. Es
la pequeñez de nuestro Amor a Dios, no la magnitud de nuestro amor por
el hombre, lo que lo constituye desordenado. Hasta aquí, Lewis. Es decir; si
absolutizamos a un ser humano, éste se convierte en nuestro dios, en “ídolo” y
nosotros en idólatras.
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