Sobre la Cuaresma
Su mamá le explicó: “No, es de
las palmas del Domingo de Palmas”.
La Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo no tiene paralelo en la historia por su brutalidad. Es el crimen más
monstruoso de la historia. A Jesús le costó mucho sufrir su Pasión, por eso
podemos meditarla como un modo de agradecer lo que hizo por nosotros. Da más
fruto la meditación de su Pasión una hora que tres días de retiro.
¿Qué es la Cuaresma? Es una etapa que recuerda los
40 días que Jesús pasó en el desierto haciendo oración y ayunando. La abstinencia
consiste en no comer carne roja ni de ave (sólo pescado), o ningún tipo de
carne. El ayuno consiste en comer menores cantidades que en días
normales. Así, tomar un café con leche y un pan –o pan y agua- en el desayuno,
hacer una comida normal, cenar poco y no comer entre comidas. Otro modo de
hacer el ayuno consiste en hacer las 3 comidas a base de pan y agua. El ayuno
debe de ir acompañado de buen humor.
Dijo Jesús: Cuando ayunes, no
pongas tu cara triste, sino perfuma tu cabeza y lava tu cara, “y tu Padre que
ve en lo secreto, te recompensará” (Cf. Mateo 6, 16-17). En Oriente ayunan
todos los viernes; en Occidente ayunamos dos veces al año; hemos perdido algo
valioso. “El ayuno riguroso es penitencia gratísima a Dios”, dice Josemaría
Escrivá (Camino 231).
El ayuno remueve el Corazón de
Dios, ayuda a tener dominio sobre nuestros instintos y aumenta la libertad del
corazón. Existen también los “ayunos” de caprichos, de egoísmo, de amor propio,
que son los mejores pues fortalecen el carácter y la voluntad.
Los
40 días de cuaresma pueden servir para meternos en nuestro interior y descubrir
lo que no sabemos de nosotros, podemos así conocer las heridas que llevamos,
nuestra debilidad y la necesidad que tenemos de la fortaleza de Dios. Y nos
preparamos para la revelación de Dios, de su misericordia, de su amor nuevo.
Dios tiene una palabra para cada uno de nosotros, pero a veces no lo oímos por
falta de recogimiento. Esta cuaresma podemos darle a Dios tiempo de oración
para orar. Podemos leer el Catecismo de
la Iglesia para prepararnos a la revelación de la misericordia de Dios.
Nuestras
soluciones son superficiales, no así las soluciones de Dios. Cuando ayunamos,
oramos y nos mortificamos, encontramos la solución a muchas interrogantes.
A
veces uno se pregunta: ¿qué sacrificios se pueden hacer, además del ayuno?
Quizás podrían ser algunos de los siguientes: cumplir el pequeño deber de cada
instante con alegría, vencer la flojera y la soberbia, comer lo que no gusta
(aunque sea una cucharadita); no ver películas, escuchar poca música, usar
menos el celular para poder mirar de frente a las personas, vivir la paciencia
y la caridad; ponerse de rodillas, con la frente en el piso, y orar así:
"Señor, yo te amo, te adoro, creo y espero en Ti. Te pido perdón por los
que no aman, no adoran, no creen y no esperan", oración que el Ángel les
enseñó a los pastorcitos de Fátima.
La propuesta de Dios para cada
Cuaresma es grande: es hacernos nuevos. Cuaresma es tiempo de conversión;
convertirse es buscar a Dios. Significa cambiar de rumbo en el camino de la
vida: pero no con un pequeño ajuste,
sino con un verdadero cambio de sentido. Conversión es ir contracorriente,
donde la “corriente” es el estilo de vida superficial, que a menudo nos hace
esclavos del mal. La conversión es una elección de fe que nos lleva a la
amistad íntima con Jesucristo. La Cuaresma permite comprender la relatividad de
los bienes de la tierra. ¿Puede haber felicidad auténtica prescindiendo de
Dios? La experiencia demuestra que no se es feliz por el hecho de satisfacer
las expectativas y las exigencias materiales, dice S.S. Benedicto XVI, la única
alegría que llena el corazón es la que procede de Dios. Tenemos necesidad de la
alegría infinita (Cuaresma 2008).
Cuando tomo ceniza reconozco
lo que soy, una criatura frágil, hecha de tierra, pero hecha también a imagen
de Dios y destinada a él (Benedicto XVI, M. Ceniza 2010).
Benedicto XVI explica que la
Cuaresma es el tiempo privilegiado de la peregrinación interior hacia Aquél que
es la fuente de la misericordia. Es una peregrinación en la cuál Él mismo nos
acompaña a través del desierto de nuestra pobreza, sosteniéndonos en el camino
hacia la alegría intensa de la Pascua (2006). El Papa Emérito también dice que la
Cuaresma es como un largo “retiro” durante el que debemos volver a entrar en
nosotros mismos y escuchar la voz de Dios para vencer las tentaciones del
Maligno y encontrar la verdad de nuestro ser. Podríamos decir que es un tiempo
de “combate” espiritual que hay que librar juntamente con Jesús, sin orgullo ni
presunción, sino más bien utilizando las armas de la fe, es decir, la oración,
la escucha de la Palabra
de Dios y la penitencia. De este modo podremos llegar a celebrar verdaderamente
la Pascua ,
dispuestos a renovar las promesas de nuestro Bautismo (cfr. Benedicto XVI, L’Osservatore
Romano, Año XLII, n. 9, 27 feb-5
marzo, 2010, p. 3).
“Las
dificultades que presenta el panorama mundial en este comienzo del nuevo
milenio nos inducen a pensar que sólo una intervención de lo alto (...) puede
hacer esperar un futuro menos oscuro”, escribió Juan Pablo II (Rosarium Virginis Mariae, 49). El
cuidado de la paz reclama de cada uno un constante dominio de sí mismo. Si en
el corazón de las personas persisten rencores y malquerencias, no puede
germinar allí la paz. Se debe purificar el alma del afecto al pecado. De allí
la importancia de la propia lucha interior y de que cada uno se proponga
pequeñas y grandes ascensiones en la vida espiritual.
Un ejemplo de espíritu de
penitencia lo tenemos en Jacinta y Francisco, los pastorcitos
portugueses, dos niños de 7 y 8 años beatificados por Juan Pablo II, para
quienes "ninguna mortificación y penitencia eran demasiadas para salvar a
los pecadores".
A una santa de los tiempos modernos Dios
le reveló: Aun cuando Yo os amo a todos y
en todo momento, considero con un amor particular a aquellos entre mis hijos
que están sufriendo. Los miro con una mirada mucho más tierna y afectuosa que
la de una madre. Te lo digo y repito yo, que hice el corazón de las madres.
Contadme cuál es vuestra pena, pequeños míos que estáis ya en mi corazón… (Bossis, 1, 287).
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