Deseamos ser felices
Queremos ser felices y toda nuestra actividad se encamina a
conseguirlo, pero no podemos ser felices al margen de Dios.
Siempre hemos tratado de hacer las cosas bien a pesar de
los tropiezos y equivocaciones. El Señor nos ha dado inteligencia para que
busquemos y encontremos la Ley, no tenemos la libertad de inventarla. Preguntamos
a las personas qué opinan de esto o de lo otro. También hay que preguntarle a
Jesús qué quiere y pedirle nos haga ver su voluntad.
Un experto en matrimonio expone: “La genealogía de la persona es la genealogía de su libertad, esto es de
su capacidad de amar, esto es, de hacerse don de sí. Dice la Carta a las
Familias: ‘¿Quién puede negar que la
nuestra sea una época de gran crisis, que se manifiesta ante todo como profunda
"crisis de la verdad?" Crisis de la verdad, significa en primer
lugar, crisis de los conceptos’. (13,5). Y son precisamente aquellos conceptos
los que han entrado en crisis”.
La
persona humana encuentra su cuna, no solo biológica sino espiritual, en la
comunidad de la familia. Santo Tomás habla de la necesidad para el hombre, no
sólo de un útero físico para su desarrollo, sino también de un útero
espiritual, constituido por la comunión conyugal de los padres.
¿Cuál
es la razón profunda de este nexo entre familia y genealogía de la persona? se
da un nexo, de derecho inseparable, entre el ejercicio de la sexualidad, amor
conyugal y procreación de una nueva persona. La percepción de este nexo tiene
una importancia decisiva para comprender toda la doctrina del matrimonio.
En el
ser-hombre y en el ser-mujer está inscrito un significado que no pertenece a la
libertad de inventar, sino sólo a la de descubrir e interpretar en la verdad.
La masculinidad y la femineidad son un lenguaje dotado de un significado
originario. No son un dato puramente biológico apto para recibir cualquier
sentido que la libertad decida atribuirle. ¿Cuál es este significado? Es el don
total de sí al otro. El lenguaje de la masculinidad / femineidad es el lenguaje
del don total. Es lenguaje intrínsecamente, esencialmente esponsal, conyugal.
Hay un nexo de derecho indeleble entre el ejercicio de la sexualidad y la
conyugalidad.
No lo
olvidemos: el hombre se sintió solo y Dios no creó otro hombre. Creó la mujer.
Es la posibilidad de una civilización del don la que es destruida con la
anticoncepción al desarraigar la procreación (y la genealogía) de la persona de
la comunidad conyugal y de la actividad sexual.
El
crecimiento de la persona es crecimiento de su libertad, esto es, de su
capacidad de amar, de entregarse a sí misma en la verdad. La comunidad familiar
se construye en dos relaciones interpersonales, la relación conyugal y la
relación parental.
El
hombre alcanza su plenitud puesto frente a la mujer. Es el momento en que se
descubre llamado a una comunión, capaz de realizarla porque está al frente de
otra persona. Hay aquí un misterio muy profundo.
No
existe un vínculo de mutua pertenencia más radical que el de la pertenencia
conyugal. No existe un acto de libertad más grande que el acto con el cual dos
esposos se entregan. El hombre que es concebido, es una persona, única e
insustituible en su valor infinito. Cada uno de nosotros existe porque ha sido
pensado y querido por Dios.
Hay quienes dejan a los hijos a “su aire” porque son
mayores de 18 años y están solteros. El abandono de hogar es un delito
tipificado en la ley. Se vincula al hecho de marcharse de una casa, dejando
solos al resto de los convivientes. En Derecho se refiere a lo que ocurre
cuando un integrante de un matrimonio se aleja de la residencia compartida sin
causa justificada. La ley establece que la pareja unida por el matrimonio debe
desarrollar una convivencia estable. Si una de las personas se aleja de su casa
por un tiempo prolongado y sin un motivo justificado, estará violando el
cumplimiento de uno de sus deberes matrimoniales y, de este modo, incurriendo
en un delito. El asunto se torna menos malo si se les sostiene económicamente,
pero eso no basta.
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