La devoción a nuestra madre, la Virgen
Jesús –decía San Ignacio de Antioquía- es “hijo
de Dios y de María”. Esta frase, en toda su sencillez, contiene una verdad que
da vértigo. María se ve colocada al lado de Dios. María es la única persona que
le puede decir a Jesús lo que le dice el Padre desde toda la eternidad: “Tú
eres mi hijo, yo te he engendrado”.
San Josemaría escribía: “Si no hay devoción a
María no puede haber nada: las almas están como si no tuvieran fundamento para
la vida espiritual” (Tertulia 23-X-1972). Y continuaba en otro momento: “Si se tiene
la desgracia de separarse de Dios por el pecado, o está a punto de separarse
porque le va entrando la tibieza y la desgana, entonces acude a la Santísima
Virgen y encuentra otra vez la fuerza; la fuerza para ir al confesonario y
abrir bien la conciencia con gran sinceridad, sin que haya secretos a medias
con el diablo”. Levantarse de una caída cuesta, y cuesta más a medida que pasan
los años.
La desesperanza es un enemigo sutil que nos
lleva a encerrarnos en nosotros mismos. Pensamos que hemos defraudado a Dios,
sin embargo, ¡Él nos conoce perfectamente! A cada uno nos podría decir, como a
Jeremías: antes de plasmarte en el seno materno te conocí (Jer 1,5). Por
eso, su amor por nosotros constituye una seguridad firme: sabiendo cómo somos,
Dios nos ha amado hasta dar la vida por nosotros… y no se ha equivocado.
San Juan Bosco decía: “Si amamos a María
veremos lo que son los milagros”, y es así porque el nombre de María es
portentoso. Mueve el cielo y la tierra.
Reginaldo Garrigou Lagrange cuenta que como
dominico joven estudiaba y estudiaba a Santo Tomás, y en un momento dado tuvo
una gran crisis afectiva, y se planteó ¿es que mi vida va a ser sólo estudiar?
Su director espiritual le dijo: Cada noche
cuando te vayas a dormir, en vez de hacer examen riguroso simplemente ponte a
conversar María como conversabas con tu mamá en tu infancia, ábrele tu corazón,
muéstrale tus miserias con una absoluta confianza y te sentirás enormemente
confortado. Así lo hizo. Iba en una dirección peligrosa pues se basaba en
sus fuerzas. Para nuestra Madre del Cielo jamás dejamos de ser pequeños. Los
niños no quieren separarse de su mamá. Vamos bien si estamos muy cerca de Santa
María.
Hay tres frases de la Virgen que no hay que
olvidar:
No tienen vino:
confiar en que la Virgen presenta a su Hijo nuestras necesidades.
Haced lo que él os diga, aconseja:
danos luz para saber lo que Jesús nos dice.
He aquí a la esclava del Señor:
ante la llamada de Dios, que no tenga otra respuesta para Él que el “sí”.
La Virgen “adelantó los tiempos” en las bodas
de Caná. Pedir para que se adelanten los tiempos. La oración ante el Sagrario
es un modo de adelantar los tiempos. Cuando comulgamos se adelanta la hora:
entra el reino de Dios a ti y al mundo. La gracia es el vino de nuestra vida,
es la alegría de nuestra vida. El que reza es una persona esperanzada. El que
no espera no reza. La piedad es un don del Espíritu Santo. El campo que da más
fruto es el que se roturó, se cultivó y se regó; es un campo trabajado y eso
pide tiempo. La fe, aparentemente débil, es la fuerza del mundo.
San Juan XXIII escribía: “Asemejarse a María
significa amar la humildad y la sencillez, la pureza de costumbres y la
mansedumbre de palabra, de trato, de corazón, el amor a la casa y al trabajo
cotidiano”.
Dice Benedicto XVI que la Virgen es el icono de
la Iglesia, por tanto, es el icono de cada alma, señala las características del
proyecto de Dios. Es vida, dulzura y esperanza nuestra. Nadie como ella ha
anhelado la salvación, y nadie como ella recibe la salvación.
FIN
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