Tiempo para el Gran Encuentro
Tiempo para el Gran Encuentro
Robert Barron
El cristianismo es el
encuentro con una Persona, con Jesucristo, y la Santa Misa es el Gran Encuentro
con Jesucristo. En la Misa lo encontramos a Él en persona. Primero conversamos
con él y luego vamos a un banquete con él, donde nos da su Sangre y su Cuerpo.
No hay encuentro más íntimo. Hay allí un misterio. El misterio es algo concreto
que te pone en contacto con la realidad divina.
Romano Guardini,
teólogo alemán, afirmaba que la liturgia de la Misa es la suprema forma de
jugar. Trabajas para algo, en cambio se juega por jugar, no tiene propósito por
eso el juego es más precioso que el trabajo. Los niños entienden que jugar es
la cosa más seria. Jugar es lo más elevado, lo más sublime que podemos hacer. El
cielo es eso, no hacer nada útil, es disfrutar de la presencia de Dios.
En ese acto de
adoración nos damos cuenta quien somos y quien hemos de ser, encontramos
nuestra identidad más profunda. La Misa es el acto supremo de adoración. La
palabra adorar viene del latín ad ora,
“de la boca de”. Cuando adoramos estamos alineados, boca a boca, con Dios. Esa
es la visión bíblica de la vida buena, de la vida ordenada. ¿De dónde viene el
problema? La raíz del descamino está en la soberbia, en buscar la propia
satisfacción. Para conocer a alguien, todo lo que necesitamos saber de ella es
“¿qué adoras?”. Hay un elemento cósmico en cada Misa. La Misa es la Gran
Oración donde se ordena nuestro ser a Dios.
En la Misa todo es
intencional. Al principio pedimos perdón por nuestros pecados. La homilía es
una extensión de la Palabra de Dios, está hecha para despertar y ver cómo
encajo en la escena; pero al mismo
tiempo es respuesta a nuestra experiencia humana. Si leemos la escena de la
mujer samaritana en el pozo de Sicar, cada persona en la comunidad es la
samaritana. Todos somos también de algún modo Pedro negando a Cristo. La
respuesta a muchas cosas claves están en la Biblia.
Estoy orgulloso del
Credo de Nicea, que rezamos en Misa. Arrio, presbítero del siglo II-III, veía a
Cristo con una óptica mitológica: casi Dios y casi humano. Con esa visión se
destruye a la Iglesia. El Concilio de Nicea da la respuesta de definición de la
naturaleza de Cristo: Dios de Dios, luz de luz, de la misma sustancia que el
Padre.
Cuando acaba la
liturgia de la Palabra, viene el ofertorio: se presenta el pan y el vino. Nos
preparamos para la dimensión sacrificial de la Misa. Dios no necesita
sacrificios, pero el ser humano necesita darle a Dios algo; él hizo todo. Es
regresarle a Dios lo que Él nos ha dado. La adoración es esencial para
nosotros.
Se ofrece pan, que
también implica todo el trabajo que ha supuesto hasta tenerlo a la mano. Pan y
vino son pequeños regalos. Somos sacerdotes de la creación, para regresar la
creación a Dios, simbólicamente, no porque Él los necesite, sino porque
nosotros necesitamos ofrecerle a Dios algo, todo. Somos sacerdotes del cosmos
al regresarle a Dios la creación. El vino simboliza compañerismo, y todo eso se
regresa al Padre. “bendito seas Señor, Dios del universo”, es la oración del baraká… Te ofrecemos pan y vino y va a
regresar a nosotros como el Cuerpo y la Sangre de Cristo, con su humanidad y su
divinidad.
Es adorable como
empieza el Prefacio: “Levantemos el corazón”. Cuando Cristo sea levantado
atraerá todo hacia Sí. Vamos rumbo a la montaña sagrada. Kadosh, kadosh, kadosh, Santo, santo santo, es lo que los ángeles
cantan, y nos unimos a ese canto. Arrodillarse es un signo de oración y de
adoración.
La palabra de Dios
cambia la realidad. Dice: “Lázaro ven fuera”, y viene fuera. La presencia real
de Cristo en las especies sacramentales hace posible la comunión, las palabras
de la consagración transustancian las especies. Somos lo que comemos, nos cristificamos cuando participamos en el
Cuerpo y la Sangre del Señor.
El simbolismo es hermoso,
pero aquí no hay símbolos sino realidad. ¿Por qué las palabras de la
consagración tienen ese poder transformativo? Hacen real lo que dicen las
palabras por el poder de Dios. No son palabras del sacerdote, son palabra del
mismo Cristo. Es el momento cumbre de la Misa. Ofrecemos al Padre a Cristo
mismo. La sangre y el cuerpo están separados, vino y pan, evoca la crucifixión.
Cristo está presente en este Supremo Sacrificio.
Rezamos el Padrenuestro
hasta que Cristo está presente en el altar. Bienaventurados los invitados a
esta mesa, a la Eucaristía. Las palabras más sagradas después de las ya
mencionadas son “Id en paz”. Vayan a compartir lo que han recibido. Cruzando la
puerta hay tierra de misión. ¿Por qué nos alejamos de esta realidad? ¿Por qué
nos alejamos de la montaña sagrada? ¿Por qué la gente se mantiene al margen de
este Sacrificio?
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