Flojera, pereza, desidia
“Queridos jóvenes, no venimos a
este mundo a vegetar, a pasarla cómodamente, a hacer de la vida un sofá que nos
adormezca; al contrario, hemos venido a otra cosa, a dejar una huella”. Estas
palabras del Papa Francisco en la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud
en Cracovia motivan para hacer proyectos solidarios en zonas necesitadas. El
problema puede ser, más que la falta de tiempo, la flojedad, la desgana.
La pereza es la negligencia,
el tedio o el hastío para realizar actividades sean físicas o intelectuales. Es
un vicio capital ya que genera otros males. Los seres humanos tienden a no
malgastar energía si no hay un beneficio a corto plazo. A los que evitan
realizar una actividad que no trae un beneficio instantáneo se les llama vagos o perezosos. A veces se debe a que
están mal alimentados o padecen alguna enfermedad, pero otras veces se debe a
que no tiene la voluntad fuerte, la debida preparación, les falta un motivo
para hacerlo o no le han encontrado sentido a la vida.
La flojedad es la falta de
fuerza física o moral. El perezoso piensa: “no hagas parado lo que puedes hacer
sentado. No hagas sentado lo que puedes hacer acostado. No hagas mañana lo que
puedes hacer pasado mañana”, y así, no progresa o avanza muy poco.
Un joven que está en la
cárcel reflexionó: “Estoy aquí porque mi regla de vida era hacer lo que me
gustaba no lo que me convenía”. El ser humano está hecho para amar, trabajar y
servir, y eso lo hace sentirse pleno.
La tristeza es mala
compañera, y puede presentarse con varias facetas: celos, envidia, acidia,
pereza, melancolía, depresión. Si alguien tiene este tipo de tristeza debe
ponerse a trabajar como si no pasara nada.
Lo más valioso que tenemos
es el tiempo, si ya lo damos en el trabajo o en la familia, démoslo con
alegría, sino de nada sirve. No podemos atenernos a lo que “nos toca”, pues
muchas veces con esa careta justificamos que nos falten virtudes, es decir, buenos
hábitos.
Hay jóvenes que empiezan los
estudios de Secundaria o Preparatoria y luego los abandonan porque otros los
abandonaron, o porque estudiar supone esfuerzo, tesón, constancia en la
asistencia a clases, y no llegan a saborear las delicias de aprender cosas
nuevas, útiles para un futuro próximo o para la propia capacitación. Las minorías escandalosas dicen ¿para qué estudiar? ¿Para qué
esforzarse? …Esperan un cambio que va a venir, no se sabe de dónde. Tal vez han
perdido la esperanza, que lleva a la acción. La esperanza no es pensar
que algo va a salir bien, sino la certeza de que ese algo tiene sentido.
La pereza intelectual es
sencillamente no querer pensar, no poner esfuerzo para cultivarse y para aprender
nuevas cosas. No se trata de memorizar teorías sino de plantearse si aquello
que leo u oigo es verdadero o no lo es. Se trata de cuestionarse si lo que dice
el periódico o el libro es la verdad o es una manipulación. Hay que atreverse a
pensar y a seguir pensando. Hay
que ir a las causas, no a los efectos.
Pensar en lo que hacemos: ¿es bueno o malo?, ¿es dañino o benéfico?, ¿por qué
lo hago?
En la película
El Gladiador se oye este diálogo.
—¿Por qué no me
nombras tu sucesor? -, le dice el hijo al emperador .
—Porque para
gobernar hacen falta cuatro virtudes: prudencia, justicia, fortaleza y
templanza, y tú no las tienes.
Esas cuatro
virtudes se llaman “cardinales” porque son el quicio donde se apoyan todas las
demás virtudes morales. Santo Tomás de Aquino dice que la fortaleza consiste en
“acometer el bien sin detenerse ante las dificultades”, y en “resistir los
males y las dificultades evitando que éstas nos lleven a la tristeza”. La
esencia de la fortaleza no es vencer dificultades sino obrar el bien, cueste lo
que cueste, y esto es lo que le falta al perezoso porque muchas veces no tiene
ideales.
Decía Séneca que
“no nos falta valor para emprender ciertas cosas porque son difíciles, sino que
son difíciles porque nos falta valor para emprenderlas”. El hombre es un conjunto de miedos y resistencias que deben ser
vencidas por la virtud de la fortaleza.
Ahora
se ve que la juventud tiene un panorama de una sexualidad sin límites y eso
adormece y narcotiza el alma, además disminuye el espíritu crítico sano.
Un día María Natalia
Magdolna –de Eslovaquia (1901-1992)-, de las Hermanas de Santa María Magdalena,
le preguntó a la Virgen María:
− ¿Qué pecados te duelen más
a ti y a Jesús?
− Los dos pecados más grandes
son la blasfemia y la pereza para hacer el bien. El tedio, la pereza está
ampliamente extendida en el mundo. Esto implica la negligencia, la indiferencia
ante los deberes. La pereza es el principio de muchos pecados, tanto del cuerpo
como de alma; es una enfermedad que sólo el amor de mi divino Hijo puede curar.
Una vez que el amor de Jesús se ha encendido, jamás podrá extinguirse…
En el corazón de muchas
madres arde el dolor por el estado espiritual de sus hijos, por su conducta
inmoral, por su acedia o acidia. La pereza se llama
acedia cuando se refiere a las cosas de Dios y a los bienes espirituales.
Iniquidad en el diccionario hebreo,
significa tener malos hábitos, hábitos sucios, mala conducta; además, lo que
atrae la maldición. Lo sucio ensucia. La maldad es algo externo. Lo inicuo es
más profundo que la maldad, daña profundamente. Lo inicuo se aprende, se
adquiere, no se hereda. La influencia de la familia es indiscutible pero hay
que contar con la libertad de sus miembros, que a veces se usa mal. La semilla
buena cae en tierra buena y da fruto.
Estamos rodeados por el mal, si dejamos
de estar bajo la cobertura de Dios, el mal nos ataca, nos invade. El mal está
actuando. El mal está en el mundo por la mala decisión del hombre, y le
seguimos dando cabida. El demonio aparece en el Génesis como una serpiente, y
en el Apocalipsis como un dragón con coronas, ¿quién le dio esas coronas? El
ser humano le dio poder, que eso significan las coronas. Cada vez que nos
apartamos de Dios le damos poder, le ponemos coronas. El mal no viene de Dios,
viene del demonio y de nuestras pasiones desordenadas.
Ante nuestra debilidad para hacer el
bien está el remedio de la repetición de actos buenos para adquirir buenos hábitos
o virtudes, y también está el Sacramento de la Reconciliación o Confesión. El Salmo
32, 3-5 (o 31) dice así: Tu perdón borra nuestros pecados y rebeldías, Mientras
no te confesé mi pecado las fuerzas se me fueron acabando. Tu perdón me llega
como una bendición.
Ahora, una frase de Thomas Chalmers: “La dicha de la vida consiste en tener
siempre algo que hacer, alguien a quien amar y alguna cosa que esperar”.
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