"Iglesia Cristiana" falsa



Los llamados de la “Iglesia Cristiana”, que tiene cerca de 180 años, nos han robado el nombre a los católicos, pero no quieren hablar de sus orígenes. Dicen prácticamente lo mismo que los protestantes. Uno de sus líderes, Armando Alducín, afirma: “Pasaron casi 350 sin que hubiera Papa, hasta que el emperador Constantino lo puso. A ver, ¿díganme quién le siguió a Pedro? Y le auditorio permaneció callado. ¡Qué pena que haya católicos tan ignorantes! Los siguientes Papas fueron: Lino, Cleto, Clemente Romano, Evaristo, Alejandro, Sixto, Telésforo, Iginio, Pío I y así se sucedieron sin interrupción hasta el Papa Francisco; y este es nuestro orgullo: Que la sucesión apostólica no se ha roto desde San Pedro. Armando Alducín afirma que el papado apareció en el siglo VI y alcanzó su cenit en el XIII. De él n o podemos que sea ignorante, es un hombre de mala fe que pretende llevarse a los católicos a su secta.
La “Iglesia Cristiana” es nueva, el cristianismo –con el que se pretenden confundir, tiene 21 siglos de vida. Desde el inicio el cristianismo vivió la fracción del Pan, la devoción a los santos y mártires y a la Virgen María, tesoros que les quitan a los cristianos que se “bautizan” en esa secta.
Una “maestra” se esta secta se escandalizó de que una católica leyera el libro de la Sabiduría porque era “falso”. Desconoce que la versión bíblica que usaron San Pablo y los primeros cristianos era la Versión de los Setenta, y esta versión lo incluye.

José Orlandis, historiador, comenta: Entre 1930 y 1960 entró la primera oleada de sectas procedentes de Estados Unidos, que se extendieron por México,  América Central y  del Sur. En los últimos tiempos, la invasión ha sido mucho más extensa, miles de “misioneros han aparecido con el propósito de “protestantizar” la América meridional. Su número de incrementa tras la “nacionalización” de los movimientos sectarios, dirigidos cada vez más por “nativos”.

La propaganda de las sectas ha contado con cuantiosos recursos económicos. La población católica se halla indefensa por la escasa formación doctrinal y el vacío pastoral provocado por la escasez de vocaciones. Esa propaganda les ofrece una vida cristiana más fácil y simplista, y además les proporciona ventajas materiales. (Cfr. José Orlandis, La Iglesia Católica en la segunda mitad del siglo XX. Ed. Palabra, Madrid 1998, p. 243).

Las sectas suelen admitir la Sagrada Escritura, pero la interpretan a su modo. A veces se aferran a la literalidad.
Manuel Guerra Gómez, experto en sectas, nos habla de algunas de sus características. Guerra es autor de un libro de 640 páginas, titulado: “Los nuevos movimientos religiosos (Las sectas): Rasgos comunes y diferenciales”, EUNSA, Pamplona, España. Dice así:
Los fundadores y líderes de las sectas de influencia cristiana desplazan a Jesucristo, a quien, no obstante, ponen en un sitio de honor y, en su lugar, se ponen a sí mismos. De esta manera se confirma, casi tantas veces como sectas hay, que el hombre o adora al Dios verdadero o se talla la imagen de un ídolo. Varios grupos, sobre todo de los denominados “esotéricos, gnósticos, etc.”.
Los nuevos movimientos religiosos tienen un modo de ver al ser humano y al más allá incompatible con el cristianismo. El rigor y la estrechez de miras de algunas sectas, se traducen también en el fanatismo de las creencias y en el trato con los no pertenecientes a la propia secta.
Unos grupos se inclinan por el rigorismo ascético (se sacrifican de más) y otros grupos, al revés, caen en el desenfreno moral, pues aconsejan la promiscuidad sexual, la prostitución, la homosexualidad (Niños de Dios, Agora, CEIS, Edelweis, La Comunidad, etc.) con el agravante de que su fanatismo le impulsa a convertirlo en algo “sagrado” y objeto de propaganda.
En resumen, los rasgos específicos de una secta es que se trata de un “grupo autónomo, no propiamente cristiano, de estructura piramidal, sin crítica interna, fanáticamente proselitista, desentendido de la “cuestión social”, exaltador del esfuerzo individual, que no acepta la Biblia como única fuente escrita de la Revelación divina y espera el inminente advenimiento de una Era nueva intramundana, ya “colectiva” o especie de paraíso en la tierra tras una catástrofe cósmica (fin del mundo, guerra mundial) o sin ella, ya “individual” o de una transformación-autorrealización maravillosa del adepto”.
La persona feliz, madura, plenamente realizada, no suele incorporarse a una secta. Los insatisfechos necesitan alguien que se interese por ellos, les hable, les oriente. La confusión generada por la crisis de valores repercuten en el individuo que experimenta la necesidad de sentirse seguro, salvado, hasta de una manera emocional.

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