Suena la hora de reflexionar sobre la propia vida
Con todo mi cariño te suplico que mires tu vida ya que
el tiempo es breve. Te sugiero que te hagas algunas preguntas; unas las
propongo yo; otras, proponlas tú. Mi interés es que estés consciente del regalo
que supone la vida y que examines como correspondes a este don maravilloso. La
vida es como una parcela que se ha de cultivar cada día, ya que no tenemos
seguridad del tiempo que vamos a vivir. En su infinito amor, Dios nos dio la
libertad, otro gran don, pero este don se puede usar bien o mal, dependiendo de
la voluntad de cada uno. Podemos rectificar, perdonar, pedir perdón o no
hacerlo. Y lo admirable es que Dios respeta esas decisiones.
Piensa: ¿Cómo te sientes contigo mismo? ¿Estás del
todo satisfecho o qué sientes que te falta “algo”? ¿Qué decisiones vas a tomar
para ser mejor y hacer mejores a los demás?
Hay una pregunta clave que todos hemos de hacernos: ¿A
quién amo más? La realidad es que dedicamos tiempo a lo que nos interesa
realmente. ¿Cuál es tu interés especial ahora mismo?
Cuando Jesús pasó por la tierra le preguntaron: “Maestro,
¿cuál es el primer mandamiento?”. Y Él contestó con la Escritura: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y lo
amarás con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda
tu mente”. Y, sin que le preguntaran más, Él añadió: Y el segundo es: “Amarás al prójimo como a ti mismo”.
Son preguntas fundamentales pues, cuando nos
presentemos ante el Juicio de Dios, de lo único que nos van a examinar es sobre
el amor a Dios, a la familia, a la ecología, a la propia vocación, al trabajo,
al prójimo, a los amigos.
Examina ¿cuánto tiempo a la semana le dedicas al
Señor? A conocerlo a través del trato, a leer la Biblia, a escuchar alguna
plática. El Creador es quien te da hado vida; te ha dado tiempo, inteligencia, salud
o enfermedad, penas y alegrías, es decir, lo que necesitas. Dios no nos da lo
que queremos, nos da lo que necesitamos. Él ama la solidaridad, la generosidad,
la clemencia, la pureza de intención, la castidad y muchas cosas buenas. A
veces nos suceden cosas como un accidente de carro, una enfermedad, un robo o
un peligro cualquiera, y hay que saber que con esos hechos Dios nos quiere decir “algo”. Si no estamos atentos, no alcanzamos
a advertirlo.
¿Cuánto dedicas a la diversión, al entretenimiento y a
las actividades lúdicas? Es necesario descansar y bromear, pero todo tiene su
lugar. Tener amigos da felicidad, dijo Aristóteles. Ahora bien, ¿fomentas la
amistad con el Amigo? Él toca a diario a tu puerta. ¿Cuánto tiempo dedicas al
cine, a internet, al celular, a las fiestas, al deporte, a viajar o a ir a
tomar una copa? Haz tus cuentas. ¡El tiempo es muy valioso! ¿Cuánto tiempo
dedicas a hacer felices a los de tu familia?... ¿Cuánto piensas en sus
necesidades de tiempo, de cariño, de algún servicio o compañía?
Durante el día a día, ¿qué tanto te acuerdas de que
Dios te ve, te ama, te espera? Él espera tu conversación, desea tu amistad.
Siendo el dueño de todo, nos da la libertad de amarlo o de rechazarlo. No
quiere nada a la fuerza. Lo contrario del amor no es el odio, es la
indiferencia. A veces le damos chance de meterse en nuestra vida a varias
personas –hasta a los chamanes-, pero a Dios no le damos ese chance, y Él lo
espera, ¡te lo aseguro!
Esta especie de examen es, sobre todo, para que tú
veas cómo inviertes el tiempo, el recurso más limitado que tenemos. Benedicto
XVI dijo alguna vez que el mal más grave es que la gente no piensa. Y es verdad;
la gente joven vive como “narcotizada”. Es prioritario reflexionar sobre lo que
hacemos cada día y para qué lo hacemos. Muy pronto, viene la eternidad: “para
siempre, para siempre, para siempre”.
Un observador decía: Sin lo sacro, la esencia de la humanidad
es la desunión, la mera coexistencia e incluso el enfrentamiento, fenómenos que
descansan en la autoidolatría, en
virtud de la cual todo es visto bajo una perspectiva errónea; de esta suerte,
al final el ser humano no entiende a Dios ni al mundo ni a los demás, ni
siquiera se entiende a sí mismo. El “Espíritu Santo” crea comprensión, porque
él es el amor que brota de la cruz, de la renuncia de Jesús a sí mismo.
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