Entronización de la Biblia en tu hogar
Entronizar es hablar de las cualidades de alguien, también
significa poner en el trono o darle
la autoridad real a una persona. Entronizar la Biblia es darle un lugar
preferencial. Hay quien entroniza a sus hijos porque les alaba mucho. Para
entronizar a la Biblia, se le puede colocar sobre una mesa, un atril o la
estantería de un mueble. Esto se puede hacer en septiembre o en una fecha
significativa para esa familia.
Todos los años, en el mes de septiembre, la Iglesia
celebra el mes de la Biblia porque el 30 de septiembre es el día de San
Jerónimo, traductor y estudioso de la Biblia. Este mes damos un lugar
preferente a la Palabra de Dios con la entronización. Basta con encontrarle ese
buen lugar, poner flores y/o un cirio, besarla, persignarse y pedir la ayuda
del Espíritu Santo para que nos ayude a comprender la Sagrada Escritura. Pero
si se quiere ir más lejos, se puede buscar un “Ritual de entronización de la
Biblia”. Con este gesto reconocemos la presencia misma de Dios en su Palabra.
Es indudable que los cristianos necesitamos la Palabra
de Dios, como dice la Dei Verbum: “No
hay prioridad más grande que ésta: abrir de nuevo al hombre de hoy al acceso a
Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante
(cfr. Juan 10,10)”.
Mediante el gesto se poner la Sagrada Biblia en un
lugar preferente en la casa, se quiere expresar el deseo de encontrarse con
Cristo. Cuando la Palabra de Dios está en el centro de nuestra casa, está en el
centro de nuestra vida. Pero luego hay que leerla y escucharla cada día para
hacerla nuestra, para que no sea un adorno sino que sea luz, para que nos ayude
a conocer a Jesús y, así, amarle. Puede ser oportuno que la Biblia esté abierta
en el Evangelio del día, y que la familia se reúna en torno a ella para hacer
una lectura meditada o un ratito de oración.
Es necesario “redescubrir cada vez más la urgencia y
la belleza de anunciar la Palabra para que llegue el Reino de Dios Predicado
por Cristo mismo” (Dei Verbum 93).
Una Carta
de Dios
San Juan Crisóstomo considera al conjunto de libros
bíblicos como una inmensa correspondencia dirigida por Dios a la humanidad,
como una carta para ti. Debido a esto, la Biblia no puede ser considerada como
un escrito muerto donde estarían consignados la historia del pueblo elegido y
los mandamientos promulgados por Dios; es el documento vivo donde se expresa el
cambio de pensamientos entre Dios y la humanidad, la carta donde vibra la
filantropía divina que quiere conservar, a todo precio, el contacto con la
humanidad rebelde, el medio por el cual Dios quiere permanecer ligado al
hombre.
Simultáneamente, la carta es la imagen que expresa
de manera adecuada la imperfección actual del diálogo entre Dios y el género
humano. Dios continúa dirigiéndose al hombre y comunicándole su mensaje, pero
infelices circunstancias emanadas del pecado, no permiten el cambio de una
conversación directa. El mensaje de Dios cuaja en el marco de un escrito, y por
su forma es tributario de la condición humana.
Los libros santos no solo contienen reglas muy
precisas para curar el orgullo, la concupiscencia, el amor a las riquezas, el
dolor exacerbado[1],
sino además tienen los remedios que nos preparan; son como cantos mágicos y
divinos que basta aplicar sobre el mal para verlo ceder[2]. A su vista, se experimentan
los remordimientos de tus faltas; tocarlos comunica a nuestros pensamientos una
maravillosa armonía[3].
Crisóstomo va hasta entonar un himno en honor de
las Escrituras, camino de salvación: ¡Cuán suave es la lectura de la Sagrada
Escritura, más suave que cualquier pradera, más agradable que el paraíso, sobre
todo cuando la ciencia se agrega a la lectura! Las praderas, la belleza de las
flores, el follaje de los árboles, deleitan la vista; pero pocos días después
todo eso se marchita. La ignorancia de la Escritura es la que engendra todos
los males. Ignorarlas es marchar a la guerra sin armas, es ¡estar sin defensa! Si
la ignorancia de la Escritura engendra todos los males, ¿acaso su conocimiento
no introduce todos los bienes?
[1] Hom. XXXVII, 1 sobre el evangelio de san Juan, MG 59, 207.
[2] Hom XXXII, 3; MG 59, 187-188.
[3] De Lazaro, III, 1-2-3; MG 48, 992-996.
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