CONOCER Y AMAR A LA IGLESIA
Los laicos podemos ser un instrumento para servir a la
Iglesia y a las almas, y para contribuir a la paz y a la felicidad de todas las
criaturas. Y esto nos lleva a no permanecer insensibles ante la irreligiosidad
o la indiferencia de algunos.
Para
un católico, las noticias sobre la Iglesia son informaciones sobre la propia
familia sobrenatural. Muchas veces constituirán ocasión para dar gracias a Dios
por los dones con que Él enriquece constantemente a su Iglesia; en otras
ocasiones, serán llamadas a desagraviar por las heridas que se infringen al
Cuerpo Místico de Cristo.
Sobre la figura del
Papa, Jesús advirtió que el Papa sería cribado como el trigo. Jesús le dijo
a Pedro: “Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca” (Lc 22,31). La
Iglesia ha pasado por muchas pruebas. La Iglesia sufre una crisis enorme,
quizás por falta de oración verdadera.
Un teólogo norteamericano, Brand Pitre, afirma que la
pregunta es: ¿Jesús pretendió fundar una Iglesia? Es asombroso como algunos han
aprendido en los seminarios, en la clase de Eclesiología, que Cristo no
pretendió fundar una Iglesia. Pues bien, la expresión “reino de Dios” aparece
122 veces en el Nuevo Testamento, la mayoría de ellas en boca de Jesús. Es el
tema principal para él. Habla del reino cristológico, que es Jesús mismo. El
Reino de Dios es triple: es el Cielo; es el reino de Jesús en el alma en gracia
y es la Iglesia.
El Reino de Dios ya está aquí pero no en plenitud. ¿Por qué
Jesús no definió nunca el Reino de Dios? Hay algo que falta en este
planteamiento, y ese “algo” es la referencia al Antiguo Testamento.
Las
llaves
En Mateo 16, 13-19 Jesús dice una sola vez. “¿Quién dice la
gente que es el Hijo del hombre? (…). Pedro le dice: Tú eres el Mesías… Jesús
responde: Bendito eres…Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi iglesia
(qahal), te daré las llaves…”.
Dar “las llaves del Reino”, tiene sus raíces en el Antiguo
Testamento, ya que había un primer ministro que cuidaba las llaves del palacio
del rey. En Mateo 16, 19-20 Jesús alude a Isaías 22, 15-22. Este paralelismo es
fascinante. Isaías habla de un ministro llamado Sobná, que tenía el poder de
abrir y cerrar por el poder delegado por el rey, pero será sustituido por
Eliaquim pues no ha sido un buen ministro o administrador. “Él será como padre
de los habitantes de Jerusalén” (v. 21). Ahora este otro “abrirá, y nadie
cerrará; cerrará, y nadie abrirá” (v. 22).
Este prefecto de los sacerdotes se encargaba de las puertas
del Templo. Él decidía cuando se abrían o se cerraban las puertas. Jesús le
dice a Pedro: “Las puertas del infierno no prevalecerán contra ella”. Y añade: “Lo
que ates en la tierra será atado en el cielo y lo que desates en la tierra será
desatado en el cielo” (Mt 16, 18s). Los Apóstoles lo entendieron bien pues
estaban familiarizados con el Antiguo Testamento. En la Iglesia se cumplen las
promesas.
Otra referencia al Antiguo Testamento viene precisamente en
el capítulo 2 del libro de Daniel. Jesús nunca lo define porque sabe que su
auditorio tiene conocimiento del Libro del profeta Daniel. En el capítulo 2 de
Daniel se narra que el rey Nabucodonosor tiene un sueño perturbador. Llama a
los encantadores, astrólogos, adivinos y magos y les demanda que le digan qué
soñó y su interpretación, y, por cierto, si no lo hacen, lo va a mandar matar a
ellos y a sus familias. Ellos responden: “Nadie puede saberlo salvo los
dioses”, y se marchan preocupados. Daniel hace oración y le pide a Dios conocer
el misterio de ese sueño. Dios se lo revela y se presenta ante el rey para
decirle que sabe su sueño y puede descifrarlo. En las visiones de Daniel
aparece una estatua de diversos metales:
La cabeza de oro representa al Imperio de Babilonia
(605-530 A.C.)
El pecho y brazos de plata representan al Imperio
Medo-Persa (539-331)
El Vientre y los muslos de bronce representan al Imperio
Griego (331-168)
Pies de hierro y barro, al Imperio Romano. (168 a.C.-476
d.C.)
La imagen del Reino de Dios se ve como una pequeña roca no
cortada por mano humana. Esa roca le pega a la estatua y ésta se rompe en
añicos, mientras que la roca crece y se hace grande. El Reino es terrestre y
celeste. Cristo predica el Reino de que habla Daniel.
Cuando
Jesús habla de la viña, se refiere a Israel, a la Iglesia y al Reino de Dios.
Para comprender esta idea con más profundidad podemos leer Mateo 21, 33-43;
Isaías 5, 1-7; Salmo 80, 9; Filipenses 4, 6-9.
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