Rezar por las almas del Purgatorio
“He
aquí que paso la noche rezando por las almas del Purgatorio, y el día por la
conversión de los pecadores. La práctica de la oración por la liberación del
Purgatorio es, después de haber rezado por la conversión de los pecadores, la
más agradable a Dios” (El Santo Cura de Ars).
En el Purgatorio las almas de los justos pagan su deuda a
la justicia Divina. Las penas del Purgatorio no son las mismas para todas las
almas. Varían en duración e intensidad según la culpabilidad de cada uno. En el
Purgatorio reina una gran paz y una alegría cierta pues ven su pena como un
medio de glorificar a Dios y llegar al Cielo.
Las almas del Purgatorio están seguras de su salvación, no
tienen el menor movimiento de impaciencia ni cometen la menor imperfección; pero
en la otra vida ya no pueden merecer. Aman a Dios más que a sí mismas. Están en
una especie de infierno en cuanto al dolor, pero en un paraíso en cuanto a la
dulzura que hay en su corazón. Allí las almas están en un estado de necesidad y
de receptividad. Nuestras oraciones las alivian mucho, y más aún la Santa Misa.
Por eso es oportuno ofrecer en noviembre la Misa, la Comunión y el Rosario por
ellas.
Cuando
la Iglesia dejó de hablar del purgatorio, la gente empezó a darle importancia a
la reencarnación porque el ser humano ve la necesidad de purificación. Por eso
es importante hablar sobre el purgatorio.
En el libro El
Purgatorio, Una revelación particular. Anónimo. Ed. Rialp, Madrid 2007, se
lee:
Las almas del Purgatorio sufren mucho al verse olvidadas
por las personas que viven en la tierra, porque ven en ello una negligencia.
“Me ha sido mostrado que en el seno del purgatorio hay
constantemente un número de almas muy superior al de las personas que están
todavía en la tierra. Y masas y masas llegan cada día” (100). Hay muchas más
almas en el Purgatorio que en el infierno. El autor del libro escribe: Un Ángel
me dice: “El peligro de condenarse va siempre creciendo debido a las
aberraciones de vuestra manera de vivir (…) No hay ni un alma de cada diez que
trabaje para su salvación. Estáis ante un periodo muy grave a causa de los
atentados perpetrados directamente contra la vida y contra las fuentes mismas
de la vida. Dios está presto a castigar a la humanidad a la medida de sus
crímenes. La santidad de Dios tiene para vosotros grandes exigencias. Olvidáis
que sois creados a imagen y semejanza de Dios (…). Pero la Trinidad va a
suscitar entre vosotros un ejército de santos, un gran número de adoradores que
despreciarán lo mundano para dedicarse a buscar la gloria de Dios, y para
trabajar en el silencio y la oración por la salvación de todos sus hermanos”
(101-103).
Las benditas almas del Purgatorio “se unen de manera
particular a todas las celebraciones litúrgicas de la tierra, y estas fiestas
marcan para ellas un cierto ritmo, aunque no conocen ya la medida del tiempo”
(130). Con ocasión de algunas fiestas y, especialmente, las de la Virgen,
muchas son liberadas.
María SIMMA escribe: Ningún alma querría volver del
Purgatorio a la tierra: Aún cuando allá el sufrimiento es terrible, sin
embargo, existe la certeza de vivir para siempre con Dios. No quieren volver a
la tierra, donde nunca estamos seguros de nada.
Los pecados que llevan al Purgatorio son los pecados contra
la caridad, la dureza de corazón, la hostilidad, la maledicencia, la calumnia,
rehusarse a la reconciliación... La persona que desaprovecha sus sufrimientos,
al morir ve lo mucho que pudo haber ganado –para el bien de ella y de otros,
por la comunión de los santos-, llevándolos bien.
Lo mejor que podemos hacer, dice María Simma, es unir
nuestros sufrimientos a los de Jesús, poniéndolos en manos de María Santísima.
Contemplar los sufrimientos del Señor en el Via
Crucis ayuda a odiar el pecado y desear la salvación de todas las personas,
y esto da alivio a las almas del Purgatorio. Por medio del Rosario, muchas
almas salen del Purgatorio. Las indulgencias tienen también un valor
inestimable para ellas.
Las almas del Purgatorio no pueden ya hacer nada en favor
de sí mismas porque al momento de la muerte, el tiempo de ganar méritos se
termina. Si los vivos no rezan por ellas, quedan abandonadas. Cada uno de
nosotros tiene el inmenso poder de aliviarlas. Mientras estamos vivos podemos
reparar el mal que hagamos hecho. Pero a menudo el sufrimiento nos lleva a
rebelarnos.
Los sufrimientos son la prueba más grande del amor de Dios.
Debemos acogerlos como un don y entregarlo a Nuestra Señora. Ella es quien sabe
mejor quien necesita tal o cual ofrenda para salvarse. Los sufrimientos
soportados con paciencia salvan más almas que la oración, dice María; pero la
oración nos ayuda a soportar nuestros sufrimientos.
En el Purgatorio hay diferentes grados de dolor. Cada alma
tiene un sufrimiento único. Los Ángeles custodios les proporcionan consuelo.
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