Hace tiempo un periódico publicó una caricatura en la que aparecen
varios pájaros descansando sobre un cable. Siete de ellos viendo al frente con
la mirada perdida, y uno volteando la cabeza para preguntarle a su vecino: ¿No
crees que deberíamos estar haciendo algo útil? Me acordé de aquel encuestador
que preguntó al gerente de personal de una fábrica: Perdone ¿Aquí, cuántas
personas trabajan? y el entrevistado respondió: “La mitad”.
¿Acaso usted no se encuentra todos los días con quienes parecen haber
sido contratados para crear obstáculos, inventar dificultades e implementar
sistemas para entorpecer acciones ajenas; mientras, por otra parte, también
descubre personas que se prestan a ayudar con gran solicitud y buenos modales,
facilitando todo tipo de gestiones?
¿Por qué unos sí y otros no? Indudablemente nos encontramos ante un tema
relacionado con la cultura, pero no hablo de la cultura que depende de los
estudios académicos, sino de esa otra cultura de atención y servicio con que
nos nutren nuestras madres desde que nos alimentan con sus benditos pechos.
Qué difícil resulta entablar una negociación, o una simple conversación,
con personas que parecen haber nacido con una cebolla cruda en el estómago. Son
quienes suelen criticar, criticar… y criticar, y como dice el refrán: “Hasta lo
que no comen les hace daño”. En cambio, qué maravilla toparse con una de esas
secretarias que, sin coqueteos, se esfuerzan por poner toda su atención y su
capacidad de gestión para facilitar todo, y además..., sonriendo.
En la medida que crecen nuestras ciudades aparecen y se agudizan ciertos
problemas con la correspondiente exigencia para ejercitarnos en la virtud de la
solidaridad.
Sin embargo, nuestro egoísmo suele ser alimentado por campañas como
cuando nos decían: “La familia pequeña vive mejor”, cuando la experiencia nos
demuestra que esa calidad de la vida social fundamentada principalmente en la
adquisición y uso de bienes materiales y culturales, no depende del número de
hijos sino del tipo de educación.
Un claro ejemplo de ello lo encontramos en los países del primer mundo;
en esas grandes potencias con un ingreso “per cápita” alto, donde suelen
presentarse preocupantes niveles de alcoholismo, divorcios, drogadicción y,
como consecuencia, el abandono del hogar por parte de los hijos cuando llegan a
la mayoría de edad. Cuidado. Pues esos esquemas, tan envidiados por algunos,
los tenemos dentro de nuestros hogares a través de los medios de comunicación
todos los días.
En medio de una pandemia que amenaza con llegar a niveles de tsunami y
cuando por la estupidez de algunos han muerto médicos y enfermeras, el tema de
nuestra actitud hacia los demás —familiares o desconocidos, da lo mismo— puede
marcar la gran diferencia. Recordemos que la solidaridad es la virtud basada en
el principio de que todos somos responsables de todos. Este es un momento
excelente para demostrar de lo que somos capaces.
Alejandro Cortés. México
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