Trabajar el corazón
Un ideal
podría ser: Ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia. La
insensibilidad es contraria al espíritu cristiano.
Ortega y Gasset
tenía una gran capacidad de síntesis, y escribió: “Somos un sistema nato de
preferencias y desdenes” (“La elección en amor [Revelación de la cuenca
latente]”, en Estudios sobre el amor.
Revista literaria Katharsis, pdf p. 28). Esto quiere decir que el proceso de
decidir no es solamente intelectivo. El hombre se constituye por sus
preferencias.
El corazón,
máquina de preferir y desdeñar, es el soporte de nuestra personalidad, el
corazón es lo más definitorio del perfil intelectual y moral de una persona”.
Podemos tener la sensación de que nos enfrentamos a algo vago. La inteligencia
tiene una estructura y tiene transparencia. El corazón no es transparente, no
es inmediatamente visible, funciona con un régimen estable. La afectividad se
nota cuando se mueve, cuando actúa, y lo que hace, depende de la motivación.
Tenemos una estructura de afectos que va cambiando a lo largo de la vida.
Dietrich von
Hildebrand es un filósofo del amor. Escribe El
arte de vivir, un análisis de la estructura de la afectividad. Pone de
manifiesto que, además de unos sentimientos, que se comparten con los animales,
hay una parte espiritual de la afección. Una alegría noble e intensa ante una
acción buena es algo espiritual. “Cuando aceptamos que el hombre ha sido
destinado a ser feliz, y que la felicidad consiste en la plenitud de su
existencia, el significado y rango de la afectividad espiritual revelan su
poder irresistible.” La dicha es esencialmente afectiva. La plenitud consiste
en que queramos y percibamos. Nuestra voluntad y nuestro corazón están llamados
a responder a los valores moralmente relevantes. El amor, desarrollado, es firme
ante grandes bienes. Una buena persona es un una persona que posee buen
corazón, dice von Hildebrand.
Daniel
Coleman recuerda que las emociones nos hacen actuar más que la inteligencia,
pero hemos de aportar inteligencia a nuestras emociones para que no sean tan
brutales.
Sólo cuando
se ordenan los amores superiores, se pueden ordenar los inferiores. La ruptura
entre la parte superior y la inferior tiran de manera desordenada y plural y
crean conflicto. La soberbia también es un amor que empuja.
El gesto y
la fisonomía de una persona revelan algo de su interioridad. Lo más interesante
de conocer de una persona es su sistema de valores. Muchas veces el hombre
encubre su ser auténtico con gestos copiados del entorno social.
Franz
Brentano dice que Platón se dio cuenta de que hay un combate entre las
aspiraciones del alma superiores y las aspiraciones de la sensibilidad más baja,
y también hay un combate entre los distintos motivos con que se puede mover una
persona.
San Pablo dice
que la raíz de todos los males es la avaricia. San Agustín escribe: “Cuando los
avaros aman al oro más de lo justo, no es culpa del oro sino del avaro. Pecamos
al amar con desorden lo que Tú creaste” (cfr. Salmo 50).
Hay amores
entusiastas, amores ebrios, fuertes, son los que conducen en la vida y conducen
a la santidad. La virtud de una persona tiene que ver con los amores ordenados
y fuertes. Si no hay amor fuerte no se vence la pereza personal.
“El deleite
es de necesidad en la virtud y pertenece a su sentido”, dice Santo Tomás de
Aquino. “No hay nadie que sea bueno o virtuoso si no se alegra con las obras
buenas”.
Una madre le
decía a su hijo: “La felicidad consiste en hacer lo que tienes que hacer y
encontrar gusto en ello”. Mantener el sentimiento de que las cosas que hacemos
son buenas, bonitas, bellas.
Platón hace
un compendio de la buena educación en esta frase: “La virtud moral se relaciona
con los placeres y dolores pues hacemos lo malo a causa del placer y nos
apartamos del bien a causa del dolor. Por ello debíamos haber sido educado
desde jóvenes para alegrarnos y dolernos como es debido, porque en esto radica
la buena educación”.
En Grecia se
trabajaba la Iliada y la Odisea el educar para encontrar ejemplos
de virtud. Que nos parezca estupendo ser trabajador, alegre, sereno.
Jean Corbon,
liturgista francés del Líbano, tenía una gran sensibilidad para la
espiritualidad oriental y afirmaba que el “corazón es la morada donde yo habito”,
es nuestro centro escondido, sólo el Espíritu de Dios puede sondearlo y
conocerlo, es el lugar de la verdad.
Impresiona
la unidad que muestra la Biblia a propósito del corazón. Una conciencia que
piensa y siente. Los afectos motivan hacia la acción. En el corazón el hombre
se decide o no por Dios. Allí se estructura la unidad de la persona. Lo que da
fuerza a una persona es que empuje el corazón.
Las madres
son más valientes que los filósofos porque están más dispuestas al sacrificio
por lo que aman. La afectividad necesita de la razón para no volverse loca
(Scheler se movió por una alumna, una afectividad desatada, irracional). El
celo de tu casa me consume, tiene una fuerza vital. “Bienaventurados los
limpios de corazón porque verán a Dios”. Los corazones limpios ajustan su inteligencia
y su voluntad a la santidad en estos dominios: la caridad, la castidad, el amor
a la verdad y la ortodoxia de la fe.
Los
mandamientos del amor tienen una formulación teórica y hemos de convertirlos en
acción y ver cómo se imprimen en la personalidad. Y tiene relación con el amor
al prójimo. Ese amor es de tal naturaleza que no se puede dar en este mundo
naturalmente. Sólo el amor es digno de fe. Un amor que llega a la muerte es un
signo de Dios, es una cosa loca, divina. El entusiasmo cristiano. Hay una
cierta dificultad en articular el amor a Dios y el amor al prójimo. La vida
cristiana es una espontaneidad. El amor al prójimo necesita un trabajo
personal. Ser perfectos es ser misericordiosos. Las palabras tienen una magia.
Ser misericordiosos es un amor que se conmueve especialmente con los
necesitados. Esa conmoción de Dios que se conmueve de la necesidad que el
hombre tiene de que Él se haga hombre. Por eso dice Jesús: “Id pues, y aprended
qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio” (Mateo 9, 13).
El secretario
de Felipe II compara a Juan de Austria con el rey, y dice: “Tenía una rectitud
exenta de generosidad y por ello, antipática”. Es un defecto que se da con
frecuencia. Felipe II recuerda lo que algunos hacen mal, pero ¿los quiere o no
los quiere? Hay que ver ese aspecto: Si no los quieres, ese amor es amor a la
regla, a la ley o a la norma, pero no a la persona, ese amor se ha desenfocado.
Los demás temen acercarse. Sólo el amor es digno de fe. La rectitud sola no
atrae. Debemos de estar convencidos de que Dios nos ama a pesar de ser pecadores.
Las grandes promesa de la Nueva Alianza ¿cuáles
son? son promesas del cambio de corazón del pueblo de Israel. Dios nos dará un
corazón de carne para caminar según sus preceptos. Siempre tenemos que ser
convertidos, hasta que no resucitemos estamos por hacer. Hay una cuestión
ascética aquí: Nos toca quitar obstáculos. Si uno está distraído con otras
cosas, no puede pedir el cambio de corazón. Hay un aspecto de sobriedad, de desprender
de cosas inútiles el corazón. El corazón se educa dándose cuenta de que el amor
es bonito, de que la misericordia de Jesús es estupenda. La otra parte la hace
el Espíritu Santo.
En cuanto a
las convicciones, Juan Pablo II conecta una percepción del ser humano con el
mandamiento del amor, lo llama la norma
personalista. La persona es un ser para el que la única respuesta adecuada
es quererla. También es un trabajo personal el llegar a convencerse del valor
que tiene toda persona. Si tienes una gran convicción, desarrollas unas actitudes.
Hay un tema
ascético místico importante en el dar y darse a los demás. Dice Jesucristo: “Os
aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de mis hermanos, lo hicisteis
conmigo”. Hay que ver a Jesucristo en el necesitado, y esto es un trabajo
espiritual. El modelo con el cual hemos sido hechos es Jesucristo. Toda persona
puede encarnar de alguna manera a Jesucristo.
San Juan de la Cruz nos da una frase que puede
ser una praxis constante: “Pon amor donde no hay amor y sacarás amor”. Haz a
los demás lo que quieres que hagan contigo. Hay que poder ponerse en el lugar
del prójimo, sino, no sabemos lo que sufre. Esa es una gran capacidad cristiana
que podemos adquirir, son caminos para desarrollar la misericordia. Tener un
corazón misericordioso no quiere decir tener un corazón débil, sino un corazón
cerrado al tentador y abierto a Dios.
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