¿Bondad o complicidad en la familia?
Todos quisiéramos ser
personas con mucha educación y simpatía, con capacidad de liderazgo y gran
optimismo, con buenos hábitos y gran capacidad de ser felices. Y en esta
batalla damos un paso adelante y dos pasos atrás. Nos gustaría ser personas
comprensivas, que saben dar los buenos consejos y que saben consolar. Y Cristo
nos dice: “Sin Mí nada pueden hacer” (Juan 15,5), y así es, solos no podemos
dar un paso en el camino de la fe.
Los Sacramentos, medicina
principal de la Iglesia, no son superfluos, los necesitamos como la respiración
y como la luz, para saber lo que el Señor quiere de nosotros. Por el contrario,
si se abandonan los Sacramentos, desaparece la verdadera vida cristiana y
aparecen las malas tendencias: la soberbia, el egoísmo disparado, la impureza y
una reata de malas pasiones.
En nuestra época, una
sociedad somnolienta y arrogante llega a despreciar la corriente redentora de
la oración y de los Sacramentos –maravillosa intervención de la misericordia
divina-, y esta es una llaga que padecemos y que resulta incurable sin la
intervención del Cielo.
Para que una familia sea funcional,
debemos vernos unos a otros con cariño, con comprensión y con ojos de
misericordia, que es la mirada con la que Dios nos ve.
Hay cosas que son de vida
o muerte y no me refiero a la muerte física sino a la muerte espiritual. Dios
quiere que nos volvamos a Él. Estamos en una época complicada y oscura porque
mucha gente se ha prostituido y rechaza la gracia del Señor. Jesús nos busca a
diario. ¿Y acaso encuentra una respuesta en nosotros? La Virgen María nos ha
manifestado en Fátima y en Lourdes la urgencia de volver al Señor. La Sagrada
Escritura está en nuestro hogar para que en cualquier momento la leamos y encontremos
esperanza en las palabras que Dios nos comunica en ella. Dios busca algo mejor
para sus hijos y por eso nos habla, más para escucharle hay que hacer silencio
interior.
Viene una época mucho más
difícil que la de ahora, por ello necesitamos fortificar la unidad familiar, y
eso sólo se logra con buena voluntad y espíritu de sacrificio. Cuando se ama,
se ora y se es capaz del sacrificio.
Hoy hay muchas ocasiones
de corromperse, de buscarse a sí mismos al margen de Dios. Los habitantes de la
tierra le hemos dado la espalda a Dios. El Señor nos ha dado tiempo en esta
pandemia, y hay quienes invierten ese tiempo en banalidades y cosas
pecaminosas. Hay jóvenes que ya no van a Misa ni saben lo que la Misa es, son
paganos. Sus ídolos son el dinero, la impureza y el propio “yo”.
La familia ha de ser
modelo de misericordia, no nido de víboras. Lo único que nos llena el corazón
es la verdad absoluta, el bien infinito y la belleza celestial, y esto se
encuentra sólo en Dios, pero la bondad se aprende en el seno de la familia.
Donde reina Cristo, reina la alegría, la generosidad y la comprensión. Pero hoy
día hay madres que se consideran a sí mismas “comprensivas” porque toleran toda
clase de pecados en sus hijos, incluso los pecados contra natura, y así sus hijos
se descaminan y se encaminan a una vida de culpas y de amargura. Esas madres
pasan por alto los mandamientos, más que virtud ejercen complicidad: “No digo nada y tú no me echas en cara lo que hago
mal”.
La familia, además, es el
lugar donde se aprende el perdón y se perdona, pero hay hermanos que buscan
vengarse por un mal recibido. Los que buscan la venganza, se hieren aún más.
Hay que dejarle a Dios la venganza, él dará a cara uno lo que merece, y, si se
arrepiente de su mal, Dios lo perdona. La venganza tiene la dulzura de la
serpiente, es suave y venenosa; pero la venganza encadena, mientras que el
perdón libera de la carga.
En un mensaje mariano la
Virgen nos dice: “Muchos no saben pedir perdón. Eso coloca de nuevo a mi Hijo
en la cruz”.
Cuando se experimenta el
perdón se marca el principio de un proceso de sanación. El perdón es un asunto
estrictamente individual, que no se ha de confundir con la reconciliación. Una
persona le puede conceder el perdón a un abusador, pero eso no quiere decir que
siga con esa relación. La confianza no se puede restaurar si el familiar no es
fiable. En cambio, en la reconciliación las cosas vuelven a ser como antes. Cuando perdonas no cambias el pasado, cambias el
futuro…
Si México es fiel a la fe y a la unidad familiar, va
a ser el líder espiritual en un futuro próximo a nivel mundial, pero si no es
fiel, será uno más de los países oscuros. Volvamos a nuestro Creador antes de
que sea demasiado tarde.
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