“Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas, gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos”. San Agustín.

“El amor satisface por sí solo... es lo único con lo que la criatura puede responderle a su Creador”, dice S. Bernardo (Sermo 83). Y San Agustín afirma: “Mi amor es lo que me da solidez”.

Si quieres amar a Dios pon las mismas reglas de los amores de la tierra. En primer lugar, conocerse, conocerlo, interesarse por su vida en la tierra. Luego, conocer su palabra, su Persona, su corazón. ¿Cuánto pienso en él? Y después de conocerse, tratarse. Estar con él, orar. Y en ese trato empieza la comunicación. Luego el Señor nos hará ver que quiere compartir todo con nosotros. Dios nos manda mensajes con la naturaleza, con la lluvia, con el viento… con otras personas. Así nunca nos sentimos solos ni tristes.

En un curso de retiro, Bruno Forte les decía un dicho napolitano: “Podemos vivir sin un por qué, pero no podemos vivir sin un por quién”. Juan Pablo II, el Grande, le dijo que le había dado tema para todo el retiro, y que traía esa idea como ritornello.

Escribe Benedicto XVI: “La historia está marcada por una polémica entre el amor y la incapacidad de amar, esa desolación de las almas, propia de los hombres que sólo reconocen valores y realidades cuantificables... Esta destrucción de la capacidad de amar produce un aburrimiento mortal. Es un veneno para el hombre. Cuando se impone, destruye al hombre y al mundo con él” (La sal de la tierra, p. 307). Goethe también hizo suya la idea de San Agustín que presenta la historia como un conflicto entre dos ciudades, y decía que la totalidad de la historia era una lucha entre la fe y la falta de fe.

Si una persona hace oración, podrá oír en el fondo de su corazón que Jesús le dice: “El tiempo que pases en la tierra es el tiempo que tú puedes hacerme feliz a Mí. En la eternidad Yo soy el que te hará feliz a ti. Aprovecha, pues, cada instante de tu vida para darme esa felicidad… Ustedes son mi sueño porque son mi proyecto. Mis pensamientos ya son realidad, no sueños. Ustedes son mi sueño, porque sueño que un día serán Jesús… ¿Sabes a qué me dedico? A amarte. Tú, dedícate a amarme” (R. Sada, Oír tu voz, pp. 186-190).

Un muchacho protestante le preguntó a San Josemaría:

- ¿Qué es lo verdaderamente importante?

Le contestó de inmediato:

- Lo verdaderamente importante es que Dios nos ama.

Cualquier cosa está antecedida por el amor de Dios. Podemos amar a Dios, pero Él nos amó primero.

Se trata de amar y de ser fieles al proyecto que Dios ha diseñado para cada uno, para mí. En esto nadie nos puede suplir. Dios nos ha diseñado para ser santos.

Aprender del amor humano. ¿Por qué se enfrió? Porque tal vez faltó comunicación, él no puso en primer lugar a la familia, ella no tenía la comida preparada, no había detalles pequeños. Hay muchas cosas que hacer, no descuides lo esencial: Las Normas de piedad, son las que definen nuestra vida, las que impiden la tibieza, la indiferencia. Que no nos pase como a aquellos matrimonios que ya están aburridos. No debemos pecar contra el amor de Dios. El pecado es el fracaso radical del amor, y la tibieza es el amor menguado.

Dios tiene un camino para cada uno. Si se pasa por crisis o túneles oscuros, se puede salir más purificado de ellos; pero no siempre es necesario pasar por ellos. Sólo Dios lo sabe. Dios nos dice: Yo te redimí y te llamé por tu nombre: tú eres mío. Cuando pasares por medio de las aguas, estaré Yo contigo, y no te anegarán sus corrientes; cuando anduvieres en medio del fuego, no te quemarás, ni la llama tendrá ardor para ti, porque yo soy el Señor Dios tuyo (Cf. Isaías 43, 1-3).

Según la teología rabínica, la idea de la alianza, de crear un pueblo santo que esté ante Dios y en unión con Él, es anterior a la idea de la creación del mundo; más aún, es su más honda razón de ser. El cosmos fue creado para que hubiera un espacio para la “alianza”, para el “sí” del amor entre Dios y el hombre que le responde. (Cfr. Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, II, p. 97).

En este trueque de amor

no es mi falta,

es tu abundancia

lo que me asusta, Señor.

José María Peman 1897-1981

San Gregorio Magno escribe: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo; pero tratándose del amor que se debe profesar a Dios, no se señala límite alguno” (Homilía sobre los Evangelios).

Dios es humorismo infinito, además de sabiduría, él siempre nos ama, sobre todo cuando no entendemos. Tiene modos de amarnos incomprensibles para nosotros. Entonces, en suma, la belleza y la plenitud de la vida dependen de la calidad de nuestro amor a Jesucristo.


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