Homosexualidad y homofobia

 


Se observa muy a menudo que la ansiedad y la angustia que van ligadas a la homosexualidad no son producto de la sociedad, con el pretexto de que ésta es heterosexual. El tormento del descubrimiento de la atracción por personas del mismo sexo encuentra su origen, sobre todo, en razones psíquicas. Estas son numerosas y variadas, empezando por el hecho de no poder establecer una relación afectiva íntima con una persona del sexo contrario. Esta incapacidad remite a una impotencia ansiogénica que unas personalidades intentan colmar a través de un reconocimiento social.

Algunos sujetos, después de todo un caminar, pueden aceptarse de esa manera y asumirse sin resentimiento, y sin situarse en una posición reivindicativa; numerosos homosexuales son completamente indiferentes a una militancia activista con la que no se sienten identificados. Saben que sería incoherente militar a favor del matrimonio entre personas del mismo sexo, y, todavía más, adoptar niños o «fabricarlos» por cualquier medio. Los niños estarían en una situación de mentira relacional y no podrían gozar del beneficio de la doble presencia de un hombre y una mujer, sus padres, para desarrollarse. Conviene recordar que el niño no es un derecho sino un don. La sociedad debe velar para que un niño sea acogido, protegido y educado en las mejores condiciones que existan, entre un hombre y una mujer. Numerosos homosexuales reconocen esas evidencias y tienen una visión más sana de su situación.

La homofobia es un argumento de mala fe y un producto de la ansiedad de la psicología homosexual. Apelando a la homofobia, los militantes quieren ante todo culpabilizar a los heterosexuales. En realidad, este acoso intelectual de algunos se une al fantasma de la heterofobia, es decir, el miedo al sexo contrario. Es la persona la que es digna de respeto, de derechos y de deberes, y no una tendencia sexual que puede descansar sobre bases problemáticas.

Si las distintas sociedades siguen perdiendo la razón, la estrategia de vigilancia y de denuncia que desarrolla el lobby homosexual prepara para pronto una represión con la cual empieza a identificarse una parte de los responsables políticos bajo la presión de las asociaciones militantes y con la complicidad de los medios de comunicación. Estos últimos desempeñan un papel de censor moral presentando la homosexualidad, a menudo, de manera simplista y sentimental. Efectivamente, ya sea escrita o audiovisual, la prensa se autocensura y adopta a su vez todos los eslóganes de los grupos de presión homosexuales, seleccionando las entrevistas, deformando sus contenidos, saltándose libros y artículos que no están dentro de los cánones del pensamiento único y excluyendo sistemáticamente toda reflexión sobre lo que representa la homosexualidad en el plano psicológico y sus efectos para la sociedad. En varias organizaciones psiquiátricas, les está hasta prohibido a los facultativos mencionar que han podido permitir a algunos sujetos cambiar de orientación sexual pasando de la homosexualidad a la heterosexualidad gracias a la psicoterapia. Nos encontramos, pues, ante una paradoja: se admite que se pueda pasar la heterosexualidad a la homosexualidad, pero se niega que se pueda producir lo inverso. Semejante cerrazón ideológica es grave, especialmente, cuando sabemos que hay diferentes formas de homosexualidad, y que algunas de ellas son accesibles a un tratamiento analítico mientras que otras son, efectivamente, irreversibles.

Cualquier crítica, cualquier reflexión que muestre que la homosexualidad representa un serio hándicap psíquico para la elaboración sexual se juzga como racismo o, siguiendo el eslogan que ya se ha convertido en una moda, como homofobia. Así es como el eslogan de la homofobia se repite de manera emocional, como un hechizo, y con una lógica casi sectaria, puesto que no se trata ya tanto de reflexionar, sino de ejercer una manipulación sobre los espíritus al culpabilizarlos.

La utilización del eslogan de la homofobia es un efecto del lenguaje que no refleja la realidad. La mayoría de las personas son indiferentes a los homosexuales, máxime en una sociedad individualista en la que cada uno hace lo que quiere. En cambio, los problemas surgen cuando se quiere hacer de esa tendencia una norma para la sociedad.

Crear un delito «de homofobia» sería una manera de tomar a la sociedad como rehén por una cuestión problemática de la organización sexual de un sujeto. El descubrimiento de esta tendencia en uno de sus hijos siempre es un drama para unos padres. ¿Deberían ser denunciados a la justicia bajo el pretexto de que se niegan a acoger en su casa al compañero o la compañera de su hijo o su hija? Numerosos especialistas piensan que la homosexualidad es la resultante de un trastorno de la identidad sexual. ¿Deberán por ello comparecer ante los tribunales por no estar conformes con el dictado de las asociaciones homosexuales mediante el cual se arrastra y manipula al poder político? ¿Habrá que castigar a la Biblia y también a toda una literatura novelera o científica por el delito de censurarla?

¿A qué clase de locura nos dirigiríamos al hacer de la homosexualidad una norma y un valor de vida cuya transgresión sería denunciada judicialmente? Cuando, en realidad, es la homosexualidad la que, erigida como sistema en la vida social, constituye una transgresión del dato ineludible de la dualidad sexual… No le corresponde a la sociedad organizar la homosexualidad, de lo contrario, hay que organizar todas las tendencias sexuales y protegerlas por la ley.

No corresponde a la sociedad el tratar la problemática individual y psicológica de la sexualidad humana. Vemos que la sociedad se deja manipular, y, los que tienen la facultad de decidir, no perciben todavía su trascendencia. La igualdad entre las personas no conlleva la anulación de la realidad anatómica que instituye los dos sexos que existen -el hombre y la mujer-, con las exigencias de las funciones paterna y materna y la prohibición del incesto en todas sus formas.

Resumen elaborado a partir de un ensayo largo de Tony Anatrella.


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