Profesor de Harvard, ateo y judío, busca la verdad
Roy Shoeman relata: Yo pertenecía a una familia judía que
vivía cerca de Nueva York. Cuando era niño pensé que a los 13 años le
encontraría sentido a la vida… y nada. Luego pensé que cuando tuviera mi
licencia de manejar, la obtuve, y nada. Luego pensé que cuando estuviera en la
carrera, pero en Harvard perdí la fe pues el ambiente era materialista y me
absorbió.
A los 30 años era profesor de la Escuela de Negocios de
Harvard. En 1987 tomé unos días libres y fui a Cape Cod para contemplar la
naturaleza. Caminando temprano en la mañana en los bosques, Dios intervino para
ponerme en el camino correcto. Me encontré en la presencia de Dios y todo
cambió, pero de una forma suave y sutil. Quise conocer Su nombre para seguir “su
religión”. Recé en silencio; “Dime tu nombre, no importa que seas Apolo,
Krishna o Buda, en tanto no seas Cristo y tenga que hacerme cristiano. Quiero
saber tu nombre”. No me reveló su nombre, yo no estaba preparado para
escucharlo.
Regresé a mi casa feliz, y ese estado de conciencia sólo
duró una hora o dos. Era un estado de conciencia con paz y felicidad. En ese
momento me sentí más feliz que nunca en mi vida, y quería conocer el nombre de
Dios. Me di cuenta que no había razón de tener ansiedad. Comprendí que el mundo
espiritual es más real que el mundo que veo. Vi que podría hacer algo cada día,
cada hora, y eso sería premiado en la eternidad. En ese momento yo era
completamente egoísta. No me había dado cuenta que ser egoísta era una actitud
equivocada.
Cada noche antes de dormir decía una oración hecha por mí
pidiendo conocer el nombre de mi Dios y Maestro. Y pasó un año. Fui a dormir y
sentí que me tocaban el hombro, fui a la habitación cercana y vi a la mujer más
hermosa que había visto. Nadie me dijo quién era, pero yo entendí que era la
Virgen María. Caí de rodillas y quise honrarla. Pensé: Ojalá supiera el
Avemaría. Lo primero que ella me dijo es que me ofrecía contestar cualquier
pregunta. Le pregunté cuál era su oración favorita y ella me dijo que le
gustaban todas las oraciones.
Estar en la presencia de esta pureza y del amor que fluía
en ella, significaba estar en un estado de éxtasis que yo no sabía que existía.
Eran tan hermosa, y mucho más profundamente me afectaba el sonido de su voz, la
belleza de su voz, que fluía hacia mí, llevando el don de un gran amor. La
única manera en que puedo describir su voz es que está compuesta de aquello que
hace que la música sea música. Estaba asombrado por su amor, su majestad y su
grandeza.
Pregunté:
- ¿Cómo es posible que seas tan gloriosa?
Movió gentilmente su cabeza y dijo:
- No estás entendiendo nada. Yo soy criatura, soy nada, Él
es todo.
- ¿Qué título te agrada más?
Contestó:
- Yo soy la amada hija del Padre, Madre del Hijo y esposa
del Espíritu.
Toda la vida cobró color. Lo que antes era gris, acartonado
y sin sabor, cobró sentido. Hay algo más; no sabía nada del Espíritu Santo, así
que le pregunté –y me disculpo la manera en cómo le pregunté-, ¿qué es este
asunto del Espíritu Santo? Y contestó viendo hacia arriba, derritiéndose de
amor, y dijo: “Él es su mirada”.
Le hice unas preguntas más. Luego ella me dijo que tenía
algo que hablar conmigo y habló unos diez minutos. Tengo un velo de lo que ella
me dijo. Tengo el sentido de lo que dijo pero no la memoria de palabra por
palabra. Cuando la audiencia terminó, regresé a dormir.
A la mañana siguiente me sentía completamente enamorado de
Ella. Supe que quería ser tan cristiano. Mi primer pensamiento fue: No puedo esperar a volver a dormir para
volverla a ver. Nunca imaginé que nunca sucedería. Luego vi que podría
seguir viviendo, aunque tuvieras que esperar 60 u 80 años para volver a verla. Supe
que era Cristo el que había estado presente en mi primera experiencia.
Quise ser cristiano pero no sabía por dónde empezar. Abrí
el directorio y busqué una iglesia. Llegué con un pastor protestante y, cuando
no contestó con el respeto que la Virgen merece, supe que no era lugar para mí.
Luego pasé mi tiempo libre en santuarios marianos.
Había un lugar dedicado a Nuestra Señora de la Salette, iba
tres veces a la semana, caminaba en los campos y sentía su presencia. Alguna
vez, estando en el santuario, se celebraba una Misa, y estando allí, sentía un
deseo tremendo de recibir la Comunión, aunque no sabía qué era, y conocer más a
la Virgen. Fui a preguntar qué hacer para ser católico, pero no creía en muchas
cosas. Quería ser católico porque deseaba recibir la Eucaristía todos los días.
Tuve mucha ayuda de la Virgen María pero también tuve ayuda
humana. Entendí que el sentido de mi vida era adorar y amar a mi Dios, y que
cuando yo sufría, Cristo sufría, y cuando yo estaba contento, Él también lo
estaba.
Quería saber más de las experiencias místicas, de lo que
sucedió en Francia en La Salette, así que fui para allá. Alguien me recomendó
acudir a los cartujos y me dio el teléfono del monasterio en Francia. Hablé
para saber si podía ir a visitarlos, y me dijeron que vivían en clausura, y ese
cartujo añadió: “Dime algo de ti”. Le conté algo y se suavizó. Me dijo que le
contara algo más por carta. Luego supe que podía ir y que sólo admitían visitas
si veían una posible vocación. Fui para allá una semana y volví dos veces más; discerní
que no tenía vocación pero me ayudaron mucho a conocer la fe.
El judaísmo está cerca del cristianismo. De hecho, el
judaísmo llega a su cumplimiento en la Iglesia Católica. Es un judaísmo
transformado por el Mesías. El Cuerpo y Sangre de Cristo está en el
Tabernáculo, es extremadamente santo.
Si vas a una sinagoga hay un pasillo central, hay un
tabernáculo y una luz encendida. Dentro del tabernáculo está la Torá, la
Palabra de Dios, nadie debe tocarlo. Si el libro de la Torá se cae, toda la
gente debe hacer ayuno para reparar.
Mi familia tuvo una reacción de hostilidad durante un
semestre. La historia tiene un final feliz. En los dos últimos años de mis
padres, los mudé de Nueva York a Florida, y estaban muy agradecidos. Yo los
visitaba tres o cuatro veces por semana. El corazón de mi padre se derretía. Un
día me dijo: “Anoche pasó algo extraño. Cuando estaba todo oscuro Jesús se me
apareció”. No dijo nada más, pero estaba contento. Cinco días antes de morir,
era Viernes Santo, y accedió a ser bautizado así que lo pude bautizar. El murió
el martes después de resurrección.
Mi madre supo de la aparición de mi padre y se volvió más
hostil que antes. En sus últimos días necesitaba más de mí, no podía sentarse,
sólo estaba acostada y no podía hablar. Le conté todo de mí. No podía
reaccionar. Al día siguiente me dijo: “Gracias por lo que hiciste ayer”. Más
tarde pude bautizarla. Le pedí al sacerdote que viniera, le dio la
confirmación, le puso el escapulario del Carmen y le dio la bendición
apostólica. Después de eso, ella tenía en su mano el escapulario. Cuando mi
esposa y yo rezábamos el Rosario a su lado, ella movía sus labios. Ella murió
contenta.
Uno de los grandes dones de ser católico es tener la Sagrada
Escritura. Todos los dogmas que se han dado en la Iglesia, también son
revelación divina, hay certeza de ser verdaderos. Sabemos que la Segunda Venida
de Cristo se dará cuando se hayan convertido muchos judíos. Como judío entiendo,
desde dentro, el tremendo vacío que hay en ellos sin Jesús, y no puede ser
llenado sin Él. Todo ser humano necesita de Jesús, y más aún los judíos, que
han orado durante veinte siglos por la venida del Mesías. Todos tienen hambre y
deseo del Mesías. Explica mucho de lo que se ve ahora con los judíos.
Sabemos por la Iglesia Católica, que antes de la Segunda
Venida, muchos en el mundo conocerán el Evangelio, y, a la vez, la gran
apostasía entre los creyentes.
Si todo mundo ha recibido el mayor regalo que Dios ha dado
a la humanidad, el Mesías, de los judíos, debemos rezar por este pueblo.
Roy tiene varios libros en inglés y uno traducido al
español: La salvación viene de los judíos,
además tiene un blog que se llama
salvationisfromthejews.com
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