El bautizado tiene alma sacerdotal

 


Jeremías, uno de los hijos de Scott Hahn, se ordenó en mayo de 2021. Su padre estaba exultante y, como es teólogo laico, explica en Facebook lo que eso significa: “Será transformado hasta las raíces de su ser. Será conformado a Cristo de modo especial para pronunciar palabras divinas con poder divino, perdonando los pecados y haciendo a Jesús realmente presente. Recibirá el poder del Espíritu Santo de actuar “in persona Christi” –como otro Cristo- para ser ministro, como sacerdote terreno al servicio de Jesucristo mismo, nuestro único Sumo Sacerdote en lo más alto de los cielos (Heb 8, 1-4). En otro momento Scott Hahn recuerda: A mi hijo Jeremías lo tomé en brazos cuando nació. Lo tranquilicé cuando comenzaron a salirle los dientes. He caminado junto a él en la adolescencia; pero nada de aquello que he testimoniado en la vida puede parangonarse a la maravilla que Dios realiza con el sacramento del Orden. Por favor, oren por Jeremías, por su fidelidad (…). Al final no estará sólo trabajando para Dios, sino que estará cumpliendo su obra, con las manos de Dios. No estoy orgulloso cuando afirmo que desde el momento de mi conversión nutro gran aprecio por la belleza de las Ordenes Sagradas. No obstante escándalos y abandonos, este aprecio no ha hecho sino aumentar”.

El cristiano recibe una participación en el sacerdocio de Jesucristo, y por eso tiene “alma sacerdotal”. Jesús quiere un pueblo sacerdotal. Los bautizados tenemos alma sacerdotal, es decir, hemos de ser puente entre Dios y los hombres. Tener “alma sacerdotal” es mirar y tratar las realidades temporales de un modo sacerdotal. Es abrazar con generosidad la cruz de cada día. El alma sacerdotal consiste en tener los mismos sentimientos de Cristo Sacerdote, y no decir nunca basta.

Tener alma sacerdotal significa vivir según el espíritu, no según la carne; los que viven según el espíritu son los que tienen alma sacerdotal. Escribe San Pablo: “Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros (que estamos esperando la manifestación de los hijos de Dios).”

Alma sacerdotal y mentalidad laical significa hacer de nuestra existencia un altar, un holocausto, una ofrenda total. Se puede decir -me parece- que fue el espíritu que vivió la Virgen.

Paulo VI decía: sacerdote significa capacidad de rendir culto a Dios, de comunicar con El, de buscarle siempre en una profundidad nueva, en un descubrimiento nuevo, en un amor nuevo. Este impulso de la Humanidad hacia Dios, que no ha sido suficientemente alcanzado ni suficientemente conocido, es el sacerdocio de quien está inserto en el único sacerdote que, después del advenimiento del Nuevo Testamento, es Cristo. Es que el cristiano está dotado por ello mismo de esta calidad, de esta prerrogativa de poder hablar al Señor en términos verdaderos, como de hijo a padre. (En la solemnidad de San Pedro y San Pablo apóstol, Oct-31-1973).

 

En fiel cristiano laico contribuye a la obra de la Redención a la vez que busca el progreso temporal. No separa lo uno de lo otro, como sería lo propio de una mentalidad no laical sino laicista.

A veces podemos estar tan felices que podemos sentirnos como endiosados. La piedra de toque para distinguir el endiosamiento bueno del malo es la humildad. En el endiosamiento malo el alma atribuye a sí misma – a sus obras, a sus méritos, a su excelencia- la grandeza espiritual que le ha sido dada.

Las personas se animan a la ascensión, a luchar por ser mejores en todos los aspectos, si despertamos en ellas el sentido de su filiación divina. Como le pasó a aquella señora alcohólica. El doctor Banks cuenta la siguiente historia: Una mujer borracha entró el domingo en la noche en nuestra iglesia y fue convertida. El Padre fue a visitar a su esposo al día siguiente y vio que era un mecánico muy inteligente, pero opuesto a la religión y escéptico. Estaba disgustado por la conversión de su esposa y dijo que no tenía ninguna duda de que ella volvería pronto a su vida antigua. Seis meses después, este mismo hombre vino a ver al ministro del Evangelio, con gran perplejidad respecto a su propia situación espiritual. Dijo:

- He leído todos los libros sobre las evidencias del cristianismo y he podido resistir sus argumentos, pero en los últimos seis meses he tenido un libro abierto en mi hogar, en la persona de mi esposa, que no puedo refutar. He llegado a la conclusión de que yo debo estar en el error, y que ha de haber un poder santo y divino en la religión que puede tomar a una mujer borracha y convertirla en una santa, cantadora, amable, paciente y piadosa, como es ahora mi esposa.

La vida cristiana consiste en hacer todo con Jesús; rezar, discurrir, amar, trabajar, caminar, descansar, divertirse... Los disgustos, enfermedades, contradicciones, dolores... sin incorporarlos a Cristo, carecen de valor. “No te llames pobre teniéndome a mí”, podría decirnos el Señor.

Un sabio nos diría: Eso que te preocupa te conviene, aunque no lo veas tan claro. Omnia in bonum! Todo es para bien, si amamos a Dios.


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