Espiritualidad matrimonial




 

Hay maridos y mujeres que sienten celos de Dios, en lugar de verle como lazo de unión entre ellos, lo ven como factor de separación, como si hubiera una vil competencia entre Dios y un ser humano, pues Dios nunca es un rival.

No caen en la cuenta de que, evitando que el cónyuge frecuente a Dios, va en detrimento de su propio matrimonio. Si el cónyuge accede a quitar a Dios de su corazón y poner al otro en ese lugar, no alcanzarán nunca la felicidad, y se corre el peligro de que desaparezca el mismo matrimonio.

Eso le lleva al hombre a ser un déspota contra el otro ser humano. Si el cónyuge accede, el otro irá adquiriendo cada vez más dominio sobre él. Porque si Dios no es Dios para ti, irás en busca de otros dioses, y el déspota se tiene a sí mismo como dios.

Exigiendo al otro que deje su camino de unión con Dios, lo llevas a ser cada vez más infeliz. Nosotros nunca podemos dar lo que Jesús da. Si cada uno ocupa su lugar de criatura, llegará a la felicidad.

La criatura encuentra su Plenitud sólo en Quien la puede dar. Estanos en amistad con Dios, están más completos, más plenos y más íntegros para poder darse el uno al otro. Son más dueños de sí m ismos, se conocen más y se van perfeccionando para hacer que ese amor sea más maduro y auténtico. Cuanto más separados estén los cónyuges de Dios habrá más infelicidad y más vacío.

La sexualidad no puede dar lo que promete, vivida fuera de la castidad. Si uno acude al matrimonio con ideas sacadas de la pornografía sobre lo que es la sexualidad, no amará, usará al otro para el propio beneficio y no en beneficio del amor.

Si una persona usa su sexualidad como un fin en sí mismo, de proporcionar placer y no lo ve como un don, nunca amará. Un amor infecundo nunca es un amor oblativo, no es don, es egoísmo puro. Un amor cerrado a la vida nunca será real.

La castidad es el freno para que la sexualidad no se convierta en animalidad. Poner las relaciones sexuales en un lugar que no le corresponden dentro del matrimonio, da lugar a muchas decepciones y a muchas rupturas.

La plenitud del hombre nunca se puede alcanzar en la sexualidad. La sexualidad no es en sí plenitud de don o plenitud de gozo. El hombre no alcanza su plenitud en la unión sexual. La sexualidad humana sólo alcanza su redención dentro de la vida de la Gracia, es decir, dentro de la armonía con la voluntad de Dios. Sin la vida de la gracia, el hombre tiende a dominar, y la mujer, a dejarse dominar. Sin Vida de la Gracia, la sexualidad es una esclavitud. Hay que vivir en gracia y perseverar en ella. Las desviaciones y perversiones nos esclavizan más. ¡No nos dejemos engañar! Nos manchan la vista, el pensamiento, la imaginación, el alma. Nos incapacitan para amar de verdad. El otro es sólo un “objeto para el uso”, un objeto de placer, que se abandona o se cambia por otro cuando está gastado, o se abandona ante la vista de algo más apetitoso. El matrimonio no es para usarse, es para darse, para donarse. Así se alcanza el verdadero amor y la plenitud y eso supone esfuerzo. En la vida de la gracia no se puede avanzar sin esfuerzo.

¿Cuándo somos felices? Cuando hacemos aquello para lo que estamos hechos, es decir, cuando dirigimos nuestra v ida a Dios La vida nueva viene como un regalo o como una gracia. Dios tiene que ver la voluntad nuestra de acceder a Él, al hombre le toca decirle a Dios que sí. Se nos plantea una vida más elevada, pero ese don ha de ser aceptado.

La vida espiritual es calificada de sobrenatural porque nos sobrepasa. Está en el nivel de la fe. El amor es querer el bien para el otro; esto significa que los actos de sacrificio se harán con amor. Empieza con un acto de amor y así participa en la Vida Divina.

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