Ángeles custodios o de la guarda
¿Qué son los Ángeles? Se entiende por ángeles los seres
personales de naturaleza invisible creados por Dios, inteligentes, que
colaboran como mensajeros en el ejercicio de la Providencia en la Historia de
la Salvación. La Iglesia ha definido dogma de fe la existencia de los Ángeles.
Dios es el creador de todas las cosas, las visibles y las invisibles. (IV
Concilio de Letrán, 1215). Y entre las invisibles están los Ángeles, que son
espíritus puros.
Los Ángeles son personas, pero personas angélicas; es
decir, tienen inteligencia y voluntad. Poseen una inteligencia mayor que los
seres humanos.
Dios ha asignado a cada uno un Ángel de la Guarda o un
Ángel Custodio, desde que fuimos concebidos, y nos acompaña toda la vida. Hay
quienes creen que es cuento de niños, mas no lo es. Hay que tratar a nuestro
Ángel de la Guarda pues nos puede ayudar mucho si se lo pedimos; es más, ese
Ángel coopera en toda obra buena que hacemos.
Es un hecho palpable que no nos bastamos a nosotros mismos,
que necesitamos habitualmente de la ayuda de los demás. En esta vida de
relación participan no sólo los hombres, sino también los ángeles: “desde esta
tierra, la vida cristiana participa, por la fe, en la sociedad bienaventurada
de los ángeles y de los hombres, unidos a Dios” (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 336). Sin embargo, es
necesario dejarse ayudar. Los ángeles no pueden entrar en el interior de la
conciencia, no tienen acceso a lo que el hombre piensa y desea; pueden
conocerlo sólo si se lo manifestamos o si Dios se lo revela. Aquí se encuentra
otro motivo para tratar al Ángel Custodio: hablar con él, decirle lo que nos
pasa y lo que queremos, para que lo conozca y nos ayude. Ciertamente, con su
inteligencia agudísima, basándose en signos —reacciones y actitudes, palabras o
gestos— pueden llegar a conocer nuestras intenciones y proyectos, o nuestras
necesidades, y así alcanzan a saber lo que nos conviene; pero habitualmente
recibirá más ayuda del propio Custodio quien más le trate.
Dios ha pensado en un Ángel particular para cada uno de
nosotros, y cuando morimos ya no le es asignado a otra persona.
La ayuda del Ángel puede contribuir enormemente a la
eficacia del trabajo, de la oración y del apostolado: es un gran aliado para
vivir la coherencia de vida. También nos auxilian en los peligros, si acudimos
a ellos. Dice Santo Tomás de Aquino que, el fin último de la misión del Ángel
“es llevar al hombre a la posesión de la herencia eterna” (Santo Tomás, T.Th,
I. q. 113, a. 5 ad 1).
La protección del Ángel Custodio es decisiva en la lucha interior,
ya que por naturaleza está habilitado para este combate. Todos tenemos una
lucha interior para ser mejores y para ser menos egoístas y soberbios, y, si no
es así, difícilmente seremos agradables a Dios.
Una mística del siglo XVII, Sor María de Jesús de Agreda,
dice: En esta lucha del hombre, Dios no lo ha querido solo, porque de otro modo
la lucha habría sido desigual, ha puesto un Ángel de la Guarda, un Ángel
siempre preparado para intervenir en cualquier momento que es requerido. Por
desgracia la incredulidad hace que pocos recurran a él. Por eso hemos de hablar
mucho de los Ángeles... ¡Cuántas veces los Ángeles, nuestros custodios están
obligados a la pasividad casi absoluta por la incredulidad de los hombres!
Hay una breve oración que dice: “Ángel de mi Guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de
día, cuídame de noche, sígueme de día, Nuestro Señor te creo para mi compañía.
No me dejes solo, que me perdería”.
¿Y los demonios, qué son? Son Ángeles caídos. Son los
ángeles rebeldes y arrogantes que dijeron: “Non
serviam!”. “No serviremos a Dios”. Los demonios prosperan especialmente con
la ira, la falta de perdón, la arrogancia y la desobediencia. La pornografía,
las adicciones, el aborto, la adivinación y los recursos de la Nueva Era son
puertas de entrada que le abrimos a los espíritus malignos.
Nuestra vida dura un instante, un “parpadeo” si se compara
a la eternidad. Por eso es importante valorar el tiempo e invertirlo en lo que
vale la pena, en tratar a Dios y a los demás, con amor y respeto.
Podemos tratar a diario a nuestro Ángel Custodio para que
nos guarde de todo mal, es decir, del pecado. Y también, a través de los
Ángeles, podemos mandar mensajes de amor a nuestro Jesús.
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