Llagas de Cristo
Son muy distintas las Llagas de
Cristo en su Pasión y en su Resurrección. En la Pasión nos muestran la maldad
de los hombres y el misterio de iniquidad: el pecado. En ellas vemos la
crueldad y el dolor en sus formas más duras. Los ojos de María se detendrían en
cada una de ellas, bañados en lágrimas, pero entendiendo lo que estaba
sucediendo allí: un auténtico sacrificio de valor infinito.
Todos los dolores de la Humanidad se pueden mirar en el espejo de las
Llagas de Cristo. ¿Quién puede decir que haya padecido más que el Redentor?
Todo sufrimiento adquiere así un sentido nuevo: unido al de Cristo sirve para
corredimir con Él.
Ya no hay sufrimientos inútiles o absurdos. Los dolores que los hombres
experimentan en esta vida, a veces son
la pena por sus pecados o por el pecado original. Ahora se convierten en
sacrificio que unido al de Cristo salva y redime.
Es lógico que las llagas se puedan considerar como refugio: No estorbes
la obra del Paráclito: únete a Cristo, para purificarte, y siente, con El, los
insultos, y los salivazos, y los bofetones..., y las espinas, y el peso de la
cruz..., y los hierros rompiendo tu carne, y las ansias de una muerte en
desamparo... >Y métete en el costado
abierto de Nuestro Señor Jesús hasta hallar cobijo seguro en su llagado
Corazón.
Las Llagas de Cristo resucitado son diferentes. No son heridas de dolor
y de injusticia, sino que son como las condecoraciones de un vencedor. Son
Heridas luminosas, como se las ha llamado en ocasiones. No sangran, pero Jesús
las conserva. A los hombres les muestran la esperanza de la victoria. No hay
dolor que no pueda ser vencido. Cristo ha vencido a la muerte y al dolor.¿Quién
puede decir que ha vencido a la muerte? Sólo Cristo. Y con ella vence al
pecado, que es la causa de la muerte y del dolor . Uniéndose a Cristo, las
heridas que produce el pecado en el hombre también se transforman en las
condecoraciones del luchador y -con la gracia de Dios- vencedor.
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