Dar a conocer la verdad


 

En el siglo VI, en un mercado público de Roma, San Gregorio Magno vio que unos hombres iban a ser vendidos como esclavos. Los cautivos eran altos, bellos de rostro y rubios. Preguntó de dónde provenían, y le contestaron: “Son anglos”. “Non angli sed angeli”, señaló Gregorio. Este episodio lo motivó a enviar misioneros al norte, trabajo que estuvo a cargo de Agustín de Canterbury. A una pregunta de San Agustín de Canterbury sobre qué hacer con los altares de los ídolos, el Papa San Gregorio le contestó que no destruyeran los santuarios paganos, “límpienlos”, dijo; con lo que quería decir que había que re-dedicarlos.

 

Para dar doctrina hay que formarse, hay que leer, hay que meter la doctrina en el propio corazón, no sólo en la cabeza. Decía el Cura de Ars: “Una persona que no está formada en su religión es como un enfermo agónico; no conoce ni la grandeza del pecado, ni la belleza de su alma, ni el precio de la virtud; se arrastra de pecado en pecado”.

Hemos de ayudarle a la gente a encontrar el sentido de la vida. Dijo el Papa Benedicto XVI: “Sólo cuando encontramos en Cristo al Dios vivo, conocemos lo que es la vida (…). Cada uno de nosotros es querido, cada uno de nosotros es amado, cada uno de nosotros es necesario. Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a otros la amistad con Él (Homilía en la Misa del inicio del ministerio petrino, 24-IV-2005).

 

Roy Shoeman, un judío que se convirtió al Catolicismo en los años ‘80, cuenta que cuando Dios le hizo ver que existía, no le dijo su Nombre porque él no estaba preparado para ello; pero sintió que era amado y que nadaba en un océano de Amor. Comprendió que todo lo que le había pasado desde el comienzo de su vida, era lo mejor para él. Él empezó a rezar todos los días una oración hecha por él m ismo: “Dime tu Nombre para saber el camino para encontrarte y adorarte”. Y exactamente después de rezar esa oración, de un modo insospechado para él, Dios le reveló que el que le había hecho sentir esas oleadas inmensas de amor era Jesucristo.

 

Cristiano es quien vive de fe, de esperanza y de caridad; dones derramados por el Padre celestial en nosotros. Son estas virtudes las que hacen posible el despliegue del germen de vida sobrenatural recibido en el Bautismo. En la vida cristiana, la fe proporciona sobre todo un pleno conocimiento de la voluntad de Dos, de modo que se siga una conducta digna de Dios, agradándole en todo, produciendo frutos de toda especie de obras buenas y adelantando en conocimiento de Dios (cfr.Gaudium et spes, n. 11)

 

Una parte de la fuerza interior viene por la formación doctrinal. Es construir la casa sobre roca; quien la construye sobre arena puede ser algo bonito, pero superficial: una fachada bonita, pero al primer vaivén aquello se derrumba. La formación doctrinal da las raíces, da solidez a la vida interior. Es importante unir la formación doctrinal con la piedad: la teología se estudia bien cuando esa materia se hace materia de oración. Es importante unir la realidad teológica a la vida interior, de otro modo no se ha entendido el sentido de la formación doctrinal...  Es vital unir la verdad y la caridad.  

En una conferencia a catequistas, el Cardenal Ratzinger, sintetizando, decía: Evangelizar es enseñar el arte de vivir (...) La pobreza más profunda es la incapacidad de alegría, el tedio de la vida considerada absurda y contradictoria. Esta pobreza se halla hoy muy extendida, con formas muy diversas, tanto en las sociedades materialmente ricas como en los países pobres. La incapacidad de alegría supone y produce la incapacidad de amar, produce la envidia, la avaricia..., todos los vicios que arruinan la vida de las personas y el mundo. Por eso, hace falta una nueva evangelización. Si se desconoce el arte de vivir, todo lo demás ya no funciona. Pero este arte no es objeto de la ciencia: sólo lo puede comunicar quien tiene la vida, el que es el Evangelio en persona.

Decía un sabio a unas profesoras: Hoy día hace mucha falta hablar mucho de la vida eterna y también de las postrimerías. El tiempo es brevísimo. Un minuto concedido a la comodidad es un minuto sustraído a la gloria de Dios. Si ponemos el 1%, Dios pondrá el 99% que resta, o más. Hemos de adquirir más doctrina para darla.

En suma, el fin de la formación doctrinal es proporcionar un conocimiento profundo de la Revelación cristiana y de las verdades con ella relacionadas, de modo que sea alimento de nuestra vida espiritual y seamos capaces de realizar el apostolado entre personas de cualquier condición, contribuyendo así a impregnar toda la cultura humana con el espíritu del Evangelio.

 

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