¿Qué sentido tiene vivir?
Le pregunté a Mijaíl, un
joven profesionista de 29 años: “¿Qué sentido tiene vivir?”. Él contestó: “Pues
somos una parte de la naturaleza, ¿no?”.
Dios
creó todo para el hombre, pero el hombre fue creado para servir y amar a Dios y
para ofrecerle toda la creación (CEC 358). En el plan de
Dios estamos llamados a “someter la tierra” como “administradores” de Dios, no
como dueños; por lo tanto, no se trata de destruir la naturaleza, sino de
cuidarla (cfr. CEC 373).
¿Y cómo le ofrezco la
creación a Dios? Siguiendo las enseñanzas de la mística italiana, Luisa
Picarreta, quien pone, en cada gota de agua, un te amo a Dios; en cada hoja de árbol, en cada flor, en cada trino
de pájaro, en cada pez que serpentea en el mar, va ese te amo dirigido al Creador.
Con frecuencia, ante los
males del mundo, las catástrofes y las guerras, la gente se pregunta: “¿Y dónde
estaba Dios cuando esto pasó?”. Dios siempre nos acompaña y no aprueba el mal uso
de la libertad humana, pero lo respeta porque es en serio que nos ha dado la
libertad. Cada uno debe de florecer en el lugar en que Dios nos ha plantado.
En su Exhortación
apostólica Gaudete et exsultate, el Santo padre Francisco, pide dejarnos
estimular por los signos de santidad que el Señor nos presenta a través de los
más distintos miembros del pueblo de Dios. Pensemos –dice-, como nos sugiere
Teresa Benedicta de la Cruz, que a través de los santos se construye la
verdadera historia: “En la noche más oscura surgen los más grandes profetas y
los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística permanece
invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia del mundo
fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada dicen los
libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de agradecer los
acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que sólo sabremos
el día en que todo lo oculto será revelado” (n. 8).
Podemos ser las manos de
Dios, como lo fue Madre Teresa de Calcuta, o el corazón de Dios, como lo fue
Santa Teresita de Lisieux. Muchas personas consagradas, nos han dado ejemplo
como San Juan Bosco, San Francisco de Sales y Carlo Acutis, quien no estaba
consagrado sino dedicado a Dios.
Muchos coincidimos en
considerar al Papa emérito un sabio y un santo. Benedicto XVI era rápido para
detectar los problemas y sabía dar una solución surgida de la propia fe. Solía
decir: “Hay temas importantes, pero el más importante es el de la fe en Dios.
Este es el centro en el cual se desarrolló su pontificado y su predicación”. Su
secretario cuenta que decía: Dios es el centro de nuestra fe y, en un momento
dado, el centro de nuestra fe se encarnó, se hizo Hombre en Jesús de Nazaret,
Proclamar esto de forma convincente y creíble era el objetivo de su ministerio
papal.
Hubo un personaje
vietnamita llamado Francisco Javier Nguyen van Thuan que estuvo años encerrado
en la cárcel por los comunistas, por ser un obispo fiel a Dios y al Vaticano.
Cuando fue arrestado sintió tristeza por lo que dejaba. Su opción fue “voy a
vivir el momento presente colmándolo de amor”. No fue una inspiración
improvisada, sino una convicción que fue madurando durante toda su vida. Sin
embargo, se inquietaba por su rebaño, que estaba como ovejas sin pastor. Una
noche le llegó la luz: “Haz como San Pablo cuando estuvo en la prisión,
escribía letras a varias comunidades”. Así fue como empezó a escribir cartas
que luego se convirtieron en libros.
En la vida interior, ¿de
quién será la victoria? San Juan Pablo II decía: De quien sepa acoger a Dios.
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