Hacer oración, Parte 2


 









Jesús nos exhorta: “Cuando vayas a rezar, entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido” (Mt 6,6). Este cuarto no es sólo un lugar material, sino un estado de ánimo, un lugar interior, “lo íntimo del corazón.: San Ambrosio dice: “Y no pienses que se hable aquí de una habitación delimitada por cuatro paredes, en la que tu cuerpo pueda refugiarse; es también ese cuarto que está dentro de ti mismo, en el que están encerrados tus pensamientos y en el que moran tus afectos. Un cuarto que va siempre contigo y que siempre es secreto” (San Ambrosio, Caín y Abel, I, 9,38).

Lo primero que debemos cuidar al hacer la oración es la puntualidad, para empezar y para terminar, y el recogimiento. Ayuda tomar en cuenta que el Señor nos dice: Antes de entrar en conversación conmigo, hazte introducir por mi Madre, por San José y por los ángeles. Son como una corte de honor que suplirá tus deficiencias.

Hay diversos modos de hacer la oración; cada uno debe escoger el que más le convenga. Hacemos oración para dar gracias, de petición, de reparación y de adoración. Hay quien parte de la jaculatoria: “Gracias, perdón, ayúdame más”, o de la oración de Fátima: Creo en ti, espero en ti, te adoro, te amo, te pido perdón por los que no creen, no esperan, no adoran y no aman.

Es recomendable llevar algún libro a la oración, por si se nos acaba el tema o por si nos falta inspiración; y uno de los libros que más nos pueden ayudar es el Evangelio, la vida de Jesús. La lectura alimenta la oración. Escudriñad en la Escritura, dice Jesucristo.

Al orar, hemos de luchar contra las distracciones, que se presentan con frecuencia, a veces porque la persona de al lado hace ruido, otras porque se nos vienen pendientes a la cabeza. La dificultad habitual de la oración es la distracción. La distracción descubre al que ora aquello a lo que está apegado su corazón (CEC, 2729).

 El demonio quiere que el alma esté floja, tibia, débil, y en lugar de ocuparse de las cosas de Dios, se desvíe a las cosas del barro, por eso trata de que no hagamos oración, ya que sin vida interior no haríamos más que el mal.

 La oración, si está bien hecha, es operativa, debe ayudarnos a ser mejores en la práctica. Sólo se puede hacer oración cuando buscamos hacer la Voluntad de Dios. Alguien rezaba: “Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis debilidades; pero hazme llegar a ser como Tú lo deseas”.

 La Sagrada Escritura dice: “Orad sin desfallecer”. Por eso hemos tomar ocasión de todo para hablar con Dios: si suena la sirena de la ambulancia, encomendamos al accidentado; si vemos una película rezamos por el director y los protagonistas; si vamos por la calle podemos ir repartiendo jaculatorias; si nos piden limosna podemos regalarles un Avemaría... Leemos en el periódico que Karen, mexicana, estuvo a punto de morir en el tsunami y, una vez rescatada recibió un e-mail de su esposo: “Gracias por lo feliz que me has hecho”, y así se lo decimos también al Señor: “Gracias por lo feliz que me has hecho..., y por los palos que me has dado porque los necesitaba”.

La dificultad más seria para progresar en la oración es el desaliento. Los Apóstoles negaron a Jesús y le dejaron porque se durmieron y abandonaron la oración. . La aridez en la oración, en sí, es cosa normal. Lo que importa es la determinación de la voluntad de seguir orando. Libermann advierte: “Lo que pierde a las almas es el desaliento”. Lo podemos anular o contrarrestar en la oración, y sobre todo, con la devoción a Santa María.

Dice San Juan de la Cruz, «lo que pretende Dios es hacernos dioses por participación, siéndolo él por naturaleza; como el fuego convierte todas las cosas en fuego» (Dichos 106).


Comentarios

Entradas populares de este blog

¿Quién soy yo?

Semana de oración por la unidad de los cristianos

Plan personal de formación