Muertos y vivos

 


conferencia de Scott Hahn traducida al español

https://youtu.be/KEC_9yHGDss

Señor te damos gracias porque tu fuerza se hace perfecta en nuestra debilidad. Ayúdanos a recuperar el tiempo perdido, desbloquea nuestros corazones y abre para nosotros el Corazón de Jesús. Que podamos experimentar la fuerza de tu amor de una manera completamente nueva. Padre querido, danos esa esperanza sobrenatural por la cual llegaremos al Cielo.

Lo más importante no es cuándo vamos a morir, sino cómo: en estado de gracia o sin él. El día más negro de la historia fue el Viernes Santo, cuando nosotros estábamos matando a nuestro Redentor y Él estaba amando y redimiéndonos. En cierto modo todos fuimos sus verdugos. Jesús supo hacer lo mejor con lo peor.

La vida eterna no es una vida muy larga, sino es compartir la vida de Dios mismo por la eternidad. En Génesis 2,7 se explica que Dios nos creó el polvo del suelo, para que veamos nuestros humildes orígenes, modelo al hombre y le dio el aliento de vida. Su primera respiración que el hombre inhaló no fue simplemente oxígeno, fue el aliento de Dios; el Espíritu Santo –el aliento de Dios- le da vida sobrenatural, que viene a morar dentro de su alma; la gracia santificante, como la llaman los teólogos. Es la fuente de su justicia original.

Dios invita a Adán a disfrutar de todos los árboles frutales del paraíso, con excepción de uno. Y Dios advierte: “El día que comas de ese fruto, seguramente morirás”. Adán y Eva comen y no caen fulminados, entonces, da la impresión de que la serpiente tenía razón al decirles que no morirían. Y hay una explicación: Hay una vida tanto humana y natural en nuestros cuerpos, pero también hay una vida sobrenatural y divina en el alma humana. Hay asimismo una muerte natural y otra sobrenatural y divina. El único modo de causar esta vida sobrenatural es con la comisión de un pecado mortal, thánatos, en griego, de muerte (Cfr 1 Juan 5,17). Fue un acto de suicidio espiritual, al cometer ese pecado apagaron la vida de Dios en sus almas.

Cuando nace un bebé tiene vida natural, pero están privados de la vida divina que nuestros primeros padres recibieron y a la que renunciaron cuando cometieron el pecado original. Ello nos deja vulnerables, pero no culpables de un pecado que para ellos fue personal.

San Pablo describe en Romanos cap. 5 y 6, como escapamos de este legado a través del Bautismo, que no es como quitar una mancha, sino que es una resurrección. Los que hemos sido bautizados, hemos sido elevados, resucitados. No es una metáfora, es la infusión del Espíritu Santo en el momento en que somos bautizados; resucitamos a la vida divina que nuestros primeros padres perdieron. Es algo más grande que la resurrección de Lázaro, donde se le devolvió su vida física, natural. Se nos devuelve la vida sobrenatural que es divina y eterna.

La palabra griega bios es la vida natural, mientras que la palabra zoé es la vida sobrenatural, espiritual, es la vida eterna. Cuando Jesús dice “Yo soy el Pan de vida” usa la palabra zoé; cuando dice “Yo soy el camino, la verdad y la v ida”, lo mismo, utiliza la palabra zoé. ¡Si pudiéramos apreciar lo sagrado de la vida! No tenemos el derecho de hacer algo ofensivo a Dios.

Es algo erróneo e injusto el llamar al aborto un “derecho de la mujer”. San Julián de Toledo, en el s. VII, en su libro El Pronóstico, dice: “Todo el mundo teme la muerte de la carne, pero son muy pocos los que temen la muerte del alma. Destinados a la muerte, luchamos por no morir, destinados a la vida eterna, no nos esforzamos por evitar el pecado. Si evitáramos pecar nuestros esfuerzos se verían coronados con vida eterna”. Jesús sufrió la muerte física para darnos vida verdadera. Jesús hace de su vida un don de amor. Hace de su oración una liturgia, el sacrificio de la Santa Misa.

En la Última Cena -primera Misa-, Jesús celebraba la Pascua, pero no sólo eso, instituyó la Eucaristía, la Pascua de la Nueva Alianza. Transforma el sacrificio de la pérdida de la vida del animal, del cordero, al don de la vida divina.

El único modo de comprender el Viernes Santo es mirándolo a la luz del Jueves Santo. Jesús estaba estableciendo la Pascua de la Nueva Alianza. La Pascua antigua consistía en el sacrificio del cordero y luego la comida. Las palabras de la institución de la Eucaristía exceden lo que Dios dijo en el principio, cuando dijo “hágase la luz”, “hágase esto y lo otro”, Dios trajo a estas criaturas de la nada, pero cuando Jesús dice: “Esto es mi Cuerpo”, transforma el pan en el Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad del Hombre-Dios. ¡Está transformando palabras humanas en palabras divinas! Va más allá de pronunciar unas palabras humanas. Los discípulos nunca habían oído estas palabras, “éste es el cáliz de mi Sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”. Esta eucaristía, como la nueva alianza, es la que transforma aquella ejecución romana en la consumación del sacrificio. Es el sacrificio más sagrado que jamás se haya ofrecido.

Ahora celebramos la sagrada eucaristía, y es el mismo Cuerpo que estuvo en el Cenáculo el Jueves Santo y el mismo Cuerpo que el Viernes Santo estuvo colgado de la Cruz; el mismo cuerpo que yacía en el sepulcro el Sábado de Gloria y que resucita el Domingo de Pascua. Lo cual nos explica parcialmente cómo Jesús resucitado camina con los discípulos de Emaús varias horas hasta que llegan al poblado. En ese momento Jesús toma el pan, lo bendice, lo rompe y lo da, y en ese momento se dan cuenta de que es el Salvador. Cleofás y su compañero no figuraban en la institución de la eucaristía. ¡Es el momento de gracia! Y el Señor desaparece. Una vez que los ha llevado a reconocer su presencia, resucitado, ya no necesitan su presencia física. Se les abrieron los ojos con la fracción del pan.

En la Eucaristía Jesús nos da su carne resucitada. Jesús transforma su carne en inmortal. Esto no es un evento histórico, sucede aquí y ahora.  Es la reivindicación de su inocencia, y no sólo eso, es la divinización de nuestra humanidad cuando estamos en gracia. Él tomó lo que era nuestro y nos dio lo que era Suyo.

2ª Carta de Pedro, 1,4 Jesús nos hace partícipes de la naturaleza divina, es el Amor que da la Vida. Eso es lo que es la Eucaristía. Pone en movimiento el juramento que había hecho a sus discípulos un año antes, cuando alimentó a cinco mil (cfr. Jn, 6). Cuando como, aquello se convierte en parte de mi cuerpo, pero cuando comemos el Cuerpo resucitado de Cristo, comemos un cuerpo deificado, “y nos resucitará el último día”, como prometió. Nos hacemos uno con el de una forma que excede nuestras más grandes expectativas.

Cuando participamos del Santísimo Sacramento, Dios nos está deificando, hace de su humanidad algo comunicable, comestible. Cuando resucitemos, se nos van a devolver nuestros cuerpos vivos y glorificados (cfr. 1 Cor 15). Serán como semillas que se siembran en corrupción y se levantan en incorrupción, se siembran en vileza y se levantan en gloria. Por ello Juan Pablo II hablaba del asombro eucarístico, todo ello se debe a haber comido su Cuerpo. Lo más importante para la Iglesia de hoy es cultivar el asombro eucarístico.

Es asombroso que no nos asombremos al escuchar las palabras de la consagración. Creemos, pero ¿cómo llegamos a creer en algo que a primera vista es asombroso, increíble? Y, al mismo tiempo es increíble que no nos asombremos cada vez que escuchamos las palabras de la consagración. ¿Cómo es posible que hombres mortales puedan transformar la materia terrena, en el Hombre Dios? Se debe a la imposición de manos del Obispo el día de su ordenación. ¿Y quién le da al Obispo ese poder? Todo se remonta al siglo primero, a los Apóstoles, pescadores y cobradores de impuestos. Nos tenemos que remontar hasta Cristo y el poder del Espíritu Santo. ¡Esto es el asombro eucarístico! Lo siento por los que no creen dentro y fuera de la Iglesia.

¡Qué don de Dios es la fe eucarística! Si Dios quiere usar a un patán como yo, quizás Dios quiere usarnos a ti y a mí para alcanzarnos a ellos. Quizás Dios esté profundamente interesado en ello. Seguimos siendo parte de ellos. Necesitamos la gracia de la conversión todos los días. Miramos hacia el mundo, no con juicio, sino con un santo anhelo; cristo murió por ellos tanto como por nosotros.

El Credo de los apóstoles se agrega a las mejores noticias jamás pronunciadas: el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Nuestros cuerpos se transformarán en cuerpos gloriosos como el de Cristo, y el Cielo se transformará en una reunión familiar, un retorno a casa como jamás hemos experimentado antes.

Lo que le traería deleite al Padre Eterno sería reunir a todos sus hijos e hijas, y enseñarles tus historias y tus experiencias. Vamos a ver que nuestras historias se entrelazan y nos vamos a dar cuenta que esas historias no son sólo nuestras, son también de Él. La historia de la salvación que Dios Padre ha escrito y planeado para cada uno de nosotros, vamos a revisarla y veremos que va más allá de nuestros sueños fantásticos y de nuestros más profundos anhelos.

El Padre se va a deleitar en nuestro mirar a Cristo; nos daremos cuenta que Él entró en el mundo en aquel entonces y en aquel lugar y también aquí y ahora. ¿Qué seremos en millones y millones de años? Serán como dos minutos de la eternidad. Es algo que no podemos ni concebir ni imaginar.

Y esta es la razón por la cual fuimos creados. Hemos de cultivar el anhelo evangelizador, ayudarlos a realizar ese potencial.

Nuestros hermanos fueron creados a imagen y semejanza de Dios y están espiritualmente muertos por el pecado original, y han vuelto a morir a causa de los pecados mortales personales y de los cuales no se han arrepentido y no los han confesado en número y en género.

Dios anhela llevarnos a una nueva vida, mejor de la que podemos imaginar. Esto es lo que Él hace en el bautismo, en la eucaristía, y también en el confesonario.

Esto me recuerda una película, se llama El sexto sentido, salió en 1999. Se trata de un niño que está perturbado por un secreto que ni su mamá conoce. Un psicólogo infantil lo trata y finalmente le dice su secreto, ve a personas muertas, no saben que están muertas y sólo ven lo que quieren ver. Se puede pensar que el niño perturbado es una figura de Cristo, porque ¿qué es lo que ve? Personas muertas por todas partes, todo el tiempo. ¿Con qué frecuencia? Todo el tiempo. Están vivos en términos del bios humano y físico, pero están espiritualmente muertos en términos del zoé eterno.

Dios quiere alcanzar a sus hijos pródigos que se encuentran en una tierra lejana. A veces nuestros seres queridos están muertos y no se dan cuenta.

La Biblia es el menú, la Eucaristía es la comida. Esta es la palabra Encarnada, su Real Presencia para alimentarnos, para darnos poder y para resucitarnos a muchos.

Cuando nos devuelvan nuestros cuerpos ya resucitados, van a ser un billón de veces mejores de los de ahora. La Cena del Cordero va a ser muchísimo mejor que el matrimonio más feliz, va a ser muchísimo mejor que cualquier reunión, vacación, día de fiesta que jamás hayamos tenido. Sólo un Padre Omnipotente con amor eterno puede resucitar a los muertos y llevarnos a la vida eterna, a la felicidad eterna.

Toma plena posesión de esta esperanza. Aférrate a esta santa fe. Es asombroso lo que Dios ha hecho por nosotros, y que nos haya capacitado para reconocer lo que ha hecho, porque excede por mucho todo lo que le hayamos pedido. Dios Todopoderoso, te pedimos que derrames el Espíritu Santo sobre nosotros más que nunca antes, para que nos resucites a la vida eterna. Ayúdanos a entrar más profundamente en la riqueza de la realidad y el poder de la vida eterna, del divino amor, de la humildad de Cristo, y también pido por los que están con nosotros, que llevan el corazón roto, que tienen hogares quebrantados. Haz lo máximo con nuestro mínimo, que tu fuerza se muestre en nuestra debilidad, que sepamos quiénes somos como tus hijos, y sabremos quién eres Tú. Más que nuestro Creador y Salvador o Juez eres nuestro Abbá, nuestro Padre.


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