15 de agosto: Asunción de la Virgen
La Virgen María fue asunta al cielo, es decir, su cuerpo y su alma fueron llevados al
paraíso. El dogma promulgado en 1950 por Pío XII, no especifica si la Virgen
pasó por la muerte o fue un momento de tránsito (dormición). La Iglesia lo deja
a la devoción de cada creyente. En Oriente los fieles se inclinan por la
Dormición de Nuestra Señora. Lo importante es que nuestra Madre fue asunta al
cielo por el poder de su Hijo.
En el año 2005, el Papa Benedicto XVI predicó sobre
esta solemnidad y dijo que la fiesta de la Asunción era un día de alegría.
Agregó: “Dios ha vencido. El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto
de manifiesto que el amor es más fuerte que la muerte… El cielo ya no es para
nosotros una esfera muy lejana y desconocida. En el cielo tenemos una madre. Y
la Madre de Dios, la Madre del Hijo de Dios, es madre nuestra. Él mismo lo
dijo, la hizo madre nuestra cuando dijo al discípulo y a todos nosotros: ‘he
allí a tu madre’. En el cielo tenemos una madre. El cielo está abierto; el
cielo tiene un corazón”.
La oración del Magnificat
brotó de los labios y del corazón de Santa María, poesía inspirada por el
Espíritu Santo. En este canto se refleja toda su alma y su personalidad. En
este canto se percibe su humildad y su grandeza.
Ella dice que Dios es grande, ella sabe que, si Dios
es grande, también nosotros podemos ser grandes. Por eso, “su alma engrandece
al Señor”, porque hizo maravillas en ella. Nuestros primeros padres pensaron
que, si Dios era grande, quitaría algo a su vida, desconfiaron de Dios y en
ello radica el pecado original. Y esta sigue siendo la tentación de la mujer y
del hombre moderno: “Sin Él, seremos como dioses”.
Pero la sorpresa que el hombre se lleva es que, cuando
Dios desaparece de su vida –o se hace irrelevante-, es que él sale perdiendo
dignidad y la vida no le hace sentido. Se convierte sólo en el producto del que
“se puede usar y abusar”. ¿Qué es la trata de personas sino reflejo perverso de
este olvido?
Con nuestra Madre, comenzamos a comprender que, si el
hombre quiere ser grande, debe de aceptar que es dependiente de Dios e hijo
queridísimo y, por tanto, heredero del cielo, lo cual lo diviniza sin ser Dios.
Es decir, le hace crecer en dignidad y en respeto por los demás. Cuando una
persona se sabe hijo de Dios, hace oración, habla con Dios, y, en ese trato
comprende cuál es la Voluntad de Dios para él.
La historia de
la Asunción de la Virgen que se recoge en la tradición popular, y
concretamente en el libro de Visiones y
Revelaciones, de Ana Catarina Emmerick, narra que los Apóstoles rodeaban a
la Virgen antes de su tránsito, y Tomás no estaba con ellos. Llegó desde la
India, tarde, con un compañero y quiso ver el lugar donde se había depositado
su cuerpo. Fueron al sepulcro y todos vieron que en ese momento era asunta al
cielo. No de manera espectacular, sino discretamente, sin llamar la atención,
al estilo del resto de su santa vida.
Pero la sorpresa que el hombre se lleva es que, cuando
Dios desaparece de su vida, es que él sale perdiendo dignidad y la vida no le
hace sentido. Se convierte sólo en el producto del que “se puede usar y abusar”. ¿Qué es la trata de personas sino
consecuencia perversa de este olvido?
Jesús te podría aconsejar: Tú permanece muy unida a Mí.
Entrégate totalmente en confianza a mi Espíritu. De la mano de mi Madre copia
sus virtudes: paz, alegría y optimismo, confianza, dulzura y amor; perdón,
seguridad y humildad total. Segura en Dios que lo hace todo en Ella. Amén
(02-01-2020; www.vdcj.org).
¿Y en qué debo ocuparme? Jesús y María nos piden crecimiento,
¡no acomodarnos! Desplegar las alas de nuestro espíritu para emprender
el vuelo. Jesús pide no dejar sola a su Madre, sobre todo ahora, que va a
empezar la crucifixión de la Iglesia, y muchos le van a dar la espalda. Hay que
permanecer mirando al crucificado, al lado de María Magdalena y de San Juan.
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