¿Dónde está la verdadera religión?


 

Marcus Grodi

1ª parte

Soy un ex-ministro protestante. Como muchos otros he recorrido los caminos que llevan a Roma. Crecí en una familia típicamente protestante con unos padres buenos que me dieron mucho cariño. Pasé por la mayoría de las experiencias que forman parte de la niñez y adolescencia propias de un americano de mi generación.

Después de una temporada de rebeldía juvenil, cuando tenía veinte años experimenté una conversión radical. Me alejé de los placeres del mundo y tomé en serio la oración y el estudio bíblico. Gradualmente, comenzó a crecer en mí la convicción de que el Señor me estaba llamando para ser ministro. Dejé mi trabajo y entré en el seminario teológico de Gordon-Conwell, en un suburbio de Boston. Adquirí el doctorado y fui ordenado Ministro Protestante.

Tomé muy en serio mis nuevas obligaciones pastorales y deseaba llevarlas a cabo correcta y fielmente, para que al final de mi vida, cuando me encontrase cara a cara con Dios, pudiera oírle decirme estas importantes palabras: “bien hecho siervo bueno y fiel”. Mientras me adaptaba a la nueva vida, más bien cómoda, de un Ministro Protestante, me sentí feliz conmigo mismo y con Dios.

Lo único que yo deseaba era ser un buen pastor, pero no podía encontrar respuestas consistentes a mis preguntas, las de mis compañeros y amigos pastores, tampoco en los libros de “cómo hacerlo” que estaban en mi librero, ni tampoco en los líderes de mi denominación Presbiteriana. Daba la impresión, que se esperaba que cada pastor tuviese su propia opinión en esos asuntos. Esta mentalidad de “reinventar la rueda tantas veces como lo necesites” que es el corazón del carácter pastoral del protestantismo, me perturbaba profundamente. ¿Qué habría pasado con los ministros de siglos pasados que enfrentaron los mismos dilemas? ¿Qué hicieron ellos?

La emancipación del protestantismo de las leyes y mandatos de Roma "hechos por el hombre que ha 'maniatado' por siglos a los cristianos" (por supuesto esto es como nos enseñaron en el seminario a ver el triunfo de la reforma sobre el romanismo) comenzaba a parecer más una anarquía que una genuina libertad. Nunca recibía las respuestas que necesitaba, a pesar de que oraba constantemente pidiendo dirección. Sentía que había agotado mis recursos y no sabía a quién recurrir. Irónicamente, ese sentido de frustración, de estar sin respuestas, fue providencial. Me preparó para estar dispuesto a las respuestas ofrecidas por la Iglesia Católica.

Una brecha en mi defensa

Mi apertura al considerar las posturas de la Iglesia Católica comenzó como resultado de una brecha en la muralla de la teología de Reforma Protestante que circundaba mi alma. Por casi cuarenta años trabajé para construir la muralla piedra por piedra, para proteger mis convicciones protestantes.

Jesús dice que el verdadero discípulo, está dispuesto a renunciar a todo, aún a su propia vida, si es necesario para servir al Señor. Yo estaba profundamente convencido de esto, y a la vez que trataba de practicarlo en mi propia vida.

Comencé a cuestionar cada aspecto de mi ministerio y de la teología y de la Reforma. Como un calvinista yo creía que si uno aceptaba públicamente a Jesús como su Señor y Salvador, era salvado por gracia a través de la fe. Pero, a pesar de que yo consolé a otros con esas palabras bien intencionadas, estaba preocupado por el estilo de vida mundano y a veces ampliamente pecaminoso que habían tenido algunos miembros, ahora muertos, de mi congregación. Después de algunos años de ministerio comencé a dudar si debería continuar.

Por ese tiempo un amigo de Illinois me llamó por teléfono, él también era un pastor presbiteriano que había oído el rumor que yo estaba pensando dejar la iglesia presbiteriana. "Marcos, no puedes dejar la iglesia" me regañaba, "tú no puedes dejar nunca la iglesia, estas comprometido con la iglesia"; "no importa que algunos teólogos y pastores estén locos, nosotros tenemos que mantenernos con la iglesia y trabajar para renovarla desde adentro", "debemos conservar la unidad a toda costa". En primer lugar, contesté con mal humor: “Si eso es verdad ¿por qué nosotros los protestantes nos separamos de la Iglesia Católica?”.

No sé de donde me salieron esas palabras, nunca antes en mi vida había tenido el más ligero pensamiento sobre si los reformadores estaban o no equivocados al romper con la Iglesia Católica. Había sido la esencia natural del protestantismo intentar traer renovación a través de un proceso de división y fragmentación. El emblema de la Iglesia Presbiteriana es "Reformada y siempre reformando"… Decidí que debería dejar el ministerio hasta que resolviese el asunto de una manera o de otra.

2ª parte

Volver a la universidad parecía la manera más fácil de tomar un respiro de todo esto, por lo tanto, me enrolé en un programa para graduados, de Biología Molecular, en la Universidad Case Western Reserve. Mi meta era combinar mis conocimientos científicos y teológicos en una carrera de bioética. Me imaginé que un doctorado en Biología Molecular me ganaría una mejor posición entre los científicos que lo que lo haría un título en Teología o Ética.

Un viernes en la mañana, después de conducir el largo trayecto hasta Cleveland, estaba tomando el desayuno, matando el tiempo antes de clases y tratando de estar despierto. Normalmente trato de estudiar un poco, pero esa mañana hice algo desacostumbrado, compré un ejemplar del periódico Plain Dealer. Mientras ponía las monedas en la máquina dispensadora de periódicos ni me imaginaba que había llegado el momento de confluencia en el camino y estaba a punto de comenzar una senda que me llevaría fuera del protestantismo y dentro de la Iglesia Católica. Echando una ojeada a los titulares con poco interés, me encontré con un pequeño anuncio que me sobresaltó: “Teólogo católico Scott Hahn hablará en la parroquia católica local el domingo por la tarde”.

Me atraganté con el café. ¿Teólogo católico, Scott Hahn? No podía ser el Scott Hahn que yo había conocido. Habíamos asistido juntos al seminario teológico Gordon-Conwell al comienzo de los años 80. En aquel entonces era un fiel calvinista, anticatólico, el más firme de la universidad. Yo había estado rondando un grupo de intenso estudio calvinista el cual era dirigido por Scott, pero mientras él y otros pasaban largas horas subrayando la Biblia como detectives, tratando de descubrir todos los ángulos de cada implicación teológica, yo jugaba baloncesto. No estaba preparado para lo que iba a descubrir.

Aprender mucho te ha vuelto loco

Estaba nervioso cuando llegué al estacionamiento de la gran estructura gótica. Nunca había estado en una Iglesia Católica y no sabía que esperar. Entré en la Iglesia rápidamente, bordeando las pilas de agua bendita, huyendo por el pasillo, inseguro de cual era el protocolo correcto para sentarse en las bancas. Sabía que los católicos se arrodillaban o hacían una reverencia hacia el altar, antes de entrar en las bancas, pero yo, solamente me deslicé, … comencé a relajarme y miré atónito y extrañado el interior de la Iglesia, pero inigualablemente bello.

Unos cuantos segundos más tarde Scott se dirigió al pódium y comenzó su charla con una oración. Cuando hizo la señal de la cruz supe que realmente se había cambiado de equipo. Se me cayó el alma a los pies, "pobre Scott" gemí interiormente, "los católicos lo ganaron con sus hábiles argumentos". Escuché atentamente su charla sobre la Última Cena, titulada "La cuarta copa" tratando con ahínco de detectar errores, pero no encontré ninguno (la charla de Scott fue tan buena que plagié la mayoría de ella en mi siguiente sermón de comunión). Mientras hablaba, usando las Escrituras a cada paso para apoyar la enseñanza católica sobre la Misa y la Eucaristía, me encontré a mi mismo hipnotizado por lo que estaba oyendo. El catolicismo estaba siendo explicado en una forma que yo nunca me imagine que fuera posible: por la Biblia.

La forma en que Scott explicaba la Misa y la Eucaristía no era ofensiva o extraña para mí. Al final de la charla cuando Scott hizo un conmovedor llamado a una conversión radical a Cristo, me pregunté si quizá él estaba solamente fingiendo una conversión para así infiltrarse en la Iglesia Católica y llevar renovación y conversión a los católicos espiritualmente muertos. No tardé mucho en saberlo. Después que los aplausos de la audiencia se apagaron, fui al frente para ver si me había reconocido.

Estaba rodeado por una multitud de personas con preguntas. Me paré unos pasos atrás y estudié su cara mientras hablaba con su típico encanto y convicción. ¡Si era el mismo Scott que conocí en el seminario! Ahora lucía un bigote y yo una barba. Cuando se volvió en mi dirección sus ojos brillaron con una sonrisa en un saludo silencioso.

En un momento nos encontramos, dándonos un caluroso apretón de manos. El se disculpó por si me había ofendido en alguna forma. "No, seguro que no" le aseguré mientras reíamos compartiendo la alegría de vernos de nuevo. Después de unos momentos y del obligatorio ¿cómo está tu esposa? dejé escapar lo que estaba en mi mente "supongo que es cierto lo que oí"… ¿Por que cambiaste de equipo y te hiciste católico? Scott me dio una breve explicación de su lucha para encontrar la verdad acerca del catolicismo. Me sugirió que tomara una copia de la cinta con el relato de su conversión, dichas copias estaban desapareciendo como pan caliente. Intercambiamos números de teléfono, nos dimos la mano, y me fui al fondo de la iglesia donde encontré la mesa cubierta con cintas sobre la fe católica grabadas por Scott. Compré una copia de cada cinta y un libro de Karl Keating, "Catolicismo y Fundamentalismo", que Scott me había recomendado. Antes de irme me paré atrás de la Iglesia, absorbiendo la extraña y al mismo tiempo atractiva esencia del catolicismo que me rodeaba: íconos, estatuas, adornos en el altar, velas y oscuros confesionarios.

3ª parte

Estuve parado por un momento cavilando el porqué Dios me había llevado a ese lugar. Salía al aire fresco de la noche, mi cabeza me daba vueltas con tantos pensamientos, y mi corazón rebosaba con una desconcertante emoción. Deslice la cinta de la conversión de Scott en el tocacintas de mi auto. Aún no había recorrido la mitad del camino a casa, cuando estaba tan embriagado con la emoción que tuve que parar en la orilla de la carretera para aclarar mi cabeza.

Aunque el viaje de Scott a la Iglesia Católica fue muy diferente a la mía, los interrogantes con los que luchamos él y yo fueron esencialmente los mismos. Y las respuestas que él encontró y que cambiaron tan drásticamente su vida, eran muy convincentes. Estaba asustado pensando que quizá Dios me estaba llamando a la Iglesia Católica. Oré por un rato con mi cabeza apoyada en el volante, ordenando mis pensamientos antes de encender el coche otra vez y conducir a casa. Al día siguiente abrí Catolicismo y Fundamentalismo, lo leí sin parar, acabando el último capítulo esa misma noche.

Estaba claro para mí que los dos dogmas centrales de la reforma protestante, (Sola Scriptura y Sola Fide) estaban en un terreno bíblico muy movedizo. Comencé a leer libros católicos, especialmente los primeros Padres de la Iglesia cuyos escritos me ayudaron a entender la verdad acerca de la historia católica anterior a la reforma. Pasé incontables horas debatiendo con católicos y protestantes, tratando de someter las verdades católicas a los más difíciles argumentos bíblicos que podía encontrar.

Marylin, como se habrán imaginado, no estaba nada contenta cuando le dije de mi lucha con las doctrinas católicas. A pesar de que al principio me dijo "ya se te pasará" eventualmente también ella comenzó a estar intrigada con las cosas que yo estaba aprendiendo y comenzó a estudiar ella misma.

El Señor estaba haciendo una increíble transformación en nuestra vida, persuadiéndonos, hombro a hombro, paso a paso, juntos todo el camino. Junto con las cosas buenas que estábamos encontrando en la Iglesia Católica también nos confrontamos con asuntos confusos y perturbadores. Me encontré con un sacerdote que creía que la conversión era innecesaria. Conocimos a católicos que conocían muy poco acerca de su fe y algunos cuyos estilos de vida no concordaban con las enseñanzas morales de su Iglesia. Pero a pesar de esos obstáculos bloqueando nuestro camino a la Iglesia, nos mantuvimos estudiando y orando por la guía del Señor.

Después de oír docenas de cintas y digerir varias docenas de libros yo sabía que no podía permanecer por más tiempo siendo protestante, tenía claro que la respuesta protestante a la renovación de la iglesia era completamente anti bíbica.

Un pasaje muy fuerte me impresionó mientras estudiaba la historia de la Iglesia: Los Apóstoles nos predicaron el Evangelio de parte del Señor Jesucristo; Jesucristo fue enviado de Dios. En resumen, Cristo de parte de Dios, y los Apóstoles de parte de Cristo: una y otra cosa, por ende, sucedieron ordenadamente por voluntad de Dios. Así pues, habiendo los Apóstoles recibido los mandatos y plenamente asegurados por la resurrección del Señor Jesucristo y confirmados en la fe por la palabra de Dios, salieron, llenos de la certidumbre que les infundió el Espíritu Santo, a dar la alegre noticia de que el Reino de Dios estaba por llegar.

La Escritura dice así: "Estableceré a los obispos de ellos en justicia y a sus diáconos en fe." (Clemente de Roma, Epístola a los Corintios 45, 1 a 5) Otra cita patrística que me ayudo hacer una brecha en la muralla de mis presunciones protestantes fue la siguiente de Ireneo, obispo de Lyons: "Siendo, pues, tantos los testimonios, ya no es preciso buscar en otros la verdad que tan fácil es recibir de la Iglesia, ya que los Apóstoles depositaron en ella, como en un rico almacén, todo lo referente a la verdad" (Ap 22, 17). "Esta es la entrada a la vida." (Jn 10, 1. 8-9). "Por eso es necesario evitarlos, y en cambio amar con todo afecto cuánto pertenece a la Iglesia y mantener la Tradición de la Verdad. Entonces, si se halla alguna divergencia aún en alguna cosa mínima, ¿no sería conveniente volver los ojos a las Iglesias más antiguas, en las cuales los Apóstoles vivieron, a fin de tomar de ellas la doctrina para resolver la cuestión, lo que es más claro y seguro? Incluso si los Apóstoles no nos hubiesen dejado sus escritos, ¿no hubiera sido necesario seguir el orden de la Tradición que ellos legaron a aquellos a quienes confiaron las Iglesias?"(Adversus haereses 3,4,1)

Estudié las causas de la reforma protestante. No podía permanecer protestante por más tiempo, pero no podía soportar hacerme católico. Continué estudiando las Escrituras y libros católicos y pasé muchas horas debatiendo con amigos; comprendí que el asunto más importante era la autoridad. Toda la lucha sobre cómo interpretar la Escritura no va a ningún lado, sino hay forma de saber con infalible certidumbre que una interpretación es la correcta. La autoridad de enseñanza de la Iglesia en el Magisterio se centra alrededor de la cátedra de Pedro. Si podía aceptar esta doctrina, yo sabía que podía confiar en la Iglesia en todo lo demás.

4ª parte

Leí Las llaves del Reino y Sobre esta Piedra, de Fray Stanley Jaki, los Documentos del Concilio Vaticano II y de los Concilios anteriores, especialmente el de Trento. Estudié cuidadosamente la Escritura y los escritos de Calvino, Lutero y los otros reformadores para comprobar los argumentos católicos. Vez tras vez encontré que los argumentos protestantes contra la primacía de Pedro simplemente no eran bíblicos ni históricos. Era claro que la posición católica era la bíblica. El Espíritu Santo, literalmente me envió un rayo de su luz a lo que quedaba de perjuicios anticatólicos cuando leí el libro del Cardenal John Henry Newman: Ensayo sobre el desarrollo de la Doctrina Cristiana. De hecho, mis objeciones se evaporaron cuando había leído doce páginas del libro donde Newman explica el desarrollo de la autoridad papal. Mi estudio de la posición católica me llevó cerca de año y medio. Durante este período Marilyn y yo estudiamos juntos, compartimos juntos como pareja las esperanzas y retos que nos acometían durante el camino a Roma.

Asistíamos juntos a Misa semanalmente, viajando a una parroquia suficientemente alejada de nuestra ciudad. Gradualmente comenzamos a sentirnos cómodos haciendo todas las cosas que los católicos hacen en Misa (excepto recibir la Comunión). Doctrinalmente, emocionalmente y espiritualmente nos sentíamos listos para entrar en la Iglesia, pero quedaba una barrera que teníamos que superar. Antes de conocernos y enamorarnos Marilyn y yo, ella se había divorciado después de un breve matrimonio.

Como éramos protestantes cuando nos conocimos y nos casamos esto no planteó ningún problema, hasta donde yo y mi denominación sabíamos. Fue hasta que nos sentimos listos para entrar en la Iglesia Católica que nos informaron que no podíamos hacerlo a menos que Marilyn recibiese una anulación de su primer matrimonio. Al principio sentimos que Dios nos estaba jugando una broma. Después fuimos de la sorpresa al enojo. Nos parecía tan injusto y ridículamente hipócrita: podíamos haber cometido cualquier otro pecado, no importaba cuán atroz y con una confesión habría sido adecuadamente borrado para la admisión en la Iglesia, pero por causa de esta falta nuestra entrada a la Iglesia se paró en seco. Pero cuando recordamos lo que nos había llevado a este punto en nuestro peregrinaje espiritual, tuvimos que confiar en Dios con todo nuestro corazón y no en nuestro entendimiento.

Tuvimos que reconocer y confiar que Él guiaría nuestros caminos. Era evidente que esta era la prueba final mandada por Dios. Por lo tanto, Marilyn comenzó el difícil proceso de investigación para la anulación. Continuamos asistiendo a Misa, permaneciendo sentados en la banca, con el corazón dolido mientras todos a nuestro alrededor iban a recibir al Señor en la Sagrada Eucaristía y nosotros no podíamos hacerlo. Fue por no poder recibir la Eucaristía que aprendimos a apreciar el increíble privilegio que Jesús concedió a sus amados de recibir el Cuerpo y Sangre, Alma y Divinidad en el Santísimo Sacramento.

La promesa del Señor en la Escritura se hizo real para nosotros en esas Misa. "El Señor al que ama lo disciplina" (Hebreos 12: 16). Después de nueve meses de espera supimos que la anulación de Marilyn había sido concedida. Sin ninguna otra tardanza nuestro matrimonio fue bendecido y fuimos recibidos con gran expectación y celebración en la Iglesia Católica. Derramé lagrimas de gozo y gratitud en la primera Misa cuando pude caminar al frente con mis hermanos católicos y recibir a Jesús en la Sagrada Comunión. Muchas veces le pregunté al Señor en la oración ¿cual es la verdad? Él me contestó con la Escritura diciendo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Ahora como católico me alegro de que no sólo conozco la verdad sino también lo recibo a Él en la Eucaristía.

Resumiendo en unas cuantas palabras finales

Pienso que es importante que mencione una idea más del Cardenal Newman que hizo una diferencia crucial en el proceso de mi conversión a la Iglesia Católica. "Profundizar en la historia es cesar de ser protestante". Esta sola línea resume la razón clave por la cual abandoné el protestantismo. Vi que fue la Iglesia Católica la establecida por Jesucristo.

También aprendí que la otra cara de la moneda en el adagio de Newman es igualmente verdadero. Cesar de profundizar en la historia es hacerse protestante. Es por eso que los católicos debemos saber porqué creemos lo que enseña la Iglesia, así como la historia detrás de estas verdades de salvación.

RESUMEN ELABORADO POR REBECA REYNAUD. Tomado del libro: Patrick Madrid, Asombrado por la verdad, Basilica Press, Estados Unidos, 2003. Y de http://www.voxfidei.com

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