Fluctuat nec mergitur
La Iglesia es llevada por las olas, “fluctúa, pero no
se hunde”. Esta frase, atribuida al Crisóstomo, es pertinente en este momento
histórico en que las Iglesia corre el riesgo de perderse, pero no de sumergirse.
El Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, es una
realidad mística, es la unión de corazones en una misma fe, bajo un mismo
Pastor y con un mismo Bautismo, pero también, la Iglesia es pueblo de Dios.
El P. José
Granados García, al exponer el pensamiento de Ratzinger explica que, para saber
qué es la Iglesia, hay que mirar a la estructura de la Santa Misa. El punto central de lo que es la Iglesia es
la Encarnación. La forma de la Iglesia está dada por la Eucaristía: “Esto es mi
Cuerpo”.
Toda reforma en la Iglesia es, “quitar lo que sobra”,
como decía Miguel Ángel de sus esculturas en mármol. Toda reforma es volver a
la forma originaria, que es la forma eucarística. Cristo quiere entrar en la
Familia humana, en aquello que nos une, que nos relaciona, para transformarlo.
Cristo ha asumido el tiempo de los hombres desde Adán hasta la última
generación. Al resucitar Cristo tiene un cuerpo nuevo. Así, nosotros “somos convocados para algo”, no es que
nos hayamos “puesto de acuerdo para algo”.
El origen de la Iglesia está en Dios Padre, porque
Cristo mira al Padre. La forma de la Iglesia es la Eucaristía, no es una forma
institucional, no necesita un templo concreto ni necesita lugares específicos,
como Jerusalén es necesario para los judíos, porque el templo es el cuerpo. Es
el cuerpo de los cristianos y es el Cuerpo de la Eucaristía. Necesita los
significados básicos de la corporalidad. La Iglesia tiene una forma, no puede
ser hecha por el hombre. La ley está escrita en el cuerpo del hombre y de la
mujer que forman la familia, y que está en el Decálogo. Cuando eso está fijo,
la Iglesia puede ir adelante.
Lo esencial para el hecho cristiano es la verdad, dice
Ratzinger. Es decir, el cristianismo se
distingue porque ha dicho la verdad, y ha dicho la verdad no de un modo frío,
sino de un modo en que se puede adorar a la verdad, es decir, se puede tener
una religión verdadera, porque ha unido la verdad con el amor que es lo propio
de la religión. La verdad y el amor está grabada en el seno de la Iglesia
desde sus orígenes y desde el Antiguo Testamento. Hay una verdad de fe y una
verdad en el comportamiento moral.
La clave para la reforma de la Iglesia es la unidad
que da la Eucaristía y la unidad que da la verdad de la creación, que está
contenida en la Eucaristía, porque la Eucaristía acoge la verdad de la
creación.
Otro elemento de luz que da Ratzinger, para iluminar
el Sínodo actual es que afirma que la Iglesia no es concilio, los concilios y
sínodos son momentos episódicos. La
Iglesia es comunión y comunión eucarística. Es decir, lo que define a la
Iglesia es la Eucaristía. Una vez que la Iglesia es Eucaristía, realiza
sínodos. La Iglesia no es un concilio,
el concilio acontece en la Iglesia.
Es absurdo decir que toda la Iglesia es un concilio permanente, dice Ratzinger
(en su respuesta a Hans Kung). La
Iglesia no existe para deliberar sobre el Evangelio, sino para vivirlo.
Sólo si la Iglesia entiende su ser eucarístico, es
decir, el lugar en donde nace, y el lugar a donde va, puede resolver las
dificultades con acierto.
La Eucaristía no es un acto privado de la Iglesia, es
un acto público capaz de llegar a todos los ambientes del mundo. En la
Eucaristía la Iglesia experimenta la primacía de Dios, y Ella da luz a la
sociedad y al Estado. El gran mal de la
sociedad contemporánea es el olvido de Dios.
Los griegos solían dar a sus naves títulos de futuro:
alegría, audacia, esperanza… porque para ellos la navegación era el “bello
riesgo”, era poder llegar a un confín que supera al hombre en cierto modo. Pues
bien, la nave de la Iglesia es la gran esperanza. Cada generación es una
historia de libertad que decide por sí misma. La esperanza de la Iglesia es que
llegue el tiempo de Dios, la
esperanza en el Amor. Si Dios nos ha dado la Eucaristía, la esperanza es que Él
siga guiando la historia hacia su fin; una esperanza que está basada en Cristo
Resucitado. El futuro será bueno porque
el origen fue bueno. En la Eucaristía Cristo alaba a su Padre porque va a
resucitar su cuerpo. Y en la Eucaristía Jesús da gracias al Padre por algo que
todavía no ha llegado pero que llegará. El fin de la historia se ha anticipado
ya en el Cuerpo de Cristo, aquello en que nos apoyamos está ya dado en el Cielo
en Cristo, es su Cuerpo. Así se entiende bien la expresión agustiniana: Sursum corda! ¡Levantemos el corazón!
Porque nuestro amor está puesto en el Cuerpo resucitado de Cristo del que ya
participan nuestros cuerpos y, por tanto, ya podemos vivir esa esperanza última
que se nos da.
Esto implica por un lado, la paciencia, es decir,
recuperar el presente en un tiempo de turbación. El presente vuelve a tener
peso. La esperanza da valor al presente y por eso se puede ser paciente.
En la Odisea, en historia de Ulises –en su viaje por
el mar donde hay sirenas- hay una disyuntiva: o taparse los oídos con cera o
lanzarse al mar para alcanzar el canto de las sirenas. Los Padres de la Iglesia
ven en Ulises una imagen de Cristo. Ulises se quita los tapones, pero se amarra
al mástil y por tanto es capaz de pasar escuchando. El mástil es la Cruz, y es
el espacio que se le ha abierto a la Iglesia para pasar por este mar abierto a
la sabiduría que hay en este mundo y abierto a toda la humanidad sin miedo a
nada humano, pero a la vez afianzado en la Cruz del Señor, que es la forma en
que podemos estar firmes en la forma que Él nos ha salvado, y esta forma es la
Eucaristía.
Quería concluir con una imagen. En el capítulo 27 de
los Hechos de los Apóstoles Lucas narra que Pablo estaba a punto de naufragar
ante las costas de Malta, y ante el peligro, Pablo celebra una Eucaristía. Sabemos
que Pablo naufraga y llega vivo a las costas de Malta.
La Iglesia celebra hoy la Eucaristía en medio del mar tormentoso
del mundo. La barca de la Iglesia es la nave de la esperanza porque la
Eucaristía está en medio de ella. Mientras la Iglesia permanezca en la
Eucaristía será fecunda. La Iglesia no
es nunca una opción, es una vocación, una llamada (Ratzinger).
La Iglesia es siempre misionera, crea un lugar –un
oasis- en donde otros pueden hospedarse. Hay una sabia frase de Chesterton que
indica: A cada época la salva un pequeño
puñado de hombres que tienen el coraje de ser inactuales.
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