LAS VIRTUDES HUMANAS TE HACEN FELIZ

 


Cuando una persona nos simpatiza, pensamos: “Esta persona ¿qué tiene?”. Es alegre, servicial, sencilla. ¿Qué tiene? virtudes humanas. Las virtudes humanas embellecen la personalidad. Por lo contrario, cuando una persona nos cae mal, analizamos: “¿Por qué cae mal?”. Porque es voluble, pesimista, impuntual, mentirosa, presumida o egoísta. ¿De qué carece? De virtudes humanas.

¿Para qué queremos tener virtudes humanas?

Para ser más felices y para que no nos resulte tan arduo el bien porque ya se tiene el hábito. En el fondo, “el objetivo de una vida virtuosa consiste en llegar a ser semejante a Dios”. (S. Gregorio de Nisa, beat. 1). Las virtudes, dice Santo Tomás de Aquino, hacen “bueno a su poseedor y buena su obra” (S. Th I-II, q. 55 a.3).

Procurar adquirir las virtudes humanas es trabajar en forjar el carácter, lo que te ayudará a tener muchos amigos. Lo primero que hay que trabajar es en sonreír por fuera y por dentro.

Había una chica que estudiaba la secundaria y era la más popular de todas. ¿Y qué la hacía tan estimada? Que era capaz de prestar sus cosas al compañero que las necesitaba. Es decir, no era egoísta sino una chica generosa.

Es muy educativo que los padres animen a los hijos a compartir sus juguetes y golosinas con sus hermanos, que animen a que los hijos mayores a que jueguen con los menores sin afán de ganar, sino con afán de convivir. Esto alienta la virtud de la generosidad. La generosidad actúa en favor de otras personas desinteresadamente, y con alegría, teniendo en cuenta la utilidad y la necesidad de la aportación para esas personas, aunque le cueste un esfuerzo.

La generosidad nunca nos debe llevar a satisfacer los caprichos de los demás. Educar en la generosidad es fundamental para que la persona llegue a su plenitud, para que se domine y para que sirva mejor a Dios y a los demás, ya que el ser humano está hecho para la donación.

En algunos hogares se conversa en la mesa, con los padres y con los hermanos con cierta calma, evitando la prisa. Con la prisa no se reconstruyen relaciones humanas profundas, se construyen relaciones superficiales. Ayuda mucho contar lo que sucede en el día a día, para conocerse y amarse cada día un poco más.

Después de la relación padres-hijos, son las relaciones entre hermanos el componente principal de las relaciones familiares; es la riqueza de compartir en igualdad un único amor: el de los padres.

Muchos tenemos un gran defecto: querer arreglarlo todo sin arreglarnos a nosotros mismos. La virtud, en cambio, permite a la persona conocer, en parte, la felicidad porque le permite actuar a gusto, con satisfacción. Una persona virtuosa se alegra haciendo las cosas, por ejemplo, viviendo el orden. Un sabio refrán dice: Créate hábitos buenos y ellos guiarán tu vida.

Para un padre de familia, educar es tratar de sacar a flote en cada hijo lo mejor de sí mismo, ayudándole a liberarse de las esclavitudes que le vienen de fuera y, sobre todo, de las ataduras todavía más poderosas, que le vienen de dentro.

Manuel Sánchez Monge, hombre experimentado, dice: “El bien de los hijos es ayudarles a tener un corazón bueno, un corazón capaz de conmoverse ante la belleza y, sobre todo, ante las miserias humanas, un corazón capaz de darse a los demás con gestos constantes de servicio.”



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