Testimonio: un padre ejemplar

 

Testimonio dado por María Elena Ramos agosto 2009

 

Me llamo Mariel Ramos, soy Numeraria Auxiliar mexicana, me fui luego a vivir a Estados Unidos, y ahora quiero dar un testimonio de mi padre (José Trinidad Ramos Flores).

Mi padre nació en Jalisco, era jardinero y ese era su orgullo. Luego fue mayordomo. Su mayor ilusión era que sus hijos sirvieran a Dios y a la Patria. En 1970 ya tenía quince hijos y las personas que le rodeaban trataban de convencerlo de no tener más hijos. Él se inquietó porque recordaba que el día de su boda le dijeron que iba a aceptar todos los hijos que Dios le enviara. Sabía que había que respetar la decisión del Cielo, pero no dejaba de estar inquieto ante las presiones del ambiente.  Un día un amigo le dijo:

 —“Va a venir un prelado de Roma. Vamos a que nos dé la bendición”.

No sabían que se trataba de San Josemaría Escrivá de Balaguer. Cuando llegaron las puertas estaban cerradas. Se brincaron la cerca de Jaltepec, llegaron al lugar de la reunión y vieron que había dos equipales vacíos. Se sentaron y vieron que la gente hacía preguntas, así que don Trino pensó exponer la suya. Al final de la tertulia él iba a exponer la suya cuando un señor se adelantó y preguntó justamente lo que él quería preguntar. El Fundador del Opus Dei explicó que cada hijo trae un pan debajo del brazo y que Dios provee lo necesario. Don Trino salió reconfortado y comprendió que era la voluntad de Dios el aceptar los hijos que vinieren, aunque no supo la identidad de ese sacerdote.

En el año 1971 terminé la Primaria. Me pareció raro que mi papá no me inscribiera en la Secundaria de la Rivera de Chapala. Le pregunté que por qué no lo había hecho. En esa época acababan de hacer mixtas las secundarias. Contestó: “Te prefiero burra que echada a perder”. Lloré todo el año. Obtuve el permiso para ir a una clínica a aprender cosas de enfermería y primeros auxilios. Mi mamá fue a un ropero de una cooperadora llamada Lupe, y empezó a llevar el libro de Camino a la casa, pero lo guardaba en su cajón.

Un buen día mi madre me comentó:

—“La señora Lupe dice que hay una escuela sólo para niñas, tiene sistema de internado y tiene dos becas. ¿Estás interesada?”.

Le contesté que sí de inmediato pues era lo que yo quería: ¡estudiar!

Me dijo:

—“Mañana vamos a ver a la señora Lupe”.

La señora nos dio las señas para llegar, y mi papá me acompañó al lugar: Jaltepec. Al empezar a subir la cuesta papá dijo:

—“¡Yo he estado aquí!”...

Llegamos a una escuela y, mientras yo hacía un examen él se quedó en una salita. Allí vio una foto de Josemaría Escrivá y se sorprendió. Luego me comentó:

- “Yo conozco a este sacerdote. El me ayudó a salir de la crisis en que estaba; por él yo soy feliz”.

Al entregar el examen me dijeron:

—“Si lo pasas, te mandaremos decir”.

Eso me desanimó, y pensé: “Viene la fiesta de San Andrés, y por eso será mejor que espere hasta el año próximo para entrar a esta escuela”. A los pocos días me llegó el aviso de que había aprobado y me esperaban el domingo, pero no dije nada. Mi papá me preguntó si no había llegado la respuesta. De inmediato le dije que sí y mi papá se alegró y me llevó el domingo temprano.

Pasada una semana fue mi padre a verme. Le dije:

- Extraño a mis hermanos, quiero regresar a la casa. Él preguntó:

- ¿Qué estás aprendiendo?

Yo sabía que a él le interesaba que los baños estuvieran muy limpios, así que le dije:

- Aprendí a lavar bien los baños.

Dijo:

- ¿Te das cuenta que tu mamá no te puede enseñar eso? Y ¿qué más has aprendido?

Le dije:

- Cosas espirituales.

Preguntó:

- ¿Cómo qué?

- Me invitaron a una clase que se llama Círculo donde nos hablaron de las miradas a la Virgen, y que le podemos decir: ¡Qué guapa!

Mi padre tenía los ojos pequeños, pero en ese momento se le hicieron grandes.

- Eso es lo que hago yo, dijo.

También le hablé de la mortificación pequeña. Y comentó:

- ¿Quién te dará esto si te vas? Vamos a hacer un trato, hija. Quédate una semana más, y si sigues igual, te llevo.

Pasó la semana y no regresó.

En la escuela organizaron una pastorela y a mí me tocó hacer el papel de uno de los arcángeles principales. Cuando mi papá regresó le dije:

- No me debo de ir pues me tocó un papel muy principal, así que espera a que pase esta fiesta.

Todo lo que iba aprendiendo se lo contaba. Él preguntaba:

— ¿Qué aprendiste de lo espiritual?, y así él empezó a vivir más prácticas de piedad.

Una de mis compañeras, tres años mayor que yo y a quien yo admiraba, se hizo Numeraria Auxiliar del Opus Dei. Yo pregunté:

— ¿Qué es eso?

Me contestaron:

— No casarse.

Y dije de inmediato:

— ¡Ah no! ¡Eso no es para mí! Yo quiero tener muchos hijos como mi mamá.

En otra visita, mi papá me dijo:

- Hija, si algún día piensas ser del Opus Dei es mejor que me lo digas.

Yo le dije que perdiera cuidado pues no pensaba dejar de casarme.

Una compañera me dijo que, siendo de la Obra, podría ser parte de quienes transforman la historia. Siempre me ha atraído poder influir en la historia de la humanidad, así que cuando supe que las personas que pedían su admisión en la Obra en vida del Fundador eran cofundadoras, pensé:

—¡Dios me está pidiendo ser parte de la historia, y yo estoy diciendo que no!

Me armé de valor y decidí ser del Opus Dei y así se lo dije a una de las directoras. Luego fui a casa de mis papás y les dije:

- Les tengo que decir algo muy bueno. Ya soy del Opus Dei.

Mi mamá se echó a llorar y yo con ella. Mi papá dijo:

- ¿Por qué lloras?, ¿no estás feliz?

- Es que yo pensaba que se iba a enojar, dije.

Comentó:

- Eso es un regalo de Dios. Hija, lo que has hecho es para siempre. Si algún día decides no seguir con tu vocación, puedes venirte a la casa. Eso si te digo: Se es muy feliz si se vive bien una vocación.

Regresé a la escuela de Jaltepec feliz y contenta.

Cuando iba a salir de Jaltepec mi papá preguntó:

— Cuando te vayas a un Centro de la Obra ¿te voy a seguir manteniendo?

Dije:

— ¡Ay papá! Ni yo sé. Deje que pregunte.

Se lo dije a una directora y me aconsejó:

- La próxima vez que venga su papá, pregúntele que si quiere entrar a hablar con el sacerdote. Así lo hice y él accedió a hablar con el sacerdote. Al salir me dijo:

— Ya me dijo que no te tengo que seguir manteniendo. La Obra es tu familia. Tú vas a trabajar y a mantenerte por ti misma .

Pasado el tiempo fue la graduación y todas las alumnas iban a visitar a sus papás. Yo decidí quedarme en Jaltepec porque ir a visitar a mis papás y ver a mis hermanos me suponía una tentación fuerte. A mi padre le costó mucho pero respetó mi decisión sin averiguar más.

A los tres meses, un día me dijo mi papá:

- Reza mucho porque hoy voy a pedir la admisión para ser del Opus Dei.

Mi mamá me dijo otro día:

- Yo no sé si pueda ser del Opus Dei porque estoy en el lavadero y en vez de pensar en Dios pienso en mis hijos.

Terminando la graduación me trasladé a un Centro de la Obra en Guadalajara. Al mes se presentó mi papá serio, serio. Pregunté:

- ¿Qué pasa?

Dijo:

- Vine a llevarte. Está un taxi esperándonos así que ve por tus cosas”. Me angustié mucho y fui a buscar a la directora que se llamaba María Gertrudis. En eso se me ocurrió volver con mi papá y decirle:

—Vaya y “descase” a todos mis hermanos casados y luego me voy yo. Usted me dijo que seguir una vocación es un compromiso tan serio como el matrimonio.

Él sonrió y me dijo:

— Sólo quería saber si estabas contenta.

Le dije.

— Si me vuelve a hacer otra de éstas, a ver quién es el asustado.

Mi papá siempre había querido tener intimidad con Dios, y ahora, ya siendo de la Obra, empezó a tener un plan de vida donde el centro era Dios. Invitó a mi madre a acompañarle en sus rezos, y así, ella poco a poco hizo suyo el plan de vida: Ofrecimiento de Obras, rezo del Santo Rosario, la asistencia diaria a la Misa y tantas cosas más. Ella nunca se ha hecho de la Obra pero sigue puntualmente sus prácticas pieadosas.

Mi padre le hizo el siguiente poema a la Virgen de Guadalupe, y sus hijos la rezábamos todos los días:

 

Virgencita Morena, a quien yo me he encomendado,

para pedir tantas cosas aunque viva en pecado.

Tú eres mi Madre querida, Madre de los mexicanos,

en tu amor puse mi vida y en tu poderosa mano.

Yo soy quien más necesita tu amparo y tu protección,

no nos dejes Madre mía, te pido de corazón.

 

No nos desampares nunca, y haz que se logre mi intento,

para que nunca nos falte casa, vestido y sustento,

ni los últimos sacramentos, en nuestro postrer aliento.

Haz que tu Hijo nos reciba, en el último día de la vida,

para que en esos instantes te diga: “¡Madre Querida!”.

José Trinidad Ramos Flores (jardinero).


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