Formación humana
Un profesor de la
Universidad de Navarra decía: “Tenemos una vocación de llamada a la santidad:
Esto debe de estar en la base de cualquier formación”. Necesitamos una
formación específica; no consiste esa formación sólo en conocer los distintos
aspectos de nuestro espíritu. Se trata de incorporarlos
a nuestra vida.
La formación humana y sobrenatural ocupan un lugar
primordial en la vida cristiana, para esta batalla de amor y de paz a la que el
Señor nos ha convocado. Esto se consigue a través de un trabajo, unos estudios
serios y el cultivo de las virtudes o hábitos.
La formación humana está enfocada en potencializar el ser –ser más templados, justos,
prudentes y fuertes- y el hacer –, trabajar
a conciencia, con orden, con respeto hacia los colegas y los subordinados, etc.-.
Que los que trabajan con nosotros se sientan queridos, comprendidos, atendidos,
respetados.
La formación humana tiene que ver con el desarrollo de
actitudes, capacidades, valores y potencialidades expresivas que impactan en el
crecimiento personal y social.
La actitud
es el comportamiento que empleamos frente a la vida, a la muerte, al dolor, al
trabajo y al amor. Se puede decir que es nuestro
modo de ser y de comportarnos. Es importante también la actitud que una
persona tiene ante la familia y ante Dios.
Las capacidades
son las condiciones y aptitudes que se tienen para desempeñar una tarea o
función.
Entre los valores
humanos están la ética, el respeto, la bondad, la tolerancia, la justicia,
la amistad, la honestidad, el sentido de responsabilidad, el propio conocimiento
y la integridad y el amor a la Patria. Además, está el poseer un pensamiento
lógico, crítico y creativo.
Las potencialidades
expresivas las vemos en las palabras y en los gestos de la persona. Estas
palabras y esos gestos deben de ser equilibrados. Los gestos transmiten nuestro estado de ánimo. La cara es muy expresiva
por sus músculos llamados “músculos de la expresión”, son 20 músculos que se
ubican bajo la zona facial. Se necesitan 62 músculos para enfadarse y sólo 26
para sonreír. Sonreír genera más endorfinas (la hormona de la felicidad) y
cortisol (la hormona de la anti-fatiga) y alegra nuestra vida y la de los
demás.
Con las palabras
podemos crear o destruir. Las palabras moldean la mente para después
convertirse en acciones. Las palabras que transmitimos hablan de quienes somos
como personas, por eso hay que analizar y
pensar lo que vamos a decir. Las palabras no se las lleva el viento, por
eso hay que evitar las exageraciones: “te tardaste una eternidad”, por tal
detalle “te van a quemar, a matar, a golpear”, por otra minucia, “te van a
condecorar”. Exagerar quita prestigio, hay que procurar cambiar o, al menos,
pensarlo.
En cuanto a las palabras no podemos tener verborrea –como Los Habladores, de Moliére- eso denota superficialidad y puede
estar asociada a la ansiedad. La verborrea puede tener un impacto negativo en
las relaciones interpersonales y el rendimiento laboral de una persona. Cuidar el
lenguaje, para eso hay que evitar los barbarismos (vicios del lenguaje) y los
dichos de moda que están mal dichos, como: “eso es bueno y lo que sigue”, o
dichos de adolescentes: “¡qué onda!”.
“La estatura moral de las
personas crece o disminuye según las palabras que pronuncian y los mensajes que
eligen oír” (Juan Pablo II, a comunicadores 2004).
Tratar de ser como la Virgen que callaba y guardaba lo
importante en su corazón.
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