La gloria de Dios o la propia estima
Satanás
es el trono del orgullo, y la única arma para derrotarlo es la humildad. Y la
confesión nos ayuda a vivir la humildad porque reconocemos lo que está mal y
pedimos perdón. No se trata de quién es el sacerdote, perdona por el poder de
Dios, importa quién soy yo. Al recibir la absolución quedamos desencadenados,
pero el alma está débil, por eso necesitamos la Eucaristía. Si supiéramos lo
que es la Presencia real de Jesús en la Eucaristía, quedaríamos en éxtasis nada
más pisar la iglesia.
Estamos
viviendo los tiempos de oscuridad espiritual más grande en toda la historia, y
a la vez, el mundo nunca ha sido más atractivo, más seductor, más hechizante
que hoy. Nunca había tenido más propuestas para que el hombre se enamore de él
que hoy. El demonio quiere que estemos 24 horas entretenidos.
Hay que cuidar con esmero que nuestra confesión sea semanal, y cuidar
que la confesión de las otras también sea posible, porque no nos tardamos mucho
tiempo. En una tertulia en Argentina, San
Josemaría dijo: Estar en el
confesonario el menor tiempo posible, y el tiempo que haga falta.
En la Confesión hay que fomentar la contrición, sin darla por supuesto.
Es vital que nuestro examen esté lleno de dolor de amor
¿De qué tenemos que arrepentirnos? De las omisiones, de faltas de
caridad o de paciencia, de nuestra indiferencia, de nuestra dureza de corazón, de
faltas contra el primer Mandamiento, de la apatía…
George Weigel, el biógrafo por excelencia de Juan
Pablo II, habló del legado de este Papa en la Universidad Franciscana en
Steubenville, en Ohio. Imprevisiblemente, fue el hombre más visto del mundo, y
ese hombre era, imprevisiblemente, un sacerdote católico polaco que llegó a ser
obispo y Papa. Nosotros no poseemos las dotes naturales que él tuvo, pero cada
uno de nosotros puede ser capaz de lograr esa conversión radical a Cristo,
porque el bautismo abre esa posibilidad.
Un converso, Patrick
Madrid, relata su experiencia: “La conversión es una forma de martirio. Requiere
que uno se rinda ¾en
cuerpo, mente, intelecto y fe a Cristo. Demanda
docilidad y apertura total a ser llevado hacia la verdad, aunque para muchos la
verdad se halle en la dirección “hacia donde nadie quiere ir” (Jn 21, 18-19).
Cada uno de nosotros está llamado a abrazar el
martirio. Los católicos están llamados a rendirse diariamente a su llamada a la
santidad en medio del mundo. Para muchos, es detestable. Pero el martirio es
también gozoso, es como la muerte del grano de trigo que debe morir para dar
fruto.
Hay que
considerar que la Penitencia o Confesión sacramental tiene una seriedad
profunda porque restablece la pureza del
Bautismo. Así lo dice el llamado Pastor,
de Hermas, compuesto probablemente hacia la primera mitad del siglo II.
El IV
Concilio de Letrán establece —en el siglo XII— que al menos una vez al año el fiel se ha de acercar al Sacramento de
la Penitencia. El Concilio Vaticano II vuelve a su sentido sacramental y
recuerda que es un momento de arrepentimiento y reconciliación.
En la
confesión no se realiza un diálogo humano, sino un diálogo divino: nos introduce dentro del misterio de la
misericordia de Dios. Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los
pecados. "Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados,
les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen, les quedarán sin
perdonar " (Jn 20,22-23). Los únicos que han recibido este poder son los
Apóstoles y sus sucesores.
Santo Tomás comentando a San Agustín dice que solo hay dos bienes que
pueden presentarse como absolutos, y, por lo tanto, guiar el resto de las
acciones: la gloria de Dios o la propia estima.
En su
libro El secreto del Padre Brown, dice Chesterton: “No existe un hombre que sea realmente bueno mientras no sepa con
exactitud cuan malo puede llegar a ser” (p. 17). Para terminar, recordemos
una frase de Benedicto XVI: El problema esencial de toda la historia del mundo es
el ser hombres no reconciliados con Dios, con el Dios silencioso, misterioso,
aparentemente ausente y sin embargo omnipresente (Cfr. Jesús de Nazaret, II, p. 98).
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