Luchar por la familia

 


Aunque nuestra familia sea imperfecta, es lo más bello que tenemos. Es, además, una fuente de aprendizaje.

En el mundo de hoy, en el que se difunden concepciones equívocas sobre el hombre, sobre la libertad, sobre el amor humano, por ello, no tenemos que cansarnos de volver a presentar la verdad sobre la familia. La estabilidad de la familia está en peligro; y para salvaguardarla es necesario ir con frecuencia contra corriente, y esto exige paciencia, esfuerzo, sacrificio y búsqueda incesante de la comprensión mutua.

La familia en el continente americano está atacada tanto por leyes que violan el derecho fundamental a la vida o el carácter único del matrimonio, como por la «dictadura del mercado». Hay peligros para el no nacido, el matrimonio y para la estabilidad.

Una gran amenaza que experimentan hoy las familias en América es la extrema pobreza provocada por el capitalismo salvaje y la dictadura del mercado. No es verdad que el incremento de seres humanos sea la causa de la pobreza y la miseria. Son producto más bien de la injusticia reinante. Esta es la que produce mayor enriquecimiento de los ricos y más empobrecimiento de los pobres.

José de Jesús Castellanos escribe: Los matrimonios a prueba, la publicidad abierta del condón, la mentalidad antinatalista, la esterilización permanente tanto en hombres como en mujeres, o la unión de homosexuales, antes eran un fenómeno distante y ajeno, impensable en México. Sin embargo, éstas son realidades que están presentes en nuestro país, proclamadas como frutos de la modernidad, como posibilidades de la ciencia, como medidas profilácticas contra enfermedades, como transformaciones culturales o, incluso, como opciones culturales válidas en una sociedad plural y tolerante.

Este deterioro, incluso, ha sido propiciado por las autoridades gubernamentales, que presionadas por organismos financieros internacionales, que asumieron o aceptaron los argumentos venidos de fuera para transformar la demografía, para castigar la maternidad y la paternidad, calificando de retrógradas las tradiciones mexicanas que tenían en la familia el centro nuclear. El fruto de todo ello se ve ahora: desintegración familiar, madres solteras en abundancia, embarazos prematuros, fracaso de la contraconcepción, proliferación de la diversidad, etc.

El veneno se ha introducido subrepticiamente en la sociedad mexicana, y aunque no ha logrado terminar con la familia, en particular afecta a las nuevas generaciones que ya no la aprecian, que han sido contagiados por estas modas liberales, cuando ya en otros países donde vivieron y sufrieron las consecuencias, van de regreso, están a la búsqueda de la familia.

¿Qué buscan los jóvenes que se unen a una pandilla? Buscan una familia, un lugar donde sean queridos y aceptados, y la pandilla muchas veces no les da lo que esperan, les da decepción, rabia, resentimiento.

Benedicto XVI en un congreso, el 7 de junio de 2005, dijo: La familia (...) es sometida hoy a múltiples dificultades y amenazas (...) El presupuesto sigue siendo siempre el significado que el matrimonio y la familia tienen en el designio de Dios (...).

Ninguno de nosotros se pertenece exclusivamente a sí mismo: por tanto, cada uno está llamado a asumir en lo más íntimo de sí su propia responsabilidad pública. El matrimonio, como institución, no es por tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición desde el exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario una exigencia intrínseca del pacto de amor conyugal y de la profundidad de la persona humana.

La banalización del cuerpo, inevitablemente incluye la banalización del hombre. Su presupuesto es que el hombre puede hacer de sí lo que quiere: su cuerpo se convierte de este modo en algo secundario, manipulable desde el punto de vista humano, que se puede utilizar como se quiere. El libertinaje, que se presenta como descubrimiento del cuerpo y de su valor, es en realidad un dualismo que hace despreciable el cuerpo.

Continúa Benedicto XVI: En el Nuevo Testamento, Dios radicaliza su amor hasta convertirse Él mismo, por su Hijo, en carne de nuestra carne, auténtico hombre. De este modo, la unión de Dios con el hombre ha asumido su forma suprema, irreversible y definitiva. Y de este modo se traza también para el amor humano su forma definitiva, ese «sí» recíproco que no se puede revocar: no enajena al hombre, sino que lo libera de las alienaciones de la historia para volverle a colocar en la verdad de la creación. (...) El envilecimiento del amor humano, la supresión de la auténtica capacidad de amar se presenta en nuestro tiempo como el arma más eficaz para que el hombre aplaste a Dios, para alejar a Dios de la mirada y del corazón del hombre. Ahora bien, la voluntad de «liberar» la naturaleza de Dios lleva a perder de vista la realidad misma de la naturaleza, incluida la naturaleza del hombre, reduciéndola a un conjunto de funciones, de las que se puede disponer según sus propios gustos para construir un presunto mundo mejor y una presunta humanidad más feliz; por el contrario, se destruye el designio del Creador y al mismo tiempo la verdad de nuestra naturaleza.

En el hombre y en la mujer, la paternidad y la maternidad, como sucede con el cuerpo y con el amor, no se circunscriben al aspecto biológico: la vida sólo se da totalmente cuando con el nacimiento se ofrecen también el amor y el sentido que hacen posible decir sí a esta vida. Precisamente por esto queda claro hasta qué punto es contrario al amor humano, a la vocación profunda del hombre y de la mujer, el cerrar sistemáticamente la propia unión al don de la vida y, aún más, suprimir o manipular la vida que nace.

 Ahora bien, en el fundamento de la formación de la persona cristiana y de la transmisión de la fe está necesariamente la oración, la amistad personal con Cristo y la contemplación en él del rostro del Padre. Por eso se sugiere rezar alguna oración de manera conjunta diariamente, por ejemplo, bendecir la mesa, rezar con los niños antes de dormirse, acudir a Misa juntos o rezar una parte del Rosario.

 Hay que concretar alguna acción a favor de la familia. La gran tarea de la educación de los hijos, es el camino fundamental para regenerar siempre de nuevo a la Iglesia y también para vivificar el tejido social. Sobre el momento de la historia que vivimos, el Papa afirmó, en mayo del 2006, que “exige a las familias cristianas testimoniar con valerosa coherencia que la procreación es un fruto del amor. Tal testimonio no dejará de estimular a políticos y legisladores a salvaguardar los derechos de la familia”.


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