Afanarse en la educación de los hijos
San Juan Crisóstomo escribió, en el siglo IV;
un libro sobre La vanagloria y la
educación de los hijos. A este santo, arzobispo de Constantinopla, la
gente le puso el apodo de "Crisóstomo" que significa: "boca de
oro", porque sus predicaciones eran enormemente apreciadas por sus
oyentes. Este el más famoso orador nació en Antioquía (Siria) en el año 347.
Era hijo único de un gran militar y de una mujer virtuosísima, Antusa, que ha
sido declarada santa también. A los 20 años Antusa quedó viuda y aunque era
hermosa renunció a un segundo matrimonio para dedicarse por completo a la
educación de su hijo Juan.
Desde sus primeros años el jovencito demostró
tener admirables cualidades de orador, y en la escuela causaba admiración con
sus declamaciones e intervenciones en las academias literarias.
San Juan Crisóstomo insiste a los padres de
familia en la necesidad de educar en la sobriedad, pero también llega a
detalles muy concretos que asombran por su actualidad. En algunos de sus
párrafos habla de la moda en varones y
mujeres:
“Un pedagogo concienzudo es lo que se necesita
para educar al niño y no oro. También le sueltas el pelo por detrás a la manera
de una jovencita, afeminando así instantáneamente al niño y ablandando su vigor
natural, infundiéndole desde el principio un desmesurado amor a las riquezas y
persuadiéndolo para que se apasione por las cosas vanas (...). Muchos se
cuelgan de las orejas objetos de oro. Ojalá y no gozaran con ello las jóvenes,
pero vosotros lleváis esta plaga también a los varones (...). Quizás muchos se
rían de lo que digo como si se tratara de pequeñeces. No son pequeñeces sino
cosas importantes, y mucho. Una joven que ha sido educada en el cuarto de su
madre para apasionarse por los adornos femeninos, cuando deje la casa paterna
será difícil y fastidiosa para su marido y más cargante que los recaudadores de
impuestos” (nn. 16 y 17).
Esta comparación debió impactar a su auditorio
dado que, en el año 387, seis antes de la composición de este tratado, se había
producido en Antioquía un levantamiento a causa de una subida de impuestos.
Pone el acento en la poca dedicación de algunos
padres de familia, a la educación de sus hijos. Escribe: “Ya os he dicho que de
ahí viene que el vicio sea difícil de extirpar, que nadie se preocupe por sus
hijos, que nadie les hable de la virginidad, nadie de la templanza, nadie del
desprecio a las riquezas y a la gloria, nadie de los preceptos que vienen en
las Escrituras”.
Aconseja que se seleccionen bien los profesores que
darán lecciones a los niños: “Ciertamente, cuando
desde la primera infancia los niños carecen de maestros, ¿qué será de ellos?
Pues si algunos, educados e instruidos desde el seno materno y hasta la vejez,
aún se tuercen, quienes desde los comienzos de su vida se han acostumbrado a
oír este tipo de cosas –se refiere al amor a las riquezas y a las cosas vanas-,
¿qué malas acciones no llegará a cometer?” (n. 18).
San Juan fue educado en el amor a Dios desde su
mas tierna infancia, y eso le hizo un gran bien. Por eso escribe: “Cría un
atleta para Cristo y, permaneciendo en el mundo, enséñale a ser piadoso desde
la primera infancia. (n. 19). Si en un
alma todavía tierna se imprimen las buenas enseñanzas, nadie podrá borrarlas
cuando se queden duras como marcas, igual que pasa con la cera (...). Si tienes
un hijo virtuoso, tú eres el primero que goza con sus buenas cualidades y luego
Dios. Para ti mismo te afanas” (n. 20).
Educar es un arte que pide dedicación, reflexión
y una atenta observación de los hijos.
Dice San Juan: “Cada uno de vosotros, padres y madres, igual que vemos a los
pintores trabajar sus pinturas y sus estatuas con gran minuciosidad, ocupémonos
así de estas admirables estatuas (...). Examinadlas cada día, qué cualidades
naturales tienen, para hacerlas crecer, qué defectos naturales, para
suprimirlos. Y con gran meticulosidad desterrad de ellos, en primer lugar, lo
que esté relacionado con la intemperancia, pues esta pasión perturba
especialmente las almas de los jóvenes. O mejor, antes de que la haya
experimentado, enséñale a ser sobrio, a estar despierto –vigilante ante las
pasiones-, a velar en oración” (n. 22).
San Juan Crisóstomo compara el alma del niño a una ciudad recién fundada y organizada;
una ciudad que tiene ciudadanos sin experiencia; a este tipo de gente es fácil
educarla. Establece para esta ciudad y para sus ciudadanos, dice, leyes
severas. Escribe: “Piensa que eres un rey que tiene una ciudad bajo su dominio:
el alma de tu hijo, porque una ciudad es, realmente, el alma. Y como en la
ciudad unos roban, otros practican la justicia, otros trabajan, otros
simplemente hacen todo de cualquier manera, así también la inteligencia y los
pensamientos del alma (...). Unos hablan de impudicias, como los libertinos,
otros de cosas santas, como los castos; unos son afeminados, como las mujeres
entre nosotros; otros tienen una conversación ininteligible, como los niños
(...). Así pues, necesitamos leyes para desterrar a los malos, seleccionar a los
buenos y no dejar que los malos se subleven contra los buenos” (n. 23).
Frases textuales tomadas de San Juan
Crisóstomo, Sobre la vanagloria, la
educación de los hijos y el matrimonio. Editorial Ciudad Nueva,
Madrid-Buenos Aires 1997.
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