Amar al mundo

 


Si no tengo tiempo para amar, no tengo tiempo para vivir. El amor es la más alta forma de existencia. Alguien es en sí cuando se refleja en otro. El espíritu es siempre paradójico: Para ser uno mismo hay que salir de sí mismo. El Beato Josemaría ha visto esa idea quizás más que otros. Nos ha recordado que Dios ha amado al mundo apasionadamente. Tanto ha amado el Padre al mundo que le ha dado a su Hijo Unigénito. Debemos de hablar y anunciar al Señor Jesús.

Se intenta identificarnos con Cristo y eso implica ser diferente, sino, no merece la pena el esfuerzo. Lo creado sólo puede ser reflejo del Creador. El Dios generado es el Verbo divino. Todo hombre ha sido creado por Él y para Él. Eso significa que cada uno ha de tratar de contribuir a la tarea de que, al final de los tiempos, todo lo que salió de Dios vuelva a Dios. Si todo pecado es falta de amor, lo contrario del pecado es el amor. El ser humano debe transfundir al mundo el amor que Cristo trajo.

Nadie aprende algo, de verdad, si no le gusta. Por eso, el que quiere que el mundo se identifique con Cristo, debe amarlo, conocerlo. La cabeza tiene que trabajar. A uno le gusta conocer aquello que ama, por lo tanto, a los que vivimos en medio del mundo nosotros nos gusta conocer el mundo. Ver la seriedad con la que la persona se toma el trabajo profesional. Tomarnos en serio este mundo es profesionalizar ese interés. Si el mundo es de Dios –el mundo no es nunca puramente natural- Dios está allí.

Amar al mundo apasionadamente es decir que hay que santificar el trabajo. ¿Qué es el trabajo? Es respuesta, es agradecimiento, por eso respondo. El agradecimiento es amor que me hace pensar. To think is to thank. Agradecer es hacer presente. El trabajo es presencialización. Una acción de gracias que presencializa –dice el filósofo Rafael Alvira- se llama Eucaristía, es la respuesta del Hijo a su Padre. Demuestra que algo gusta, que lo amas. Trabajo y Eucaristía están unidos. Por eso Josemaría Escrivá decía: “No sé distinguir entre la Misa y el trabajo”.

El Fundador de la Obra, metido en la entraña de la Iglesia, subraya dos cosas: hacer presente a Dios (lo hace el Espíritu Santo) y trabajar bien. La Iglesia Ortodoxa subraya la presencia continua del Espíritu Santo. La Iglesia protestante luterana subraya la tremenda importancia de la creación, del trabajo y pone allí el acento, pero no en la acción del Espíritu Santo. El Beato conecta la gracia continua del Espíritu Santo con el trabajo. La santificación del trabajo y del mundo es lo mismo. Se trata de tener presente a Dios y hacer presente a Dios. En el mundo hay invitaciones continuas para tener presente a Dios. Trabajar bien supone tomarnos en serio al mundo, y eso conlleva crear, hacer presente a Dios. Gregorio de Nisa dice: Dios es el ser que educa y enseña a empezar a ser, es permanente juventud.

El envejecimiento es inercia. Dios es siempre fiel a Sí mismo y permanente novedad. El Fundador de la Obra no tenía inercias, su novedad era continua. También Juan Pablo II es un continuo innovador no es previsible, hace presente a Dios siempre de modo nuevo.


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