Jóvenes leyendo
Muchos son los que aprecian los buenos libros.
Borges escribió: “Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que
escribe”. Thomas Carlyle afirma: “La verdadera universidad en nuestros días consiste
en una colección de libros”. Ricardo León enfatiza: “Los libros me enseñaron a
pensar, y el pensamiento me hizo libre”. Una mujer famosa, Elizabeth Barrett B.
dejó dicho: “Ningún ser humano que tenga a Dios y tenga libros tiene derecho a
considerarse falto de amigos”. Günter Grass observa: “No hay espectáculo más
hermoso que la mirada de un niño que lee”. Nuestro filósofo José Vasconcelos
oaxaqueño pensaba así: “Un libro, como un viaje, comienza con inquietud y se
termina con melancolía.
Hay libros que cambian la vida, como le sucedió
a San Agustín con el Hortensius, de
Cicerón. Aunque no todos los libros van a marcar un antes y un después tan neto
en nuestra vida, lo que leemos nos cambia: nos afina el alma, o nos la embota;
nos abre horizontes o nos los estrecha. Nuestra personalidad refleja de algún
modo los libros que hemos leído como los que no hemos leído.
Quien a lo largo de los años se nutre de
lecturas selectas, clásicas, adquiere una mirada abierta sobre el mundo y las
personas, sabe medirse con la complejidad de las cosas, y desarrolla la
sensibilidad necesaria para dejar de lado la banalidad y no pasar de largo ante
la grandeza.
Hablar de lo que se lee enriquece la vida
familiar y las conversaciones con amigos. La cultura general abre al mundo de
la conversación. Sin cultura, todo este mundo aburre, y acaba siendo ajeno. Se
acaba viviendo sin saber qué sucede. (Juan Luis Lorda, Humanismo. Los bienes
invisibles, Rialp, Madrid 2009).
Por muchas razones los libros ocupan un lugar
fundamental en la vida cultural de los hombres. Los argumentos, historias,
ejemplos y metáforas que aprendemos en los libros llenan de razones y de
palabras nuestro andar diario. Las actitudes que desarrollamos en la lectura
—deseo de aprender, búsqueda permanente, discernimiento, descubrimiento de
conocimientos nuevos— ayudan a enriquecer la interioridad propia y las
conversaciones.
“En la ciencia, lea de preferencia los trabajos
más nuevos; en literatura haga lo contrario. Los libros clásicos siempre son lo
más moderno que encontrará”, escribía el novelista Edward Bulwer-Lytton a un
amigo que le consultada sobre lecturas.
En los libros aprendemos a transmitir
conocimientos, a expresar sentimientos, a compartir experiencias. En
particular, los grandes libros ayudan a comprender con mayor profundidad el
alma humana. Los grandes genios del arte literario son aquellos que han
acertado a contar el drama que acontece en el corazón del hombre de todos los
tiempos: el amor y el dolor, la miseria y la grandeza y la lucha del corazón.
De entre todos los libros, los mejores son los clásicos. Clásico es aquel libro
que se ha convertido en muestra representativa de la época en que fue escrito y
que marcó el camino para las siguientes generaciones de escritores y de lectores.
Estos clásicos son como puertos adonde todo lector puede llegar para quedarse
largo tiempo, cuando se ha fatigado en el mar de las novedades editoriales.
Entre los autores clásicos están: Dante Alighieri, Homero, Horacio, Esquilo, Cervantes,
Lope de Vega, Shakespeare, Charles Dickens, Dostoyewski, Tolstoi, Tirso de
Molina, Calderón de la Barca, Saint-Exupery, etc.
Los grandes libros permiten compartir experiencias
de gran valor; permiten conocer personalidades como la de Hamlet o la de don
Quijote; descubrir, a través de las mitologías antiguas, tentativas de
respuesta a interrogantes existenciales; disfrutar con el amor a la naturaleza
que late en las novelas de Tolkien; acercarse a
El encuentro con un libro supone para millones
de personas el umbral de entrada al mundo de la verdad, de la belleza y de la
libertad. Más aún, la vida del mismo
Dios nos ha sido narrada en un libro.
El cultivo de las humanidades ayuda a adquirir
hábitos de contemplación estética o intelectual.
Comentarios
Publicar un comentario