LECTURA E INTERPRETACIÓN DE LA BIBLIA
1.
Desde Abraham hasta Jesucristo
La Revelación empieza con la misma creación del hombre.
En el paraíso Adán y Eva mantenían una relación y un diálogo con Dios. Tenían
familiaridad con Él como se ve en las primeras escenas del libro del Génesis,
habían sido creador para vivir en comunión con Dios. Esa familiaridad se pierde
con el pecado, desde entonces al hombre le es difícil descubrir a Dios en su
vida y en el entorno. Sin embargo, Dios prometió a nuestros primeros padres que
la serpiente sería vencida por “la descendencia de la mujer” (Gén 3, 15).
La Biblia no es un libro de ciencias, es un libro de
historia de la salvación, nos da enseñanzas en imágenes y narraciones, sobre
cuyo valor histórico es difícil emitir un juicio definitivo. Después de ese
pecado, el mundo experimentó un gran desorden y abundancia de injusticias,
hasta que llegó el momento en que Dios decide, para purificar a la humanidad,
provocar un gran diluvio. Tras el diluvio Dios volvió a renovar su amistad con
Noé y su familia.
Sin embargo, el verdadero punto de partida de la historia
de la salvación tuvo lugar, siglos después, con la alianza que Dios hizo con
Abraham. Dios lo destinó a ser el padre de una multitud de naciones (Gn 17, 5).
Le dijo el Señor que por él serían bendecidas todas las naciones. Tuvo un hijo
de la esclava Agar: Ismael, y otro hijo de Sarai, Isaac, hijo de la promesa.
Dos generaciones después de Abraham, a Jacob, su nieto le cambia el nombre por
el de Israel, y sus doce hijos formaron la base del pueblo elegido, las doce
tribus de Israel. Uno de los hijos de Jacob fue José, a quien sus hermanos
venden como esclavo a unos mercaderes que iba a Egipto, después de muchas
vicisitudes, llega a ser gobernador y salva a Egipto y a los pueblos vecinos de
morir de hambre.
Varios siglos más tarde, en el siglo XII a.C., Moisés
saca a su pueblo de la esclavitud de Egipto y Dios hizo una alianza con él. El
pueblo aceptó solemnemente esa alianza y se compromete a servir a Dios y a
darle culto.
En la travesía del Mar Rojo y en la marcha por el desierto
del Sinaí, Israel experimentó la protección del Señor; pero siempre se estuvo
quejando. Dios quería hacer de ese pueblo “un reino de sacerdotes y una nación
santa” (Éx 9, 16). Pero no pudo ser pues el pueblo cayó en la idolatría al
adorar a un becerro de oro. Este es un parteaguas en la historia de la
salvación. Sin embargo, Dios los perdonó por mediación de Moisés.
Dios no dejó que esa alianza decayera. La renovó con el
Rey David y los profetas estuvieron al tanto de mantener la fe y la esperanza del
pueblo.
Dos acontecimientos tienen en particular el carácter de
castigo por no cumplir la alianza: la caída del Reino del Norte en manos de
Asiria. Diez tribus son llevadas a ese país del norte en el año 722 a.C., y la
caída del Reino del Sur en manos de Babilonia, junto con la destrucción de
Jerusalén en el año 587 a.C. Así Israel perdió su autonomía. El libro de Isaías
relata el regreso de las dos tribus a Jerusalén, las de Judá y Benjamín.
A través de todo este proceso, Dios preparó a su pueblo
para la Revelación definitiva en Jesucristo. Él es el cumplimiento de las
promesas del Antiguo Testamento. Jesús proclamó que el Reino de Dios esperado
en el Antiguo Testamento estaba ya muy cercano, más aún, se hacía presente en
sus palabras, en sus obras y en su misma Persona.
2.
La constitución de la Iglesia
Antonio Ducay, teólogo, escribe: Jesús deseaba que al
terminar su misión en el mundo, sus discípulos la continuaran. Puso a Pedro
como cabeza y los constituyó en testigos de su Resurrección y les envió al
Espíritu Santo para que los fortaleciera en su misión. Quedaba así constituida
plenamente la Iglesia.
3.
La Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio
a) La Iglesia acoge y venera las Sagradas Escrituras de
los israelitas, que constituyen la preparación de Dios para la gran Revelación
de Jesucristo. Además, los Apóstoles y los discípulos pusieron por escrito el
testimonio de la vida y de la obra de Cristo. Dieron así origen a los libros
del Nuevo Testamento.
b) La Tradición Apostólica y la “Tradición”. Hay primero
una tradición oral de la vida y de la doctrina de Jesús, que más tarde se
vierte en esos escritos. La transmisión oral que los Apóstoles aprendieron de
Jesucristo se llama “Tradición Apostólica”. A la tradición oral se le llama
simplemente “Tradición”. Esta última es más rica y flexible. Escritura y
Tradición se iluminan mutuamente. Por ejemplo, la Iglesia conoce por Tradición
los libros que son inspirados. Por el Nuevo Testamento sabemos que Jesús ayunó
cuarenta días en el desierto, por ello la Iglesia habla de la cuaresma como
tiempo de penitencia, y encuentra su apoyo en la Escritura.
c) Magisterio.
La sucesión de los tiempos lleva consigo progreso
material y cambios culturales y de mentalidad. La tarea de enseñar recibe el
nombre de Magisterio. En la vida se plantean nuevas cuestiones morales, como la
ecología, la inteligencia artificial, la fecundación in vitro, etc., y para
saber hay que discernir con ayuda de la ciencia, de la Tradición y de la
Biblia. El Magisterio está al servicio del cristiano y al servicio de las
Sagradas Escrituras.
La interpretación de la Escritura corresponde al
Magisterio vivo de la Iglesia, es decir, al Sucesor de San Pedro y a los Obispos
en comunión con él (Compendio, 16).
Los Obispos tomados individualmente pueden equivocarse, lo mismo el Papa,
excepto cuando habla de modo solemne (ex
cathedra) en temas de dogma, moral y culto.
4.
¿Cómo interpretar la Biblia?
La lectura de los Padres de la Iglesia es una ayuda
inestimable para interpretar bien la Biblia: San Juan Crisóstomo, San Agustín,
Orígenes...
Antonio Ducay explica: El Concilio Vaticano II dedicó un
documento al tema de la divina Revelación: La Constitución Dogmática Dei Verbum. El capítulo III trata de los
principios y criterios a tener en cuenta al interpretar la Biblia de modo
correcto. También hay que leer la Exhortación apostólica de Benedicto XVI, Verbum Domini, 30-IX-2010 (Parte I, Verbum Dei). Se recomienda consultar el
CEC nn. 74-141.
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