¿Dios me diseñó para ser santo?
¿Cómo que Dios me
diseñó para ser santo? ¡Si lo que yo
quiero es ser piloto aviador! Es que puedes ser un piloto santo, puedes ser
profesionista u obrero santo, como San José Obrero. Puedes ser lo que quieras,
y, a la vez, luchar por ser agradable a Dios.
Encontrar el verdadero bien y el mal verdadero
es difícil. El bien tiene un empaque feo y el mal tiene un empaque bonito. El
mal lleva máscaras para empacarse: “encontrarás alegría o esparcimiento”, pero si
se acude al Espíritu Santo, Él nos ayuda, sus rayos son como los rayos X del espíritu para saber qué
es el bien y el mal, es muy fácil equivocarse y las armas con las que uno se
defiende son ridículas.
“La libertad no
necesita alas, lo que necesita es echar raíces”, decía Octavio Paz. Un alma cristiana, sin oración, es un edificio levantado sobre arena
movediza, que con un viento fuerte será derribado. ¿Qué me da solidez? El amor
y la oración. “Mi
amor es lo que me da solidez”,
decía San Agustín.
Todos los días podemos
ser más santos, podemos ser más de Dios. Tiene que entusiasmarnos hasta
humanamente porque Dios nos ama también con un corazón humano. Se trata de ser fieles al proyecto que Dios ha
diseñado para cada uno. En esto nadie nos puede suplir. Dios nos ha
diseñado para ser santos. Sin piedad, sin amor, no se puedes ser fiel ni en la
vida ni en la doctrina. “El amor satisface por sí solo... es lo único con lo
que la criatura puede responderle a su Creador” (S. Bernardo, Sermo 83).
Dios tiene un camino
para cada uno. Si se pasa por crisis o túneles oscuros, se puede salir más
purificado de ellos; pero no siempre es necesario pasar por ellos. Sólo Dios lo
sabe.
La literatura ayuda a conocer el alma humana
más que la psicología. Tenemos
un ejemplo en este libro de autor canadiense Michael
O’Brien, quien escribe: Toda alma es amada más allá de lo imaginable. Toda alma
es bella a los ojos de Dios. Nuestros pecados pueden llegar a enterrar esta
imagen originaria Por eso ya no podemos vernos como realmente somos. (cfr. p.
324). ¡Qué grande es el misterio del alma humana! Cada alma atesora su propia
medida de locura y de gloria. Somos nosotros los que elegimos cuál potenciar.
Ante nosotros está la esperanza y la desesperación. Vamos así configurando la
forma en que puedan actuar el cielo o el infierno (El Librero de Varsovia, p. 273). En esa novela de O’Brien, un
sacerdote aconsejaba así a Pawel: “Queremos el paraíso sin la Cruz, olvidando
que la Cruz es la única forma de recuperar la armonía original que perdimos en
la primera caída. Esta es la puerta
estrecha.”
En otro momento de esa novela, después de una
Confesión sacramental, el sacerdote le dice a Pawel: Tu humillación de ahora, será tu
gloria. Cuando venga la calma, darás gracias a Dios por todos y cada uno de tus
sufrimientos.
En la novela de El Padre Elías, un formador de novicios le dice a Elías: “Si le
hubiera enseñado a cargar con la Cruz y a morir en ella, entonces se lo habría
enseñado todo”. (p. 18).
El Antiguo Testamento,
en resumen, es la historia de la fidelidad de Dios. El hombre se aleja y
vuelve. Dios no se aleja. El
consuelo inmenso consiste en tratar a Dios. Hemos de dejarnos querer,
impregnarnos de la ternura de la Santísima Trinidad. ¿Quién es el que ganará en
esta vida? El que se haya dejado amar más. El nombre de Dios es Emmanuel, “Dios con nosotros”, que es un
modo de decirnos “estoy contigo”.
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