Eucaristía, don infinito
Justo Lofeudo, a raíz de las apariciones de la Virgen en
Garabandal nos hace una reflexión sobre la eucaristía, pero antes, menciona el
primer mensaje de la Virgen, que tuvo lugar el 18 de octubre de 1961:
“Tenemos
que hacer muchos sacrificios, mucha penitencia, visitar al Santísimo, pero antes, tenemos que ser muy buenos y si no lo hacemos nos vendrá un
castigo. Ya se está llenando la copa y si no cambiamos, nos vendrá un castigo muy grande”.
La
Eucaristía es el don infinito que Dios hizo a la humanidad, es
su legado. La Iglesia nace el Jueves Santo. No hay sacerdocio sin eucaristía y
no hay eucaristía sin sacerdocio. Gracias al sacerdocio el Señor se hace
presente en todos los tiempos y en todo el mundo.
La
eucaristía hace a la Iglesia y la Iglesia hace a la eucaristía.
Toda la vida espiritual de la Iglesia reconoce su fuente y su culmen en la eucaristía.
La eucaristía celebrada es la cumbre del culto, que en el
Espíritu Santo los hombres dan a Cristo. Y con Cristo, se lo dan al Padre. La
eucaristía es un signo sensible que me lleva a una realidad muy superior que es
la presencia real del Señor. La
eucaristía celebrada hace presente el Sacrificio del Monte Calvario; por la
eucaristía entramos en comunión con Dios y con los hermanos en un banquete
sacro. La persona sustancial de Cristo, su Sangre es derramada por nosotros,
para el perdón de los pecados.
El Cardenal Joseph
Ratzinger decía unas palabras hermosas sobre este misterio: ¿Qué sería de
nosotros sin la eucaristía? No habría Iglesia, no habría sacramento, no habría
sacerdocio, no habría la presencia de la Persona de Cristo. No habría Sacrificio
redentor por el cual ser salvados. El sacerdote abre el Cielo para que Cristo
venga a la tierra, el sacerdote no obra por sí mismo, sino que se ha revestido
de Cristo, y no sólo por fuera, sino también y sobre todo por dentro. El Señor
ha tomado posesión de él, y él no se pertenece. Por eso el Señor actúa y obra
por medio del sacerdote, quien transforma cosas terrenales por unas palabras
santas en un misterio divino.
La Misa no es sólo un banquete, el Sacrificio se hace
presente en la Iglesia. Si no hay Sacrificio no hay redención ni rescate. En la
Misa se rasga el velo del templo y se parte el muro de separación entre Dios y
el mundo. Se vuelve a unir: Es el acontecimiento de la eucaristía, esta es su
grandeza.
La Redención se hace presente porque el amor crucificado se
hace presente. La lanza del soldado romano penetró en lo hondo del Corazón de
Dios. Cristo ha rasgado el Cielo en la
hora de la Cruz y siempre lo vuelve a rasgar en la hora de la santa eucaristía.
Es
necesario pensar en estas palabras de Benedicto XVI, ya que, la devastación litúrgica
de los años 70 se ha agravado. Se han arrinconado los sagrarios.
La comunión de pie, en la mano, exenta de toda reverencia, provoca la destrucción
de la fe. Hay que decir que, para comulgar, es necesario estar en estado de
gracia. Sin la eucaristía la Iglesia se convierte en un museo. Paulo VI decía
que la Iglesia se había protestantizado,
pues las cenas protestantes son simplemente un recuerdo, un símbolo, un
banquete festivo.
Las grietas que hace 50 años separaban de Dios se han
vuelto abismos, la apostasía envuelve la tierra. Sin embargo, la tribulación
más grande no viene de fuera, sino de dentro de la Iglesia. Las palabras sacrificio
y penitencia son impronunciables en este mundo, sin embargo, la Madre de Dios,
busca hijos que la escuchen y respondan a su llamado. Jesucristo también nos
llama desde su morada eucarística. El Señor nos dio la eucaristía para que
fuera adorada y contemplada y vendrá una nueva cristiandad.
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